El Periódico Aragón

Un diálogo plenamente democrátic­o

- Miguel Bretón ZARAGOZA

En el actual circo en que se han convertido tanto el Congreso de los Diputados como la vida política en general, se echa de menos aquel diálogo sincero que presidió la Transición española, tras la muerte del dictador. Un diálogo plenamente democrátic­o debe basarse en varias premisas: la primera, aceptar la parte de razón que los demás puedan tener. Nadie tiene toda la verdad y nadie está totalmente equivocado. Dialogar no es convencer, sino compartir diferentes puntos de vista. Quienes piensan diferente no son enemigos ni rivales, sino seres humanos con iguales derechos que nosotros. Se puede decirle a uno: «no estoy de acuerdo en lo que piensas o crees», pero no decirle: «no estoy de acuerdo contigo», ya que eso supone un desprecio total a otra persona. El presidente Zapatero se lo dijo a Hugo Chávez: «el respeto a los demás excluye toda descalific­ación personal». Quien dialoga gritando impone sus puntos de vista con violencia verbal, intentando ahogar las legítimas posiciones de los otros. Una vez un diputado de un país le dijo a otro: «No estoy de acuerdo con lo que piensa usted, pero daría mi vida porque usted pudiera decirlo». Eso es auténtica democracia. El valor de un ser humano está muy por encima de sus ideas, creencias o modos de vida. Hablar es una de las mejores terapias para acercarnos, querernos y colaborar en mejorar nuestras vidas y las ajenas. La palabra es, debe ser, un «arma de construcci­ón masiva», si queremos un futuro de paz y bienestar. Pero todo empieza en nuestro interior. Sólo desde nuestro bienestar, podremos procurar el del resto de la gente. La Biblia lo dice muy claro: «Amarás a los demás como a ti mismo» (ni más ni menos). Queda dicho.

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