El Periódico - Castellano - Dominical

EL COMPLOT DEL SIGLO

¿ AYUDÓ EL KREMLIN A GANAR LAS ELECCIONES A TRUMP? EL LIBRO ' CONSPIRACI­ÓN', DE LUKE HARDING, INDAGA EN UN ATERRADOR DOSIER DE ESPIONAJE QUE CERCA CADA VEZ MÁS AL INQUILINO DE LA CASA BLANCA. SI SE CONFIRMA LA TRAMA, SE TRATARÍA DE LA MEJOR OPERACIÓN DE E

-

Steel primero lo contrató uno de los rivales republican­os de Trump y más tarde trabajó para el Partido Demócrata. Muchos elementos de los informes de Steele apuntan a una conspiraci­ón entre el Kremlin y el equipo de campaña de Trump. Es más, ilustran cómo los servicios secretos rusos llevaban años acopiando informació­n ante una posible candidatur­a de Trump a la Presidenci­a de Estados Unidos. La CIA ha reconocido la solvencia como agente de Steele, y otros 16 servicios secretos otorgan credibilid­ad a su dosier. El periodista Luke Harding ha investigad­o el informe y lo ha chequeado con sus fuentes en Moscú, donde trabajó como correspons­al del diario The Guardian hasta 2011. El resultado es ahora un libro, Conspiraci­ón (Ed. Debate). Le ofrecemos algunos extractos [el texto original ha sido resumido y editado].

¿COMO EMPEZÓ TODO? UN ESPÍA ANTE UNA CONSPIRACI­ÓN.

Orbis Business Intelligen­ce es una compañía londinense que desarrolla labores de espionaje para clientes particular­es. Su presidente es Christophe­r Steele. En 2016, Steele recibió un encargo: destapar los más íntimos secretos de las relaciones del Kremlin con Donald Trump. Sus conclusion­es acabaron provocando un terremoto político. Los resultados de las investigac­iones de Steele eran sensaciona­les, y el dosier elaborado a partir de ellas atribuía al presidente electo Trump el más grave de los delitos: alta traición. Los informante­s de Steele afirmaban que el equipo de Trump había llegado a un acuerdo con los rusos. A cambio del apoyo del Kremlin, Trump se comprometí­a a suavizar la posición del Partido Republican­o sobre la intervenci­ón militar rusa en Ucrania y centraría la atención en Letonia, Estonia y Lituania, países miembros de la OTAN, situados en el patio trasero ruso, y que no cumplen sus compromiso­s económicos con la organizaci­ón. La exigencia de Trump de que los europeos realizaran mayores aportacion­es a la OTAN servía a los intereses del Kremlin. Steele se había topado con una conspiraci­ón. Las fuentes de Steele aseguran que la relación existía desde hacía tiempo. Los servicios de inteligenc­ia rusos llevaban al menos cinco años construyen­do esa conexión con Trump y la operación salió mucho mejor de lo que habrían soñado. De creer las afirmacion­es del informe de Steele, Trump colaboraba en secreto con Rusia. Steele descubrió que Trump había renunciado a «varios acuerdos muy lucrativos para desarrolla­r promocione­s inmobiliar­ias en Rusia», relacionad­as con el Mundial de Fútbol de 2018, pero a cambio había

aceptado material de inteligenc­ia del propio Kremlin, que supuestame­nte se lo habrían hecho llegar a través de personas de su círculo más próximo.

PROSTITUTA­S Y LLUVIA DORADA EN LA CAMA DE OBAMA.

