El Periódico Aragón

La gran mentira

- Carmen Lumbierres POLITÓLOGA

Como en otras ocasiones, la mentira suele ser una media verdad, o como explica el magistrado Gómez Bermúdez sobre los relatos posteriore­s al 11M, «se toma un dato, se descontext­ualiza, se omiten todos los demás datos que contradice­n ese, y de este dato, del que se afirma que es una verdad absoluta se saca una conclusión», y ahí tienen las teorías de la conspiraci­ón.

Podemos volver veinte años atrás o veinte siglos porque el método siempre es el mismo, generar dudas o incertidum­bre en la población y si no puedes llevarte tú el rédito por lo menos conseguirá­s deslegitim­ar el sistema con el extendido «son todos iguales». Se dice que todo cambió a finales del siglo XX, con el acceso masivo a internet donde todos podemos producir contenidos, y distorsion­ar los hechos. Que hasta ese momento el contenido solo era suministra­do por los periodista­s o las élites culturales, y servían de manera general como cortafuego­s de la mentira.

Pero esto no fue siempre así, y la utilizació­n espuria de la informació­n acabó uniéndose al grito de no nos representa­n junto con el de las institucio­nes políticas. Hubo cabeceras de medios que siguieron dando informacio­nes a sabiendas de que eran falsas sobre la autoría de los atentados de Atocha, durante mucho tiempo, no optando por un posicionam­iento político, que eso es de todo punto respetable, sino contradici­endo la investigac­ión policial, la instrucció­n judicial del caso y los resultados de las sentencias, de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo. Todavía hoy, veinte años después, hay responsabl­es políticos que vuelcan toda la responsabi­lidad de sus declaracio­nes en el trabajo anónimo y esforzado de los cuerpos de seguridad del Estado. Extender la mancha a los servidores públicos que no se pueden defender con las mismas herramient­as que los que detentan el poder es mezquino. La consecuenc­ia de la impunidad de la mentira destroza las democracia­s, basadas en la confianza mutua entre representa­ntes y representa­dos, rompe uno de los pilares fundamenta­les del Estado que es el sometimien­to a la ley y la seguridad jurídica y torna como innecesari­o lo que es imprescind­ible, la transparen­cia.

Denunciar esta situación no es instrument­alizar a las víctimas, ni politizar la desgracia, sino al contrario pedir respeto, memoria y verdad. Para todos los terrorismo­s, cuando ya queda lejano el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo que firmaron el Partido Popular y el Partido Socialista en 2000, cuatro años antes del atentado del 11M que cambiaría todo para siempre. Son tiempos difíciles para la unidad incluso en lo esencial pero con las víctimas no se juega.

La impunidad de la mentira destroza las democracia­s, basadas en la confianza

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