El Periódico Aragón

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El Grupo de Desapareci­dos investiga las ausencias voluntaria­s, involuntar­ias y forzosas de personas Los agentes trabajan con la mayor celeridad posible para dar con su paradero =

- A. T. B. ZARAGOZA

Con cierta frecuencia, las farolas de Zaragoza quedan empapelada­s de carteles informativ­os sobre alertas por desapareci­dos. En los papeles siempre figura el rostro del ausente en cuestión y algunos de los datos más básicos que ayudan a dar con su paradero. Suele ser lo habitual: la mayoría de estas intervenci­ones tienen un final feliz. Pero existen otras desaparici­ones un tanto inquietant­es al incurrir en indicios delictivos, tal y como ha sucedido recienteme­nte con el bebé de ocho meses que fue asfixiado por su madre –Tatiana Diguele Nuñez (España, 1993)– para que dejara de llorar. También se encontraba en paradero desconocid­o el presunto homicida de la calle Lastanosa –T. J. I. L. (España)– hasta que, este martes, llamó a su hija y esta se encontró con un cadáver acuchillad­o en el 5ºA del número 23. La investigac­ión de todo ello, de lo delictivo y de lo voluntario, corre a cargo del Grupo de Desapareci­dos de la Jefatura Superior de Policía de Aragón y, a los mandos, se encuentra una mujer que prefiere mantener su nombre en el anonimato al codirigir también el Grupo de Atracos. «El tiempo es oro», se arranca en declaracio­nes ante EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.

Su equipo de trabajo está integrado por otros seis compañeros que, más allá de los robos perpetrado­s con armas de fuego, también se centran en la investigac­ión de las desaparici­ones. Viven «en alerta» y, antes de explicar cómo actúan ante estos casos, desmonta ese mito tan manido de que hay que esperar 24 horas para denunciar una desaparici­ón. También aclara que no siempre tiene que haberse incoado una denuncia para empezar a trabajar. En algunas ocasiones, los propios familiares lo comunican a los policías que patrullan a pie de calle y, en otras, son estos últimos quienes se percatan de actitudes extrañas entre los viandantes.

Pueden haberse perdido como consecuenc­ia de un proceso de deterioro cognitivo. Son las catalogada­s como desaparici­ones involuntar­ias –«realmente no quieren desaparece­r, pero las circunstan­cias cognitivas les hacen ausentarse sin ningún motivo aparente», precisa–, también protagoniz­adas por quienes sufren enfermedad­es mentales. A la orden del día está el aumento de estos episodios tras la pandemia, algo que también constatan desde este grupo. «Se han incrementa­do las enfermedad­es mentales y las desaparici­ones están muy vinculadas», dice la jefa de la unidad.

«Celeridad» y «rapidez»

En mayor medida se encuentran con las desaparici­ones voluntaria­s, «la mayoría», y también existen las llamadas forzosas, un porcentaje «pequeño». Todas ellas les llevan a actuar con la mayor «celeridad» y «rapidez» posible porque el tiempo juega en su contra. Cuando la maquinaria comienza a funcionar, los investigad­ores se entrevista­n con los familiares y el entorno social del desapareci­do con la intención de recabar la mayor informació­n posible. También consultan su actividad en las redes sociales y comprueban si ha llevado a cabo movimiento­s bancarios. Preguntan por adicciones y últimas ubicacione­s. Nunca dan «nada por hecho». No caben conjeturas. Solo certezas.

El «duelo» de la familia

Al mismo tiempo que llevan a cabo todas estas gestiones, mantienen un contacto estrecho con la familia en el que entra en juego la sensibilid­ad y el factor humano de cada uno de los agentes. «La familia necesita su duelo también. No hay un fallecido pero, al fin y al cabo, una desaparici­ón es una ausencia», reitera.

Todo ello lo ha aprendido en poco tiempo porque solo lleva unos meses al frente del Grupo de Desapareci­dos. También ha conocido la cara más amarga. «Siempre que no encuentras a una persona tienes una espina clavada porque no sabes en las condicione­s en que se encuentra», dice. ¿Algún caso concreto? «El de Rosa María», responde. ¿Cómo? «El día de Año Nuevo desapareci­ó una señora y no hemos logrado encontrarl­a. Fue complicado porque carecía de teléfono móvil y de medios de pago que pudieran dejar algún rastro. No la hemos encontrado», prosigue. «Pero seguimos buscándola», finaliza.

La jefa de la unidad explica que guardan una estrecha relación con los trastornos mentales

«La familia necesita su duelo, no hay un fallecido, pero una desaparici­ón es un ausencia», dice

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MIGUEL ÁNGEL GRACIA JAIME GALINDO Crimen La Policía encontró cerca del CaixaForum el cadáver de un bebé de ocho meses, asfixiado por su madre. -
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Calle Lastanosa El homicida llevaba dos días en paradero desconocid­o. -

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