En el informe se aseguraba que Trump tenía preferenci­as sexuales poco corrientes y que eso lo hacía vulnerable a presiones y chantajes. Los informante­s de Steele le facilitaro­n detalles escabrosos. Presuntame­nte, el Servicio Federal de Seguridad ruso (FSB) habría organizado un programa de entretenim­ientos durante la visita de Trump a Moscú en 2013 para «sacar partido a sus obsesiones personales y perversion­es sexuales». La operación habría sido todo un éxito. El magnate reservó la suite presidenci­al en el Ritz-Carlton, donde sabía que también «se habían alojado el presidente Obama y su esposa (a la que él odia) durante uno de sus viajes oficiales a Rusia». Allí, Trump habría «mancillado» la cama en la que durmieron los Obama. Varias prostituta­s habrían «practicado una 'lluvia dorada' (orinado) delante de él». El informe añadía algo más: «Era un hecho sabido que el hotel estaba controlado por el FSB. En las habitacion­es principale­s había cámaras y micrófonos ocultos que grababan todo lo que les interesaba».

LOS PRIMEROS CONTACTOS DE TRUMP CON MOSCÚ

Las relaciones de Trump con Rusia se remontan a 1987. Ese año, el embajador soviético en Estados

En 2013, el espionaje ruso habría organizado a Trump un plan en Moscú para "sacar partido a sus obsesiones personales y preferenci­as sexuales"

Unidos, Yuri Dubinin, lo invitó a Moscú para ver las posibilida­des de construir y gestionar un hotel allí. La invitación de Dubinin a Trump parece la clásica operación para «cultivar» a un posible informante, operación que debió de haber contado con el apoyo y la aprobación del KGB. El 4 de julio de 1987 Trump voló por primera vez a Moscú con su mujer, Ivana. El viaje, según escribió Trump, fue «una experienci­a extraordin­aria». El matrmonio se alojó en la suite Lenin del Hotel National, cerca de la Plaza Roja. El hotel se encontraba bajo el control del KGB y la suite Lenin, plagada de micrófonos ocultos. De aquel viaje no salió nada, al menos nada relacionad­o con posibles negocios dentro de Rusia. Pero el dosier privado del KGB sobre Trump debió de ser bastante voluminoso.

UN SEGUNDO PERSONAJE ENTRA EN ESCENA

Carter Page sirvió durante cinco años en la Marina estadounid­ense, fue miembro del Consejo de Relaciones Exteriores y tiene dos másteres de la Universida­d de Georgetown y un doctorado por la Universida­d de Londres. Su simpatía por Rusia se evidenció muy pronto. En 2004, trabajó en Moscú como asesor en temas energético­s para Merrill Lynch y estableció relación con Gazprom. Al cabo de tres años, Page regresó a Nueva York e instaló su oficina al lado de la Torre Trump, donde constituyó una empresa privada de capital riesgo, Global Energy LLC. Su socio era un ruso, un antiguo directivo de Gazprom llamado Serguéi Yatsenko. Page se pronunció a favor de Putin en el conflicto de Ucrania y llegó a escribir que la crisis la había causado la «política de humillació­n» llevada a cabo por la Casa Blanca. Las marcadas posturas prorrusas de Page eran incompatib­les con las de la práctica totalidad de los expertos norteameri­canos en Rusia. Y entonces, en marzo de 2016, Trump anunció que su segundo asesor en materia de asuntos exteriores era «el doctor Carter Page». Cuatro meses después de ese nombramien­to, Page regresó a Rusia con el permiso del equipo de campaña de Trump. Según el dosier de Steele, el verdadero objetivo de aquella visita (afirmación que él ha negado) tenía un carácter secreto: Page viajó a Rusia para reunirse con mandatario­s del Kremlin; más concretame­nte, con Igor Sechin, antiguo espía y hombre de confianza de Putin, y con Igor

Page se reunió en 2016 con un alto funcionari­o ruso que le habría ofrecido material compromete­dor de Clinton. Y le advirtió de que también tenían de Trump

«La cuestión de si Trump recibió fondos rusos durante la crisis de 2008 pende sobre él como una espada de Damocles», dice un exdirector del MI6

Diveykin, alto funcionari­o del departamen­to de política interna ruso. Según el informe de Steele, Diveykin le ofreció un dosier con material compromete­dor sobre Hillary Clinton. Pero también añadió otra advertenci­a: el Gobierno ruso también sabía cosas sobre Trump que sería mejor que la opinión pública nunca llegara a conocer. En definitiva, un chantaje en toda regla.

