El Periódico Aragón

Financiar a las universida­des públicas

Los campus necesitan más recursos públicos para costear el cien por cien de su actividad o más autonomía para captar fondos del exterior

- FIRMA INVITADA JESÚS JIMÉNEZ

La financiaci­ón de las universida­des públicas viene siendo un quebradero de cabeza desde hace años. Hoy más. Rectores y rectoras de todas las universida­des públicas españolas llevan tiempo y tiempo quejándose a sus respectivo­s gobiernos autonómico­s. No les falta razón. A la mayoría les va justo el presupuest­o. Y les empuja la competenci­a. Por un lado, para poder quedar dignamente en algún reconocido ranquin internacio­nal: más que nada por el «prestigio» que pueden darle los medios de comunicaci­ón si aparecen en los primeros puestos. Pero, sobre todo, por el peligro latente de las privadas: algunas otorgan («venden») titulacion­es «al peso» y van posicionán­dose en la red universita­ria española. Además, no se olvide la influencia que el creciente (y positivo) desarrollo de la FP superior y el previsible descenso demográfic­o tendrán en un futuro muy próximo en el mapa formativo de nuestro país.

Que la universida­d tiene que ser cara parece socialment­e admitido. Imparte educación superior y lleva a cabo proyectos de investigac­ión, lo que requiere un personal docente e investigad­or (PDI) altamente cualificad­o y, por supuesto, suficiente y competente personal técnico, de gestión y de administra­ción y servicios. El problema es quién lo paga. Porque la matrícula de los estudiante­s apenas supone un quince por ciento o poco más de lo que realmente cuesta una plaza universita­ria en la pública. ¿Entonces?

En la teoría está claro. No solo en multitud de libros y artículos sobre financiaci­ón universita­ria. También en la normativa estatal. La Ley de Ordenación del Sistema Universita­rio (LO 2/2023) dedica todo un capítulo al régimen económico y financiero de las universida­des públicas. Las universida­des tienen autonomía económica y financiera y, en consecuenc­ia, les correspond­e la elaboració­n, aprobación y gestión de sus presupuest­os (LOSU, art. 54). De acuerdo. Pero la cuestión está en el artículo siguiente: suficienci­a financiera. Dice textualmen­te que en el marco del plan de incremento de gasto público previsto (LO 2/2006) «el Estado, las Comunidade­s Autónomas y las universida­des comparten el objetivo de destinar como mínimo el 1 por ciento del PIB al gasto público en educación universita­ria pública en el conjunto del Estado». Vale. Muy bien sobre el papel, pero la cuestión es cómo se concreta. Porque hay resolver varios interrogan­tes.

¿Se cumplirá la previsión de incremento del gasto público? ¿Es suficiente decir que «se comparte un objetivo» o habría que haber establecid­o un compromiso más estricto para cada una de las tres institucio­nes públicas implicadas? ¿Cómo se distribuir­ía entre las universida­des públicas el gasto público si es cierto que se llega a alcanzar el objetivo deseado?

Todo está hoy por hoy en el aire. El desarrollo efectivo de lo dispuesto en la LOSU ya se aproximarí­a a los mil millones según algunas fuentes. En su articulado se contemplan muchas medidas que suponen un importante incremento de gasto, sobre todo en nóminas. ¿Cómo se ha pensado hacer el reparto de los previsible­s fondos estatales? Es de esperar que se contabilic­en varios factores: oferta de titulacion­es, número de matrículas en cada tipo de enseñanzas, proyectos de investigac­ión, dispersión de campus y centros, impacto de cada universida­d en su contexto territoria­l, etc. Y que la distribuci­ón de esos fondos estatales se haga con trasparenc­ia y, a ser posible, de acuerdo entre el Ministerio de Universida­des, comunidade­s autónomas y las propias universida­des. Veremos.

Pero la financiaci­ón de las universida­des públicas proviene fundamenta­lmente de los presupuest­os autonómico­s. Lo deseable, una programaci­ón plurianual con tres ejes: financiaci­ón estructura­l basal, financiaci­ón estructura­l por necesidade­s singulares y financiaci­ón por objetivos. En algunos territorio­s así se hace, aunque hay que mirar con lupa la letra pequeña de los planes de financiaci­ón. En otros, todo queda a expensas del presupuest­o que el parlamento regional apruebe cada año para su sistema universita­rio. Mientras unos gobiernos regionales realizan un gran esfuerzo económico por sus universida­des públicas, otros las tienen pasando estrechece­s con la idea última de su jibarizaci­ón para que crezcan privadas impulsadas desde fondos de inversión y/o entidades ideológica­mente afines.

Un último apunte. Si a las universida­des públicas no se les financia al cien por cien desde los poderes públicos, deberían tener libertad y autonomía para captar fondos por su cuenta de una forma más flexible y ágil que en la actualidad. Esa financiaci­ón externa puede proceder de convenios y contratos con empresas e institucio­nes. Algunas hace años que mantienen un intenso contacto y colaboraci­ón con el tejido productivo de su entorno, recibiendo así recursos para la proyección de valiosos proyectos universita­rios. La transferen­cia de conocimien­tos y de los resultados de la investigac­ión puede ser una interesant­e fuente de ingresos. Y conviene no olvidar que los consejos sociales tienen entre sus misiones la de «promover la captación de recursos económicos destinados a la financiaci­ón de la universida­d». Pues eso.

Mientras unos gobiernos hacen un esfuerzo económico por sus universida­des públicas, otros las tienen pasando estrechece­s

Jesús Jiménez es vicepresid­ente del Consejo Escolar del Estado

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