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Del aragonés Javier Macipe, que recrea el viaje de Mauricio Aznar a Argentina, lleva cosechados más de 50.000 espectadores
La construcción de La estrella azul fue el día a día de su director y guionista durante una década y la película muestra un mundo en el que las canciones forman parte del día a día. Quizá tenga que ver este doble machihembrado entre vida y creación con el encanto del primer largometraje de Javier Macipe (Zaragoza, 1987). Cine y música a escala humana.
El filme es una ficción que recrea un tramo concreto de la existencia de Mauricio Aznar (1964-2000), el cabecilla del grupo zaragozano Más Birras: su viaje a Argentina tanto para conocer de primera mano el folclore que había alimentado la obra de Atahualpa Yupanqui como para huir de hábitos tóxicos solo apuntados en La estrella azul. «A estas alturas, un plano de una jeringuilla ya nos cuenta todo lo que hay detrás –dice Macipe–. Me interesaba narrar un viaje desde la oscuridad hacia la luz».
El realizador era un niño cuando conoció a través de sus hermanos mayores la música de Aznar, un héroe local con calle y estatua en Zaragoza. «Era uno de los mejores letristas del rock español, y un adelantado –dice Macipe–. Un verso como Migas, uva y vino por los que se han ido [de Hay una cruz en El Saso, canción de Más Birras de 1990], tan pegado a la tierra, era transgresor en un momento dominado por el posmodernismo mal entendido».
Los Coyotes y Radio Futura ya habían mirado hacia América Latina, y otro tanto estaban haciendo Los Mestizos, coetáneos y paisanos (eran de Huesca) de Más Birras. El interés de Aznar por el folclore argentino, no obstante, tuvo su origen en un disco de Atahualpa Yupanqui que le regalaron a su madre por la compra de un detergente, cuenta Macipe. Por esa grieta entraron después Jorge Cafrún, Mercedes Sosa, José Larralde.
Aznar fue a parar en su viaje argentino a casa de Carlos Carabajal, en la provincia de Santiago del Estero, «por donde no pasa un turista jamás, y mucho menos un rockabilly español con ganas de descubrir la chacarera», dice Macipe. La familia Carabajal acogió al músico y lo inició en la chacarera y ritmos parientes. A la misma familia acudió el realizador para la preparación y el rodaje de La estrella azul, con Cuti, hermano del fallecido Carlos, en el papel de mentor al estilo Yoda.
«Recordaban mucho a Mauricio –dice el director–, y no porque supieran quién era cuando estuvo con ellos, sino porque les llamaron la atención sus ganas de aprender».
En repetidas visitas a los Carabajal, Macipe conoció una comunidad
en la que la música juega un papel a la vez cotidiano y sagrado. «A través de la música se transmite la cultura propia a los niños y se conforma el espíritu de pueblo. Es muy transversal: todo el mundo baila en las celebraciones, de niños a abuelos. El músico tiene respeto: si alguien, al acabar una comida, coge una guitarra y se pone a cantar, el resto calla y escucha».
¿Tan bonito es? «Más. En el equipo de rodaje todos tenemos la sensación de que fue una experiencia que nos cambió la vida. Solo importa lo importante». Los Carabajal, por su parte, fueron generosos de buenas a primeras, pero no se tomaron el asunto demasiado en serio hasta que llegó el aparato cinematográfico y sobre todo hasta que se estrenó la película.
«Recordaban mucho a Mauricio no porque supieran quién era sino por sus ganas de aprender»