El matadero que se convirtió en
Como muchos de los edificios que merecen la pena en Zaragoza, la firma de Ricardo Magdalena está detrás del complejo del antiguo Matadero de la ciudad, un recinto de enormes dimensiones en el que ahora caben un centro cívico, una biblioteca, un centro de mayores, una casa de juventud, un centro municipal de servicios sociales, el Centro de Artesanía de Aragón, las dependencias de la junta municipal de Las Fuentes, instalaciones y talleres de Zaragoza Dinámica y un centro de tiempo libre. Situado entre las calles Miguel Servet, Numancia, Florentino Ballesteros y Monasterio de Samos, estos edificios se han convertido hoy en «un pequeño pueblo» en el que es fácil perderse pero está lleno de vida y actividades.
El antiguo matadero, ahora rebautizado con el nombre del expresidente chileno Salvador
Allende, se construyó entre 1880 y 1884 para la Exposición Aragonesa de productos industriales que tuvo lugar entre 1885 y 1886. Pero al año siguiente se convirtió ya en lugar de sacrificio y despiece de animales.
El complejo está formado por varios pabellones situados en torno a un patio central que sirve de plaza y según los expertos, esta es una de las obras maestras de Ricardo Magdalena, arquitecto municipal. Sirvió como matadero hasta 1981, año en el que cerró. Al ser instalaciones municipales, sus trabajadores eran funcionarios, por lo que el Ayuntamiento de Zaragoza recolocó a los matarifes en otros puestos del organigrama del consistorio.
En 1986 fue reabierto como centro cívico con el nombre de Salvador Allende, asesinado en 1973, y desde entonces las distintas partes que componen el com
El complejo cultural Salvador Allende se inauguró en los años 80 tras la reforma del edificio
se han ido reformando para poder darles uso. El último de los pabellones se reabrió hace pocos años. En 2008, el antiguo matadero fue declarado Bien Catalogado del Patrimonio Cultural Aragonés. Hoy, al pasear entre estos edificios
de ladrillo rojo, da la sensación de que los espacios podrían aprovecharse más dado el encanto del lugar y la magnitud de las salas y estancias. Eso sí, aquello que se utiliza, está bien utilizado. En el centro cívico, que ocupa par
te del complejo, destaca en su programación el ciclo Bombo y Platillo, que aprovecha los espacios exteriores del edificio para realizar conciertos. En su salón de actos caben 170 personas y para los meses de mayo y junio apenas queplejo
dan huecos. Desde teatro hasta entregas de diplomas, hoy todo cabe en este lugar que fue usado durante décadas para matar animales.
En el centro de mayores la actividad es frenética. Las mesas de
ping-pong están todas ocupadas. Y las de billar igual. Las partidas de cartas se suceden y junto a la cafetería hay un patio con mesas y una fuente en el medio que simulan, aun sin quererlo, el ambiente tranquilo de un pueblo pese a estar
en mitad de la ciudad. Uno de los espacios más emblemáticos hoy de este complejo es la biblioteca, sin duda una de las más bonitas de Zaragoza, o eso dicen los que la usan. Las columnas de hierro fundido, con el logo de Averly, y los techos con vigas y estructuras de madera, convierten la sala en un espacio cálido y de ambiente industrial en el que cuesta no quedarse embobado mirando al techo.
Uno de los problemas de este complejo arquitectónico es el mantenimiento de sus zonas comunes. Al utilizarse el espacio por varios servicios diferenciados, cada uno tiene competencias para cuidar de lo suyo, pero nadie se hace cargo de las zonas comunes a pesar del valor patrimonial del conjunto del recinto. Eso provoca que las vallas que dan al exterior estén algunas oxidadas. Y que uno de los patios, el que da a Miguel Servet, luzca descuidado y lleno de malas hierbas. La contrata de Parques y Jardines no se hace cargo y desde la plaza del Pilar miran a otro lado cuando desde Las Fuentes alguien pide ayuda.
Entre los patios que se abren entre los edificios no es difícil perderse. En uno de ellos hay una cancha de baloncesto, que es fuente de conflicto en este pequeño pueblo que es el antiguo matadero. El lugar lo aprovechan los jóvenes para hacer botellón. Y el ruido del balón botando durante las partidas de básquet molesta a los que tratan de relajarse en la sala de taichí.
De todas formas, sorprende que, a sabiendas de cómo ha venido tratando Zaragoza su patrimonio a lo largo de la historia, estos edificios sigan en pie y no fueran derribados para construir grises bloques de viviendas. Pero aquí la ciudad fue hábil y logró convertir su matadero, como también ha ocurrido en otras ciudades de España, en un centro cultural y de convivencia de referencia. Y con muchas oportunidades por explotar.
La construcción data de finales del siglo XIX y es obra del arquitecto Ricardo Magdalena