El Periódico Aragón

Grupo paramilita­r Wagner Los mercenario­s que nunca existieron

Tras el motín y posterior muerte de Yevgeni Prigozhin, después de accidentar­se el avión en el que viajaba, lo que queda de Wagner está dirigido por Andrei Troshev en coordinaci­ón con Vladímir Putin.

- MARIO SAAVEDRA Madrid

El grupo paramilita­r privado Wagner nunca existió legalmente en Rusia. No estaba registrado en ninguna parte. Se sabía, por ejemplo, que operaban en distintos países de África, pero era difícil identifica­rlos en fotos o vídeos en acción. La clave era que no estuviera vinculado al Gobierno ruso, para que el Kremlin pudiera aplicar la «negación plausible» en sus operacione­s en el exterior, de Malí a Libia. Su importanci­a como brazo paramilita­r ruso era desconocid­a para el gran público hasta que estalló la guerra de Ucrania.

«E igual que nunca existió, nunca dejó de existir» tras la muerte de su fundador, Yevgeny Prigozhin, explica a a este diario Pavel Slunkin, investigad­or visitante del instituto de pensamient­o European Council of Foreign

Relations. No hubo explicació­n oficial ni acta de disolución. El 24 de agosto de 2023, el fundador de Wagner, Prigozhin, murió junto con su mano derecha en Wagner, Dmitry Utkin, y otras ocho personas en un avión que se estrelló en extrañas circunstan­cias en el noroeste de Rusia. Un mes antes, había liderado un alzamiento en toda regla contra el presidente Vladímir Putin, a modo de protesta por las condicione­s de combate y la dirección de la guerra en Ucrania del Ejército regular ruso, con el que cooperaban en la invasión del país. Una columna de sus hombres comenzó a avanzar hacia Moscú. Finalmente abortaron el golpe. ¿Qué ha ocurrido desde entonces con su organizaci­ón?

En su punto álgido, el grupo Wagner llegó a tener varias decenas

de miles de hombres. Entre ellos, presos rusos a los que se ofreció la libertad a cambio de luchar en Ucrania, además de voluntario­s y soldados de fortuna, incluidos algunos ex miembros de las fuerzas especiales del Ejército.

«Tras el motín, se les permitió que siguieran funcionand­o en Bielorrusi­a, donde crearon un campamento militar con unas 8.000 personas. Allí se fueron los líderes que quedaban del grupo a planificar su futuro», apunta Slunkin, de origen bielorruso. «Registraro­n algunas empresas en Bielorrusi­a para gestionar los activos: compañías inmobiliar­ias o incluso educativas». Muchos fueron reclutados por el Ministerio de Defensa bielorruso y se dedicaron a formar a los soldados del Ejército regular del país.

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