El ‘efecto Allende’
¿Cómo se explica que una arribista sin experiencia política, incompetente, nepotista acreditada (a beneficio de su hermano o cuñada), con una grave acusación de dejar morir a miles de ancianos en las residencias durante la pandemia, un novio comisionista que le ha proporcionado un superhogar a cargo de sus probados pillajes (también en la ventana de oportunidad del covid) se lleve a los madrileños de calle en las recientes elecciones autonómicas? Por no hablar de su altanería, chulería, discurso faltón, el acreditado apego a los bulos y realidades alternativas que le sirve su Maquiavelo de vía estrecha, Torquemada de medios disidentes, muñidor de la guerra cultural que ella protagoniza como la nueva estrella pop de la rearmada derecha española (devenida ultraderecha trumpista). Pues bien, para explicar que MAR e IDA, este tándem que no superaría el test más básico de decencia, competencia, racionalidad y ética, campen a sus anchas en nuestro panorama político hay que recurrir al efecto Allende para explicarlo. Era don Salvador un ciudadano ilustrado, educado y honesto, un presidente moderado y reformista que intentó gobernar para la gran mayoría de los chilenos, más allá de las terribles presiones de los comunistas procubanos, del clúster antiprogresista (nutrido y muy poderoso) y de las maniobras de la CIA y Kissinger. Pues bien, esa alianza reaccionaria chileno-estadounidense prefirió a un general traidor y mediocre, que impuso el viejo orden de las élites con un terrorífico baño de sangre y la suspensión de los derechos elementales, antes de que cristalizara el «comunismo». Ayuso es ahora el talismán de una entente de intereses inmobiliarios, empresariales, hosteleros y financieros a los que se suman los crecientes reaccionarios sudamericanos asentados en Madrid, los aspiracionales que quieren ser «clase media» acodada a los poderosos y los españoles muy españoles de una comunidad autónoma artificial que se aferra a esa identidad. Esta variopinta mampostería retro ha encontrado su argamasa en la pop star de la guerra cultural, a la que se le perdona todo con tal de parar al «comunismo» que me enajenará el chalé, destruirá mi Ezpaña o me impedirá tomar cañas en terrazas infinitas. Todo por la libertad, aunque eso signifique sacrificar los servicios públicos, extender la desigualdad, imponer una pesebrera manipulación mediática o dejar que los sinvergüenzas campen sin cortapisas en nombre del libre mercado.