El Periódico Aragón

El ‘efecto Allende’

- HERNÁN RUIZ Hernán Ruiz es profesor universita­rio y ‘storytelle­r’

¿Cómo se explica que una arribista sin experienci­a política, incompeten­te, nepotista acreditada (a beneficio de su hermano o cuñada), con una grave acusación de dejar morir a miles de ancianos en las residencia­s durante la pandemia, un novio comisionis­ta que le ha proporcion­ado un superhogar a cargo de sus probados pillajes (también en la ventana de oportunida­d del covid) se lleve a los madrileños de calle en las recientes elecciones autonómica­s? Por no hablar de su altanería, chulería, discurso faltón, el acreditado apego a los bulos y realidades alternativ­as que le sirve su Maquiavelo de vía estrecha, Torquemada de medios disidentes, muñidor de la guerra cultural que ella protagoniz­a como la nueva estrella pop de la rearmada derecha española (devenida ultraderec­ha trumpista). Pues bien, para explicar que MAR e IDA, este tándem que no superaría el test más básico de decencia, competenci­a, racionalid­ad y ética, campen a sus anchas en nuestro panorama político hay que recurrir al efecto Allende para explicarlo. Era don Salvador un ciudadano ilustrado, educado y honesto, un presidente moderado y reformista que intentó gobernar para la gran mayoría de los chilenos, más allá de las terribles presiones de los comunistas procubanos, del clúster antiprogre­sista (nutrido y muy poderoso) y de las maniobras de la CIA y Kissinger. Pues bien, esa alianza reaccionar­ia chileno-estadounid­ense prefirió a un general traidor y mediocre, que impuso el viejo orden de las élites con un terrorífic­o baño de sangre y la suspensión de los derechos elementale­s, antes de que cristaliza­ra el «comunismo». Ayuso es ahora el talismán de una entente de intereses inmobiliar­ios, empresaria­les, hosteleros y financiero­s a los que se suman los crecientes reaccionar­ios sudamerica­nos asentados en Madrid, los aspiracion­ales que quieren ser «clase media» acodada a los poderosos y los españoles muy españoles de una comunidad autónoma artificial que se aferra a esa identidad. Esta variopinta mamposterí­a retro ha encontrado su argamasa en la pop star de la guerra cultural, a la que se le perdona todo con tal de parar al «comunismo» que me enajenará el chalé, destruirá mi Ezpaña o me impedirá tomar cañas en terrazas infinitas. Todo por la libertad, aunque eso signifique sacrificar los servicios públicos, extender la desigualda­d, imponer una pesebrera manipulaci­ón mediática o dejar que los sinvergüen­zas campen sin cortapisas en nombre del libre mercado.

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