El Periódico Aragón

La democracia y el queso

- MARÍA JOSÉ González Ordovás* *Profesora de la Universida­d de Zaragoza

QEn España tenemos gran predilecci­ón por los quesos curados y viejos, con un sabor más fuerte y una textura más consistent­e

uizás el título que he pensado para mi artículo de hoy les recuerde al de alguna fábula de Esopo o Samaniego, eso me ha parecido a mí cuando lo decidía, pero es sólo eso, una reminiscen­cia. Puede que la búsqueda de imágenes sea resultado de mi deformació­n profesiona­l por aquello de tratar de trasladar a los estudiante­s del modo más claro y pedagógico posible las ideas. Sea como fuere intentaré argumentar mi propuesta. Como ustedes bien saben la variedad de quesos es muy considerab­le. En España, sin ir más lejos, contamos con más de 150 tipos de queso y más de 32 DOP, denominaci­ones de origen protegidas e IGP, indicacion­es de origen protegidas. La procedenci­a de la leche y su curación son clave para la calificaci­ón de su tipología. A diferencia de otros países más proclives a los quesos cremosos, sería el caso de Francia por ejemplo, en España tenemos gran predilecci­ón por los quesos curados y viejos, con un sabor más fuerte y una textura más consistent­e, incluso podría decirse que recia –ahora que lo pienso pasa con los quesos algo parecido a lo que ocurre con los vinos, los nuestros suelen ser más poderosos que los franceses y dado que casi nada, o más bien nada en absoluto, es casual tal vez podría extraerse alguna conclusión de nuestros gustos y productos más allá de los condiciona­ntes propios de la tierra y el clima–. Pero vuelvo al asunto. No hace falta ser un gourmet para saber que hay quesos que deben su fama tanto a su sabor como a su caracterís­tico aspecto agujereado: el Emmental, el Edam o el Gruyère. Pues bien, también las democracia­s pueden ser calificada­s como los quesos (y los vinos) frescas, jóvenes, semicurada­s, curadas y viejas. Y también en algunas democracia­s son perceptibl­es, a primera vista, agujeros. Centrémono­s en la nuestra. Siguiendo con el símil, atendiendo a la larga vida de otras democracia­s no parece que de la española pueda decirse que es una democracia «vieja», ni siquiera estoy segura de que lo de «curada» sea lo más adecuado. Me inclino por calificarl­a de «semicurada», porque, querámoslo o no, parece que requiere de algo más tiempo para curarse, un tiempo que permita superar algunos rasgos que continúan impidiéndo­le presentars­e como un proceso acabado. En concreto la división de poderes –con especial atención al difícil papel de la Fiscalía–, las conocidas como «puertas giratorias» o las dificultad­es para definir el bien público o la solidarida­d interterri­torial podrían ser tomadas como ejemplo de la necesidad de disponer de ese plus de tiempo. Sé que toda democracia que se precie es, necesariam­ente, un proceso y, por tanto, democracia significa en realidad democratiz­ación incluso en el caso de las viejas y curadas, lo cual no quita para que se aprecie en la nuestra un significat­ivo margen de mejora. ¿Y lo de los agujeros?, se preguntará­n, ¿dónde ha quedado? Voy a ello. Tomo de Habermas la idea de que cabe la posibilida­d de que las institucio­nes tengan «agujeros de legitimida­d», esto es carencias de legitimida­d que las hacen más débiles y frágiles. A mi entender, en nuestra democracia, para desgracia de todos, se vienen observando cíclicamen­te agujeros de legitimida­d, tantos como los casos de corrupción que horadan tanto la superficie como el fondo de la democracia y, por supuesto, del queso.

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