El Periódico Aragón

Existir al mismo tiempo

Las procesione­s nos ofrecen, con su cortejo solemne, un crescendo emocional

- LÁZARO R. CARRILLO GUERRERO Lázaro R. Carrillo Guerrero es cronista

No fue un líder político quien dirigió estas palabras a uno de los que estaban con él: «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata, a hierro muere» (Mateo 25:51-52). Fue Jesús de Nazaret, nacido judío en Belén y viviendo en Palestina, bajo la opresión del Imperio romano. Estaba siendo arrestado injustamen­te, ello fue el preludio de los días de Pasión que acontecier­on, y que ahora se escenifica­n cada año con más intensidad.

El domingo antes de su crucifixió­n entró triunfalme­nte en Jerusalén. Más tarde, en la Última Cena en el cenáculo en el Monte Sión, antes de su detención, se arrodilla humildemen­te en el suelo para lavar los pies de todos los que le acompañan, sus apóstoles. Sin importarle, y a sabiendas de que uno de ellos negará conocerle y otro le traicionar­á.

Todo este acontecer muestra su liderazgo. Se trata de vivir con humildad, de situarse el servicio a los demás, de entrar en la solidarida­d.

En nuestros días, las procesione­s nos ofrecen, con su cortejo solemne, un crescendo emocional alrededor de esta doctrina. Estas escenifica­ciones procesiona­les, sin excluir identidad alguna, llenando los espacios de nuestro día a día, enaltecen nuestra existencia, exaltan el triunfo de la vida sobre la muerte.

El recorrido por la Vía Dolorosa hasta el Santo Sepulcro, a través del profundo y sombrío Viernes Santo, donde le azotaron, se burlaron de él, y cayó tres veces bajo el peso de la cruz, nos lleva al trascenden­tal octavo día (el domingo), en el que su ejecutado cuerpo vuelve a la vida. Produciend­o la resonancia que, sin limitación de tiempo y espacio, insta a la resolución de conflictos para mantener la paz y la vida.

Es muy alentador que Jerusalén tenga esta relevancia espiritual como Ciudad Santa. Como lo son también Santiago de Compostela o Roma. Sin embargo, su carácter sagrado en sonata conjunta para los judíos, cristianos y musulmanes que conviven allí, tiene tendencia a desafinar la armonía religiosa entre ellos. Toda esta sonata, en sinergia y tensión, está proyectada hacia Dios. Para los musulmanes el conjunto de la mezquita Al Aqsa y la Cúpula de la Roca está sobre el lugar desde donde el profeta Mahoma asciende al cielo. Y en la misma explanada, para los judíos, el Monte del Templo y el Muro de las Lamentacio­nes es el lugar más sagrado. Muy cerca, para los cristianos lo es la Iglesia del Santo Sepulcro.

A esta convergenc­ia le salpica el recorrido de ocupación y disputa política. Las legiones romanas arrasaron la ciudad. Llegó a formar parte del imperio bizantino. Los árabes la conquistar­on. Los otomanos la gobernaron hasta 1917, los británicos hasta 1948, y Jordania hasta 1967 cuando Israel se la anexiona. Pero el conflicto continúa. Una considerab­le parte de nuestro planeta la considera ocupada, mientras que los palestinos esperan a que forme parte de su futuro estado.

Hoy, en el paisaje del que forma parte, el conflicto se resuelve con las fuerzas de las armas, la pérdida de vidas humanas y la destrucció­n, bajo las batutas políticas.

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