Los divorcios a partir de los 50 años se disparan
Se han duplicado en la última década en Aragón, creciendo un 42% o un 57% dependiendo del sexo del cónyuge
Cuando uno piensa en una pareja que se divorcia, vienen a la cabeza unos treintañeros o cuarentones con hijos pequeños o adolescentes. La crianza, los gastos u otros aspectos hacen que las relaciones varíen y, en ocasiones, lleguen a su fin. Sin embargo, cada vez es más habitual que el amor se rompa a partir de los 50, 60 e incluso 70 años. Así lo aseguran las estadísticas tanto a nivel nacional como autonómico. De hecho, en Aragón, los divorcios de personas de más de 50 años se han duplicado en la última década, aunque existen diferencias dependiendo del sexo de cada uno de los cónyuges. A nivel nacional, el aumento es del 40%, aunque ahí no distingue la edad de los miembros de la pareja; en Aragón ese porcentaje es todavía mayor y roza el 50%.
En el caso autonómico, el Instituto Nacional de Estadística divide los divorcios según la edad de cada uno de los cónyuges. El año 2022 (los últimos datos publicados) hubo un total de 2.173 divorcios (1.757 de muto acuerdo), de los cuales en 857 de los casos él tenía 50 años o más y en 686 era ella. Por tramos de edad, 592 estaban en la cincuentena; 202 tenían entre 60 y 69; y 63 más de 70. En el caso de ellas, fueron 515 las que tenían entre 50 y 59 años; 143, entre 60 y 69; y 28, más de 70.
Con respecto a hace una década ha crecido un 42% el número de divorciados hombres con más de 50 años, ya que en 2013 fueron 604, siendo el mayor incremento en la franja de edad más alta, en la de a partir de 70, ya que se ha duplicado. En cuanto a las divorciadas, el incremento es todavía mayor, ya que alcanza el 57%. Sin embargo, se da la paradoja que esa tendencia al alza tiene en el año 2015 la excepción, quizá porque superada la crisis de 2008, muchas parejas se dieron tiempo antes de disolver el matrimonio.
El récord en estas franjas de edad lo tiene ese año –sin contar 2022–, con 717 de mayores de 50, 236 en mayores de 60; y en el caso de ellas, 2018, con 555 mujeres divorciadas de más de 50; y 34 de más de 70.
En las consultas de los psicólogos también es habitual que acudan personas de más de 50 años tras un divorcio. El motivo es que quizá antes las personas «tenían un espíritu más de sacrificio, de resignación», asegura la psicóloga aragonesa Gabriela Lardiés. En el pasado, «se prefería seguir en una mala relación que enfrentarse a la incertidumbre del futuro» y también a la soledad, reconoce. Y puntualiza: «se aguantaba más por condicionantes sociales, la presión del qué dirán, de las propias familias, el miedo a perjudicar a los hijos o una mayor dependencia económica».
Sin embargo, ahora, con 50 o 60 años, las personas tienen «otra percepción de esta etapa vital», sobre sus necesidades y cómo quieren vivir el resto de su vida. Reflexiona la psicóloga que conflictos pasados o dificultades de comunicación han hecho que «problemas que un día pudieron solventarse permanezcan ‘debajo de la alfombra’ y terminen erosionando a la pareja».
La sociedad actual no es igual que la de hace unas décadas. La edad madura es también la de «las segundas oportunidades» en muchos aspectos, también en el emocional y el amoroso. Explica Lardiés que en la consulta, muchas personas cuentan que «miran al otro lado del sofá y se preguntan si esta nueva etapa la quieren compartir con esa persona. La madurez da también fuerza para saber cómo queremos vivir».
Es un periodo de reflexión ante una etapa vital, pero también una etapa de cambios personales. «La fugacidad de la vida, la pérdida en ocasiones de los padres o enfermedades que aparecen hacen que uno se pregunte si quiere permanecer con esa persona el resto de su vida», afirma la psicóloga.
En el caso de los mayores de 60, también tiene que ver que está próxima la etapa de la jubilación y, como pasa en vacaciones, crece el tiempo para estar juntos y, por tanto, se incrementan las discusiones o las diferencias entre la pareja.
Asimismo, tiene que ver que los hijos salen del hogar, tienen su vida hecha. «Hay personas que incluso dicen que tenían claro que cuando sus hijos se emanciparan o fueran más mayores se separarían»; otras, sin embargo, se dan cuenta que cuando ese «nido está vacío, ya no tienen mucho más que decirse».
Asegura Lardiés que en muchas ocasiones «creemos que una ruptura de pareja es en sí un fracaso» pero sería uno mayor «resignarse a vivir una vida que no queremos vivir y con quien ya no amamos o lo hacemos pero la relación es perjudicial» para una de las partes. Es por eso que considera que «a pesar de la incertidumbre de la vida y la inseguridad» es necesario ilusionarse porque «hay relaciones que no funcionan» y ambos cónyuges lo saben y los dos «se merecen vivir en paz y tranquilidad». Por eso insiste en que no hay fracaso porque «separarse de forma madura y respetuosa sí es posible», se tenga la edad que se tenga.
El récord lo tiene el año 2015 con 992 divorciados y 2018 en ellas, con 713
«El fracaso es resignarse a vivir una vida que no queremos vivir», dice Lardiés