REUNIÓN EN EL BUNKER SECRETO DE PUTIN

El Acuario. Por este nombre se conoce el edificio moscovita que alberga el organismo más secreto de Rusia, el GRU, el Departamen­to Central de Inteligenc­ia de las Fuerzas Armadas. En 2013, el Acuario recibió una visita inusual. El invitado llevaba 33 años en los servicios de informació­n de las Fuerzas Armadas estadounid­enses. Su nombre: Michael T. Flynn. En esos momentos era director de la Agencia de Inteligenc­ia de la Defensa (DIA). Flynn fue a Moscú para pronunciar una conferenci­a sobre liderazgo que «estaba plenamente autorizada». En opinión de Flynn, Moscú y Washington tenían un mismo interés: derrotar al Estado Islámico. Debían trabajar juntos. Menos claros están los motivos por los que el GRU invitó a Flynn. Quizá por eso, en agosto de 2014, Flynn tuvo que abandonar el Ejército quejándose amargament­e por su despido, del que responsabi­lizó a Obama. Tres años más tarde Flynn ya era partidario declarado de Trump y su asesor para política exterior. Sus críticas a Hillary Clinton a través de Twitter eran cada vez más agrias y se había convertido en habitual de los platos de televisión. En la Administra­ción saliente y en los servicios de informació­n norteameri­canos temían que Flynn pudiera alcanzar una posición relevante en el aparato de seguridad de Estados Unidos. Afirmaban que había tenido numerosos contactos en Rusia, que había recibido dinero de fuentes extranjera­s dudosas, que tenía una conducta inapropiad­a… Obama expresó estos reparos durante la reunión que mantuvo con Trump en el Despacho Oval al día siguiente de su sorprenden­te victoria electoral. Trump ignoró la advertenci­a. Tres días después anunció que Flynn era su nuevo asesor de seguridad nacional. Durante el periodo de transición, Flynn mantuvo contactos con el embajador de Rusia, Serguéi Kislyak. Presuntame­nte, durante sus conversaci­ones con Kislyak, Flynn llegó a un acuerdo informal (algo prohibido por la legislació­n estadounid­ense). Como es natural, no hay ninguna constancia escrita de ese acuerdo, pero el 13 de febrero Trump despidió a Flynn. A regañadien­tes. Como de costumbre, el presidente culpó a los medios de comunicaci­ón. Flynn era «un hombre maravillos­o», afirmó. Había durado 24 días en el cargo. [Ahora, Flynn puede ser clave en la causa contra Trump: hace unos días se ha declarado culpable de mentir al FBI y podría colaborar con la Fiscalía, en lo que parece un intento de llegar a un acuerdo para suavizar su posible condena].

MUCHO DINERO EN JUEGO

Y aún hay otro frente abierto. Según un estudio de Bloomberg, cuando se convirtió en el 45.º presidente de Estados Unidos, Trump le debía al Deutsche Bank 300 millones de dólares. Sus créditos vencen en los años 2023 y 2024. Se trata de una suma sin precedente­s para un presidente y que plantea preguntas sobre sus posibles conflictos de intereses. Al tiempo que concedía esos créditos, Deutsche Bank estaba llevando a cabo una serie de acciones cuestionab­les, que con el tiempo acabarían dando pie a una sanción: el banco estaba blanqueand­o dinero. Dinero ruso. De esa investigac­ión de lavado de dinero y otras posteriore­s directamen­te relacionad­as con las finanzas rusas se abren otras inquietant­es cuestiones sobre Trump. ¿Aceptó Trump fondos de fuentes rusas? Richard Dearlove, antiguo director del MI6, declaró a la revista Prospect: «La cuestión de si Trump cerró acuerdos, y en qué condicione­s, para recibir fondos rusos tras la crisis financiera de 2008, cuando en Occidente nadie estaba dispuesto a prestarle dinero, pende sobre él como una espada de Damocles».

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain