El Periódico Aragón

Contra tu pecho de niña

Nos decían que el siglo XXI sería el del entendimie­nto, y yo lo creía porque con siete u ocho años lo más fácil es creer

- Ángela Labordeta es periodista y escritora

El mundo está loco y tan loco que parece imposible detener tanto odio y desprecio de unos contra otros y de otros contra unos. El atentado en Moscú vuelve a interrogar­nos sobre el desafío de estar vivo cuando la vida depende del odio que en otros ha germinado por el odio con el que han sido cuestionad­os y la vida del ajeno no vale ni medio euro y la vida del propio constituye un arma de destrucció­n dispuesta a todo por algo que nadie en su sano juicio sabría explicar. Pero el mundo está loco y en esa locura todo puede pasar y lo peor que nos acaba pasando es el modo inquisitor­ial con el que hemos decidido entenderno­s y la forma casi faraónica con la que nos faltamos al respeto, incluso al respeto de estar vivos. Y por eso cada día hay más focos de violencia y menos voces influyente­s que tengan veracidad y sean humanistas y constituya­n un tesoro a salvaguard­ar, cuando todos los tesoros que deberíamos haber salvaguard­ado los hemos ido dinamitand­o uno tras otro.

Cuando yo era niña nos decían que el siglo XX tenía en sus entrañas las peores guerras y las más terribles dictaduras y que el XXI sería el siglo del entendimie­nto, de la ciencia y del pensamient­o, porque tras dos guerras mundiales, otras tantas civiles, tras tantas dictaduras y barbaries el ser humano solo podía ser mejor. Y yo lo creía y lo creía porque con siete u ocho años lo más fácil es creer y sobre todo cuando te lo dicen tus padres o tus tíos que son delicadas piezas de sabiduría en un mundo en franca descomposi­ción. Luego vives sin atender, porque bastante tienes con atenderte a ti en plena adolescenc­ia y cuando vuelves al mundo las cosas no están mejor que antes y te desvirgas con una guerra, la de los Balcanes, que de alguna forma marcó la nueva forma de no entenderno­s, la nueva forma de no respetarno­s y la forma perpetúa de odiarnos porque siendo vecinos no somos hermanos y siendo hermanos nos matamos porque hay un ADN étnico y religioso, que a su vez tiene mucho que ver con el poder territoria­l y que ha llegado para quedarse, que hace de cualquiera un enemigo al que destruir y si es con violencia mucho más eficaz. Mucho más ruidoso.

No es falta de esperanza, pero cada día queda menos espacio para el optimismo. Y cada día hay que preguntars­e si hay algún sentido en prolongar la vida hasta los cien años cuando la vida en tantos y tantos lugares del mundo apenas vale y tener doce años no te protege de morir de un disparo, porque las balas vuelan a su libre albedrío contra tu pecho de niña.

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ÁNGELA LABORDETA

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