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Calatayud y Burbáguena acogen a familias que dejaron su país por la invasión rusa
Dos años de guerra en Ucrania, de desplazamiento forzoso, de separación y de volver a empezar no han hecho que Petro T., residente en Burbáguena, y Olena Herasymovych, en Calatayud, pierdan las ganas de continuar ni la esperanza de que el conflicto armado cese en su país y puedan reencontrarse con parte de sus familias.
La invasión del ejército ruso ha provocado hasta la fecha al menos 30.000 víctimas civiles, entre muertos y heridos, 6,4 millones de personas refugiadas que han tenido que abandonar el país y más de 3,5 millones de desplazados internos. Más de 730 días después de la invasión de Rusia en Ucrania, en Aragón continúa la acogida a personas desplazadas. La organización Accem ha atendido a más de 9.500 personas, de las que 3.817 han sido hombres y 5.629 mujeres.
Con residencia en Calatayud (Zaragoza), Olena Herasymovych es una de las muchas mujeres ucranianas que tuvieron que abandonar su casa y huir de la guerra en febrero de 2022. Lo hizo junto a sus dos hijas menores, pero su hijo, al encontrarse en edad militar, tuvo que quedarse y responder a la llamada del ejército nacional.
Olena se desplazó a Zaragoza y Accem dio respuesta a sus necesidades personales y familiares y le
la posibilidad de trasladarse a Calatayud. Llegaron a la ciudad bilbilitana a mediados de 2022 y, durante este tiempo, se han integrado en el ámbito social, educativo y profesional, ya que Olena trabaja en un establecimiento de hostelería y sus hijas van al colegio e instituto y participan en diversos clubes deportivos.
«Cuando llegué a Calatayud me pareció un pueblo muy pequeño, pero ahora me gusta vivir
aquí. Hay mucha tranquilidad, la gente es amable y nos conocemos todos», explica. Sin embargo, echa de menos hablar en su lengua materna, ya que en la localidad tienen que comunicarse en castellano y para sus hijas el idioma «todavía es una barrera».
Por su parte, Petro T., de 52 años, reside en Burbáguena (Teruel) junto a su hijo y trabaja en un secadero de jamones en Calamocha. «Aunque es un trabajo duproporcionó ro, la empresa y los compañeros son muy amables y, en algunos casos, al ser personas migrantes, entienden la situación en la que estoy», relata. Tras pasar por varios puntos de España, ha encontrado su sitio. «Es lo mejor que he visto desde que llegué a España. En Barcelona la experiencia fue dura y en Oviedo tenía mucho estrés. Encontrar este pueblo turolense fue una gran sorpresa», afirma el ucraniano.