El Periódico Aragón

«El Estado te abandona»

Tres supervivie­ntes de violencia por parte de sus padres maltratado­res explican la sensación de desamparo institucio­nal que sufren en estos casos

- E. C. Barcelona

Nerea aún recuerda el jeep de color blanco que usó la Guardia Civil para llevarla a vivir con su padre a los 9 años. A pesar de que la niña había explicado que fue abusada por él, también agresor de su madre, un juez la obligó a vivir con su progenitor hasta los 14 años, cuando se escapó. Blas aún teme los recuerdos de los vis a vis en la prisión con su padre, que ha cumplido 14 años de condena por el intento de homicidio de su madre. A Miriam no se le borra la imagen del reloj del punto de encuentro donde la obligaban a reencontra­rse con su padre. «Yo decía que no, y las horas iban pasando... al final te manipulan y te llevan con él, que es lo que más temes del mundo. Nadie te escucha», se queja la hija de María Salmerón. La vivencia de los tres es que «el Estado te abandona y te obliga a convivir con tu padre».

Estas son las voces de tres hijos nacidos de relaciones de maltrato que han sido víctimas de violencia vicaria. Se les rompe la voz y lloran cuando repasan las vidas de los niños asesinados a manos de sus padres a lo largo de los últimos días. «Podríamos ser nosotros», lamenta Miriam. «Nuestras madres llevan años peleando por nosotros, ahora nos toca a los hijos levantar la voz», sigue el joven.

La historia de maltrato de Miriam empieza, cuenta, durante el embarazo de su madre. «Él ya me pegaba entonces, pero se ve que, como era un feto, no cuenta», cuestiona. La madre lo denunció al nacer y lo condenaron a 21 meses de prisión. Hasta que la sentencia no fue firme, en 2008, padre e hija se encontraba­n en los puntos de

encuentro. «Mi padre era la persona que me daba más miedo en el mundo, pero la gente repetía que era encantador. Yo decía que no quería verle y les daba igual», sigue la joven periodista, de 23 años.

Con la sentencia firme, él reclamó la custodia y se la dieron al considerar­la víctima del falso síndrome de alienación parental, un concepto hoy prohibido. «Fue el peor año y medio de mi vida, una pesadilla, una cárcel: me encerraba en la habitación, tenía que comer y cenar allí. Me incomunica­ba, no me dejaba usar el móvil ni hablar a solas con mi madre». Logró volver con ella cuando el caso se hizo mediático. La mujer incumplió el régimen de visitas y acabó en prisión.

En el caso de Nerea, el relato de cómo la Guardia Civil la llevó hasta la que iba a ser su nueva casa tras haber vivido con su abuela materna hiela la sangre. «El profesor me dijo

que fuéramos a por el abrigo, que venía a buscarme mi tía, pero entonces lo recogieron todo. Yo me puse muy nerviosa y dije que no quería ir con mi padre. Me estuvieron enseñando su coche durante 45 minutos para que me calmara. Me despistaba­n por el trayecto, pero en cuanto vi la carretera que llevaba al pueblo de mi padre... Solo recuerdo que no paré de chillar», cuenta.

Blas, en cambio, tenía 9 años cuando vio cómo su padre golpeó a su madre hasta casi matarla. Después de aquel episodio solo lo veía en prisión. Hasta que quiso dejar de hacerlo. «Le tenía un miedo inasumible», explica el joven filólogo. «Todo el mundo te dice que tienes que querer a tu padre, y haces lo que se espera de ti», explica. «Nos usan para dañar a nuestras madres, y esto tiene secuelas», insiste Blas, que admite que usó la violencia contra su madre porque lo veía normal.

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