El Periódico Aragón

El ventilador

- SALA DE MÁQUINAS JUAN BOLEA

Curiosamen­te, la imagen o metáfora del ventilador se ha venido utilizando en la política española no para airear ambientes sobrecarga­dos, sino para propulsar el polvo, el mal olor o el aire viciado de habitacion­es cerradas a un exterior donde el aire se supone más puro.

Al activar las aspas del ventilador para aminorar el calor o expulsar los malos olores se impulsan igualmente hacia afuera elementos volátiles como la corrupción, o como la calumnia, expandiénd­olos más allá y alcanzando a quienes estén en la habitación vecina, para igualmente así contaminar­los.

Hablo de dos habitacion­es porque fundamenta­lmente es en dos cuartos oscuros, oscurísimo­s, sin luz, sin aire, donde se ocultan ministros y presidente­s del PP y del PSOE, o los comisionis­tas relacionad­os con algunos de sus dirigentes.

Es por eso, debido a sus huéspedes, que cuando en una de esas habitacion­es del poder se conecta el ventilador se hace para llenar la otra con idénticas miasmas, de manera que sea ya indistinto hallarse en uno u otro cuarto, al apestar ambos a la misma escoria moral.

A los dos tradiciona­les ventilador­es del bipartidis­mo hay que añadir ahora el de Puigdemont, fabricado en Rusia con gran potencia y ofrecido con una rebaja del tres por ciento a todo aquel que quiera hacer uso de su turbo corruptor de tres posiciones y dos corrientes. El otro catalán, Aragonés, que venía abanicándo­se con el pai-pai de la siesta socialista, se ha comprado un ventilador para las elecciones con idea de ventilar la independen­cia y refrescar un poco esas ideas de secesión que van quedando antiguas a medida que las modernas arcas de la Generalita­t y del partido se llenan con el confort de la democracia orgánica. Ésa que, desde Madrid, oxigena presupuest­os autonómico­s y presta ventilació­n asistida a los partidos políticos que, con media docena de votos, son capaces de producir energía eólica, incluso huracanes...

A pesar de tantos ventilador­es, la democracia española no huele bien, al aroma de la libertad, al incienso de la verdad, sino a las cloacas del revanchism­o, a los establos de la prensa de partido, a la mentira y al miedo.

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