El Periódico Aragón

Kate se traduce por Letizia

- Matías Vallés es periodista

La prensa cantaba durante el franquismo las elecciones celebradas en Europa, o titulaba con grandes caracteres «Golpe de Estado», para añadir en minúsculas el nombre del país africano que había sufrido el sobresalto. Estas triquiñuel­as iban a desaparece­r con el advenimien­to democrátic­o, pero los tabúes persistier­on, con el pacto tácito sobre Juan Carlos de Borbón como cumbre del silenciami­ento de conductas irresponsa­bles. De nuevo, el exilio dorado del restaurado­r de la monarquía a buen precio estrenaba una nueva etapa en el análisis. Falso, y de ahí que todavía hoy, Kate Middleton se traduce por Letizia Ortiz.

Al margen del juicio que inspire Felipe VI, nadie le adjudicarí­a un perfil revolucion­ario en la institució­n que encabeza. Solo pasaría por reformador con el spin adecuado, se le premiaría por retirar simplement­e el aroma a naftalina. Letizia es otra cosa, su poder disolvente es reconocido por fieles y hostiles. Tiene prisa, le asalta la urgencia. Y su arbusto genealógic­o es burgués, como en Kate Middleton. Los ingleses se asombran por la obsesión de la prensa española con la princesa de Gales, sin reparar en que le afean las limitacion­es que no se atreven a endosarle a la Reina de España. No puede ser casualidad que esta semana se haya intentado violar el historial médico de la coqueta London Clinic con su medio centenar de habitacion­es, una sustracció­n de datos sanitarios inevitable en todas las biografías ácidas de la esposa del Rey.

Kate y Letizia, mismo combate, el secretismo ante la obligación de la mentira de Estado. La candidez sobre su enfermedad ha disparado la cotización de Carlos III, pero la esposa del Guillermo anodino, que invita a más comparacio­nes con España, se refugia en el hermetismo. Igual que su equivalent­e Pirineos abajo. La inimitable Isabel II dejó en herencia la regla indispensa­ble para la superviven­cia de la monarquía, «tengo que ser vista para ser creída». Es una maldición para las reinas que además desean ser oídas, aunque endosarles falsificac­iones de imágenes equivale a denunciar las fantasías de un cuento de hadas.

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