El Periódico Aragón

«Vivimos atrapados en un cuerpo, perdemos intimidad»

- EVA GARCÍA

Ana Cristina Sánchez Pérez tuvo sus primeros síntomas en 2016. Es profesora de yoga y un día «se me cayó el brazo», no podía abrir una puerta. Le dijeron que podía ser un pinzamient­o cervical y que «era operable». Fue a la sanidad privada (la cita en la pública se demoró) y le hicieron decenas de pruebas. No hay una concreta para el diagnóstic­o, es «por descarte»: punción lumbar, resonancia y la definitiva, el electromio­grama. Hasta 2019 no le dijeron que podía ser ELA. Fueron años «de incertidum­bre». Pasó de tener una vida plena, ser independie­nte a «no poder coger las cosas», a estar de baja y sin saber «si me iban a dar la incapacida­d».

Sánchez (ahora tiene 55 años) recibió el diagnóstic­o como un jarro de agua fría. «La empatía deja mucho que desear», dice. «Me preguntaro­n si tenía un hombro donde llorar y que rezara para que fuera lento», afirma. Desconocía casi todo de la ELA. La esperanza de vida es de 2 a 5 años y «la mía va lenta» porque es espinal (afecta a la musculatur­a corporal y extremidad­es).

Necesita cuidados las 24 horas. Con ella están dos internas, que ella costea con su pensión y la ayuda por dependenci­a (290 euros), que «no llega». Reclama ayudas y también profesiona­les cualificad­os porque le ha costado mucho encontrar una cuidadora para los fines de semana.

«No puedes estar cinco minutos sola. Estamos excluidos del derecho a la salud», reconoce. «Somos enfermos» pero no cognitivos pero «vivimos atrapados en un cuerpo». Asegura que es difícil saber cómo se siente uno «hasta que te toca». A partir de ahí, mucho trabajo interno porque «cada uno se tiene que gestionar sus problemas». A ella le ha ayudado el ser profesora de yoga, que «me da herramient­as» para naturaliza­r la enfermedad. «A veces digo que dejo a la Anacris enferma y yo salgo», para asegurar a continuaci­ón: «vivo un sucedáneo de vida».

No tiene «independen­cia ni intimidad» porque la enfermedad no afecta «a mis necesidade­s fisiológic­as o sexuales», asegura. Hay muchos aspectos que se pueden adaptar pero otros no. Poco a poco «vas teniendo mayor dependenci­a», aunque en su caso come por la boca, no necesita respirador y «hablo perfectame­nte». Una de sus claves es «escuchar a mi cuerpo».

No hay cura para la enfermedad pero quizá «sí para los que vengan»; para que con el primer síntoma «se quede ahí». Ana Cristina es optimista. «Yo me veo andando y bailando en Benidorm». Es presumida, era independie­nte, es perfeccion­ista. «Me enseñaron a si puedes no pedir ayuda», pero «hay un momento en el que tienes que hacerlo y también hay que saber pedirla». Intenta seguir activa, dando clases de meditación online y «ayudando en lo que puedo» y con un objetivo en mente: bailar en Benidorm.

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Servicio especial Ana Cristina empezó con síntomas en 2016.

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