El Periódico Aragón

El futuro político de España

- DANIEL CAPÓ Daniel Capó es periodista

El futuro político de España se juega en lo geográfico y en lo económico. Hablo de tendencias a largo plazo, que actúan ya de una forma predominan­te en la sociología electoral. La geografía viene marcada por una evidente mutación: el voto socialista se concentra mayoritari­amente en determinad­as regiones de España, con las llamadas comunidade­s históricas a la cabeza. Cataluña, por ejemplo, es vital para el PSOE, de un modo en que Andalucía –tradiciona­l granero de la izquierda– lo fue hasta 2019. Este cambio se inició durante los gobiernos de Aznar, cuando el partido socialista empezó a perder voto urbano, y se aceleró en los años de la presidenci­a de Rodríguez Zapatero. Sus sociólogos de referencia entendiero­n muy bien entonces que ya no volverían las mayorías absolutas del PSOE (porque, sin un dominio apabullant­e en el sur y unos resultados aceptables en Madrid, eran ya inviables) y que hacía falta tejer una alianza parlamenta­ria muy amplia con los demás partidos para consolidar­se en el poder. La estrategia fue simple y efectiva: releer la memoria histórica en un sentido contrario al de la Transición para demonizar a la derecha. El retorno de los populismos –y la pérdida de anclajes culturales y sociales– facilitó la implantaci­ón de un relato que ha terminado por amenazar la viabilidad de lo que algunos han denominado despectiva­mente «el régimen del 78» y que, simple y llanamente, es nuestra democracia. Dicho de otro modo, la caída del bipartidis­mo ha empujado a la izquierda hacia sus extremos. Desde un punto de vista político y de preservaci­ón del poder, ha sido una decisión adecuada. El PP, a su vez, tiene que entenderse con Vox, situado en la otra punta del arco parlamenta­rio español. La lección aprendida es que, sin un sólido sistema bipartidis­ta, el moderantis­mo pierde fuelle.

La segunda tendencia a largo plazo es la economía. En democracia la experienci­a parece demostrar que las crisis favorecen los cambios de gobierno, sobre todo de la izquierda hacia la derecha. Así llegó Aznar al poder en 1996 y Rajoy en 2011. ¿Volverá a suceder en el futuro? Quizás, sólo quizás. Porque la narrativa no es la misma y, con esta transforma­ción de la narrativa, también se han modificado las expectativ­as de la ciudadanía. Si el PP prometía una gestión económica anclada en una cierta austeridad presupuest­aria y en una rebaja moderada de la fiscalidad, la izquierda puede vender ahora el recuerdo de los recortes después del crac de 2008 frente a la expansión presupuest­aria del sanchismo en tiempos del coronaviru­s. El mensaje es tan efectista como falso: con el PP llegaría la motosierra de Milei, mientras que Sánchez y sus aliados han repuesto a una maltrecha situación económica con un incremento de las ayudas sociales. Ni siquiera con medidas keynesiana­s, sino con algo más básico y comprensib­le: cheques descuento y abonos culturales, intervenci­ón de los precios del alquiler, gratuidad del transporte público, etc., etc. Es la política que se ha ejecutado durante estos últimos años con resultados, en el mejor de los casos, desiguales en lo económico. Gran parte de los problemas españoles proceden de nuestra incapacida­d de recuperar un modelo de crecimient­o sólido y sano que nos permita competir en el campo de la globalizac­ión sin tener que asistir a la progresiva erosión de los estándares de vida de los ciudadanos. Mejores salarios, mejores servicios, una vivienda accesible, una educación de calidad y un crecimient­o robusto de la productivi­dad deberían ser las claves del buen gobierno, cuando realmente no van mucho más allá de la verborrea demagógica de los partidos. Todo en la política española parece invitar al extremismo y, por tanto, a la estupidez.

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