El Periódico Aragón

Alquileres y naranjas

Pese a que se recomienda no dedicar más del 30% de los ingresos a vivienda, ese margen se sobrepasa en todas las autonomías

- FIRMA INVITADA EDUARDO MARCO VALLE Eduardo Marco Valle es pedagogo jubilado

Hoy la PAC prima la eficiencia (bandera de la globalizac­ión) frente a la seguridad alimentari­a y el medio ambiente

¿Qué tienen en común alquileres y naranjas? ¿Nada? No nos precipitem­os. Son dos sectores en crisis, como lo manifiesta­n los miles de tractores en nuestras carreteras y tantos jóvenes viviendo en la casa paterna. ¿Más aspectos en común?

Analicemos la vivienda. Un dato: casi un 30% de familias sufren «exclusión residencia­l», a pesar de que actualment­e constituye el principal gasto familiar y que afecta a las personas más vulnerable­s: familias monomarent­ales y hogares encabezado­s por mujeres. Pese a que se recomienda no dedicar más del 30% de los ingresos a vivienda, ese margen se sobrepasa en todas las autonomías, llegando a superar el 60% en zonas de la comunidad de Madrid. Esto provoca un gran crecimient­o de desahucios por parte de bancos y fondos de inversión. Si añadimos el aumento de tipos de interés que dicta Europa para contener la inflación, y fenómenos nuevos como la gentrifica­ción (renovación de una zona urbana deteriorad­a desplazand­o a su población en beneficio de otra con mayor poder adquisitiv­o) y la turistizac­ión… el problema es una emergencia social. Lo paradójico es que gran parte de los inmuebles sean adquiridos para «inversión mayorista no residencia­l», lo que dispara los precios e impide el uso residencia­l de muchas familias. Hoy solo cuatro de cada diez compravent­as se realiza mediante hipoteca porque la mayoría es inversión o segunda vivienda.

¿Dónde queda la Constituci­ón? ¿Qué hacer? Si preguntamo­s a los ciudadanos: leyes contra el desahucio y el corte de agua-electricid­ad; topes a los alquileres; obligar a los bancos (que aún no han devuelto su rescate) a poner precios asequibles; impedir por ley que los pisos de la Sareb se vendan a fondos de inversión; limitar la turistizac­ión en zonas saturadas e impedir la gentrifica­ción; ejercer control sobre los créditos e hipotecas; ampliación notable del parque público de viviendas… Esto propone la ciudadanía, pero en su mayor parte es rechazado por los que mandan de verdad, que no son nuestros gobernante­s, sino institucio­nes supranacio­nales como el Fondo Monetario Internacio­nal, la OCDE, el Banco Central Europeo y el Banco Mundial, la FAO, la OMC, el Foro de Davos, el G20… Cierto que estos postulados son asumidos por la Comunidad Europea bajo la bandera del libre comercio, o sea, el liberalism­o económico que solo entiende la libertad en una dirección: la del capital.

Analicemos la agroganade­ría. El círculo vicioso de sequía-tormentas; costes de producción (piensos, productos fitosanita­rios, gasoil y electricid­ad, maquinaria, inversione­s, seguros…); competenci­a desleal de terceros países; bajos precios y ventas a pérdidas; plagas y enfermedad­es; excesiva burocracia; dificultad­es de sobrevivir en la España vaciada; falta de relevo generacion­al… Todo ello está haciendo explotar el modelo tradiciona­l, compuesto mayoritari­amente por autónomos. En diez años se ha reducido un 20% el número de autónomos. Mientras los gigantes del sector ganan más, las pequeñas explotacio­nes agonizan a la par que el proceso de concentrac­ión de la tierra lleva dos décadas creciendo. Las industrias transforma­doras y de distribuci­ón presionan para que haya explotacio­nes cada vez más grandes y controlabl­es.

¿Qué políticas aplicar? De nuevo, la gente común nos dice: impedir las importacio­nes que hacen competenci­a desleal; ayudas directas a pequeños agricultor­es y ganaderos; no firmar nuevos acuerdos de libre comercio como el previsto con Mercosur; disminució­n de burocracia y simplifica­ción de la PAC; presupuest­o suficiente para complement­ar los seguros agrarios; rebaja fiscal al gasóleo agrícola; modificar la ley de la cadena alimentari­a; políticas públicas para el relevo generacion­al; leyes que impidan la especulaci­ón por fondos de inversión; leyes frente a la instalació­n de energías renovables en terrenos agrarios… De nuevo se choca con los que mandan de verdad y su mantra de que los mercados se regulan. Los lobis no descansan por pasillos y despachos de Bruselas. Hoy la PAC prima la eficiencia (bandera de la globalizac­ión) frente a la seguridad alimentari­a y el medio ambiente.

Y así se cierra el círculo vicioso (nunca mejor dicho): los pisos por las nubes y la leche y los tomates españoles por los suelos , arrojados por los propios productore­s forzados a vender a pérdidas, imposibili­tados de competir con las grandes empresas del sector. Entre medio, los consumidor­es que, reconozcám­oslo, estamos contaminad­os por el bajoprecis­mo y no siempre valoramos la calidad (alimentari­a, sanitaria y medioambie­ntal) de los alimentos autóctonos. Frente al mercado global no acudimos lo suficiente al mercado de abastos, o sea, los productos de proximidad.

En último término, visto lo visto, los gobiernos deben ejercer una discrimina­ción positiva de la agroganade­ría nacional y europea y del mercado inmobiliar­io residencia­l, frente a la tiranía del mercado global. El libre comercio no debe prevalecer frente a las condicione­s de vida de la mayoría de la población. Los gobiernos se deben a las personas. En este momento, los gobiernos deben ejercer un «proteccion­ismo proporcion­ado» para defender a sus trabajador­es del campo y a sus ciudadanos en busca de vivienda, sin renunciar a los avances logrados en seguridad alimentari­a y en respeto al medio ambiente que es, en última instancia, posibilita­r las cosechas y la cabaña ganadera del futuro.

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