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Los conserjes de fincas en Zaragoza luchan por «dignificar su profesión» La tragedia = del incendio de Valencia destacó su labor, que reclaman que se reconozca todos los días
El 22 de febrero veíamos arder dos edificios en Valencia. Un día después, los medios resaltaban el papel ejercido por los bomberos y los ciudadanos. Pero también destacaban otro nombre: el de Julián, conserje de la comunidad que llamó a cada puerta del bloque para avisar de las llamas. «Ante esa situación, mi intención habría sido actuar como él», afirma Enrique, portero del Coso 66 en Zaragoza. Entonces, ¿por qué los de su gremio están en riesgo de extinción?
El número de porteros en la capital aragonesa es cada vez menor. Juan Carlos, que desde hace treinta años preside el portal de la plaza Diego Velázquez 1, define a su profesión como «una especie en extinción». Su rutina le hace feliz y considera un error que «el oficio muera». José Manuel Oto, secretario general de la Asociación de Empleados de Fincas Urbanas (AEFU), explica que pocas veces se reconoce su trabajo: «Luchamos por la dignidad de nuestro empleo, por dejar de parecer la Cenicienta».
Su mayor problema son las empresas de limpieza. En un intento de aumentar la productividad y reducir los gastos, los administradores de edificios optan por contratarlas en lugar de a los porteros. Sin embargo, no cumplen la misma función: «Solo dedican
treinta minutos», asegura Oto. Para demostrarlo, abre el cajón de su mesa y extrae un parte en el que está registrada la hora de entrada y salida de una de ellas: de 6.30 a 7.00.
Samanta, la única conserje de León XIII, comenta que hay gremios que no los tratan con respeto. Es el caso de los electricistas, albañiles y otros profesionales que hacen servicios en el bloque y que, como explica la portera, «miran por encima del hombro». Juan Carlos coin
cide con ella: «Muchas veces, al contar lo que sucede, te miran diciendo tú qué sabrás, si eres el portero». El problema es el término, añade Enrique, porque «parece denigrante y no lo es».
En Aragón se cuenta con un Convenio de Empleados de Fincas Urbanas en el que se recoge, entre otras cosas, la igualdad salarial y la distinción entre las figuras de portero y conserje. Aunque ambos cumplen tareas de mantenimiento, cuidado de viviendas, vigilancia del edificio y atención a los vecinos, también tienen diferencias. El conserje A, más conocido como portero, recibe, además de un sueldo, una vivienda en el bloque. Una casa que no es de su propiedad y a la que se destina un 10% de su salario. Si la comunidad acude a él en situación de emergencia y fuera de su horario laboral, debe responder. Esta condición no se aplica al conserje B, quien tampoco vive en el bloque.
Su entrega continua los hace testigos de entradas y salidas, de conversaciones y de discusiones. Samanta explica que «hay que ser actriz y psicóloga», y rememora cómo la vecina que no quería que ella trabajase en el edificio es ahora íntima amiga suya. También Nines, conserje de la plaza Diego Velázquez 2, recuerda con emoción a una residente que falleció: «Tenía algunas adicciones. La conocía de siempre, teníamos mucha afinidad. La iba a buscar a los bares aunque se enfadara. Si se caía, llamaba a Urgencias. En el confinamiento tenía mucho mono y subía a cenar con ella, a cantar y entretenerla para que se olvidase. Si me despistaba, se escapaba», relata
La pandemia fue, como el incendio, uno de esos momentos que resaltó su oficio. «Como estaban aislados, me ocupé de ir a la farmacia, a por el pan, a todos lados. Trabajé horas de más y lo hice feliz», recuerda Nines. Oto es más crítico con el confinamiento: «Muchos gremios se pusieron medallas diciendo aquí estamos. Nosotros también estábamos siempre ahí, recogiendo basuras, limpiando lo que otros tocaban, haciendo favores y arriesgándonos. Eso no se valoró».
Una falta de valoración que ellas sienten todos los días. «Te ven mujer y se creen que eres lerda», expresa Samanta. Su peor experiencia fue con un albañil que le levantó la mano: «Me dio un ataque de ansiedad». Por eso, explica, ahora viste con camiseta ancha y mallas viejas. «Trato de crearme una apariencia lo más macho posible. Es la anti lujuria», explica. Aunque no hay un registro que lo cuantifique, Oto asegura que hay menos mujeres que hombres: «Igual es por presencia y seguridad, lo que es una tontería». Enrique señala que «antes la palabra portera se relacionaba, en tono despectivo, con alcahueta».
Los conserjes coinciden en amar su profesión: «Me permite ayudar a la gente, y eso es algo que me reconforta», afirma Nines. «Los vecinos te lo agradecen todo, te dan cariño día a día y te hacen sentir muy querido», agrega Enrique. Su lucha es la de sobrevivir. «Nosotros no contamos con protectoras de animales que nos cuiden», defiende José Manuel Oto.
«Luchamos por la dignidad de nuestro empleo y por dejar de parecer la Cenicienta»
«Al contar lo que sucede, te miran diciendo: pero tú qué sabrás, si eres el portero»