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El Parlamento autonómico ya no es el remanso de acuerdos y consensos del que la clase política aragonesa ha presumido hasta hace poco Los diagnósticos apuntan a la política nacional y a los ataques personales
Era un oasis, un remanso de paz, la aldea gala del debate sosegado frente al imperio de la crispación. Eso decían de las Cortes de Aragón los reportajes periodísticos, los pasillos y los propios participantes. Hasta hace unos meses. Unos culpan a la política nacional, otros a los ataques personales y todos –absolutamente todos– a la bancada opuesta. ¿Qué ha pasado en el Parlamento autonómico?
Ya en el último pleno, algunos diputados criticaban que la Aljafería es «como la Asamblea de Madrid» o que el debate se había convertido en «una pena» o «un lodazal». Si bien las raíces, según lo que se cuenta por los pasillos, parecen bastante claras, lo que cuesta encontrar son las soluciones que podrían lograr que la calma regrese a las aguas de la política aragonesa.
Todos coinciden en que el tono ha subido en exceso y se ha traspasado una línea que, hasta ahora, casi siempre se había visto como infranqueable. «El debate parlamentario es buscar las cosquillas al contrincante, no usar ataques personales», señalan algunos parlamentarios, mientras que otros critican el «uso cada vez más habitual de insultos y ataques personales». Esa muralla que no se atacaba, por lo menos hasta tiempos cercanos según dicen algunos parlamentarios, se ve como algo a corregir casi de inmediato: «Hay que respetar el reglamento y evitar tanto las alusiones personales, sobre todo cuando se trata de enfrentamientos habituales entre ciertos diputados».
La otra causa que se ve como principal es el tono nacional. La efervescencia que rodea al Gobierno de Pedro Sánchez, las acciones de los últimos meses y los mensajes que llegan desde Madrid empiezan a permear en un Parlamento que hasta hace bien poco tenía un chubasquero muy resistente. «No podemos sufrir la madrileñización de nuestra política, porque somos una tierra de pacto», asegura un diputado, cansado de «tanto debate nacional». «La política nacional siempre ha crispado al debate en Aragón, pero antes era un fenómeno que funcionaba a picos y hoy es algo muy continuo», continúa otra parlamentaria. ¿Alguna conclusión? «Lo que pasa en Madrid siempre se utiliza en beneficio
propio y no se puede negar la influencia que tiene, así que cada uno lo usa en el momento que considera adecuado».
Entre esas balas en formato dialéctico que silban dentro del hemiciclo, algunos se encuentran más cómodos que otros al afrontar el debate de alto voltaje. «Hay días que se intentan llevar propuestas y notas como en otras bancadas se ríen o no prestan atención», critican algunos diputados, mientras que otro lamenta que «todos hemos ve
nido a trabajar para sacar proyectos y a la comunidad adelante, pero hay días en los que da pena ver cómo se convierte en un espectáculo».
«No veo mal cierto nivel de tensión, no podemos olvidarnos de que esto es un parlamento y que tenemos que decirnos las cosas a la cara», señala un diputado «novato» en esta legislatura, ya acostumbrado en estos meses al «alto voltaje» con el que se desarrollan últimamente los plenos.
Desde la oposición, dos nombres se destacan como motivo de la alta temperatura que se vive en los plenos. «Desde que Azcón llegó a la presidencia del PP ya se notó un cambio», señalan parlamentarios de la izquierda, que se remontan al ya lejano diciembre de 2021. Un camino que no ha cambiado desde entonces, afeando que «la tensión que se vive en el Gobierno no puede pervertir el debate». Desde la derecha, defienden a su líder: «Azcón siempre ha sido muy enérgico en su forma de hacer política y la diferencia hoy es que el Ejecutivo no lo forman la mitad de los partidos del Parlamento».
El segundo nombre es la presidenta de las Cortes, Marta Fernández, a la que ven en una actitud «bastante mejorable». Si bien es cierto que su papel ha crecido con el paso del tiempo, las dudas en la toma de decisiones y ciertos enfrentamientos con los parlamentarios no contribuyen al buen desarrollo de los plenos.
Nadie juega a adivinar qué va a pasar en el futuro próximo. Las grietas de la Aljafería ya sufren filtraciones por la política nacional y las rencillas personales ocupan demasiado espacio en los discursos parlamentarios. Unos sitúan el clímax en las elecciones europeas, auguran que tras ellas volverá la normalidad. Otros, que ya no hay vuelta atrás. Los más esperanzadores consideran que es un reto conjunto, que bajar las pulsaciones es posible. Mientras tanto, intenten no gritar, que no se oye al que está chillando.
Los parlamentarios temen que las Cortes sufran un proceso de «madrileñización» en las formas políticas