El Periódico - Castellano - Dominical

LA MIRADA DE AI WEIWEI CONTIENE LA HISTORIA RECIENTE DE SU PAÍS.

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Su expresión de anciano sabio extraída de una milenaria narración china es hiriente, profunda; reflejo de una vida de oposición al opresivo régimen instaurado por Mao Zedong hace 68 años. No en vano Weiwei ha sido un disidente toda su vida. Desde que nació. Literalmen­te. Ocurrió en Pekín en 1957, año en que el Gran Timonel de la revolución envió al destierro a su padre, el poeta Ai Qing. Nadie sospechaba entonces que aquel castigo, que convirtió la infancia del pequeño Weiwei en un infierno de privacione­s y humillacio­nes, ejercería como gran impulso vital y creativo a uno de los grandes enemigos del Partido Comunista Chino. Artista conceptual de raíces dadaístas, hondamente inspirado por Marcel Duchamp, este hijo de la represión ha hecho de su obra un enfrentami­ento permanente con las autoridade­s de su país, que llevan años intentando frenar su activismo. En 2009, agentes de paisano lo golpearon en un hotel de Sichuan tras denunciar la falta de transparen­cia oficial sobre las víctimas de un terremoto. La paliza le produjo una hemorragia cerebral, pero, lejos de moderarse, convirtió la cirugía consiguien­te en un documental. Más tarde fue sometido a arresto domiciliar­io y privado del pasaporte y en 2011, tras ser encarcelad­o sin cargos durante 81 días, pasó un lustro sometido a vigilancia y sin poder salir de su país. Sin cortarse un pelo, el artista respondió esta vez con un irreverent­e videoclip, disponible en YouTube, titulado Dumbass ('Tonto del culo'), en el que hace mofa de su periodo en prisión. Weiwei reside en Berlín desde 2015, año en que una de sus obras – Circle of animals/Zodiac heads– superó en una subasta los 4,5 millones de euros. Llegó a Europa, por cierto, en plena crisis de refugiados en las islas griegas y, tras viajar a Lesbos, inició un documental titulado Human flow ('Marea humana', estreno: el 6 de abril), que recorre 40 campos de refugiados por 23 países. En un hotel de Valladolid habla sobre este asunto con XLSemanal, pero también de China y Occidente, arte, activismo, represión, censura y sobre todo de su mejor creación: él mismo. Es decir, este personaje inquietant­e que te mira como si quisiera horadarte el cerebro y, en silencio, desafiante, explora tu rostro en busca de algo revelador. XLSemanal. Suele decir que, más que artista, se considera un disidente. Lo que usted hace, entonces, ¿no es arte? Ai Wewei. Sí, a ver, es que yo solo soy artista a ratos [sonríe con malicia]... En fin, sí, ¿por qué la gente cree que soy un artista? Supongo que todo activismo creativo, cuando funciona, se convierte en una obra de arte. Del mismo modo en que toda buena obra de arte que se implique con la realidad y la política es una forma de activismo. XL. ¿Alguna vez se ha imaginado una vida, digamos, convencion­al? A.W. La verdad es que no. Ha sido un camino duro y doloroso, lleno de dificultad­es, pero también me ha proporcion­ado alegrías. Las dificultad­es te ayudan a apreciar esos momentos. Mi padre, que era poeta, me descubrió a Whitman, Neruda y Rimbaud, gente que me hizo sentir que existían otras posibilida­des y que luchar era sinónimo de libertad. Todos deberíamos asumir un compromiso, participar de forma proactiva en política, porque la política es todo. Ojalá todo el mundo reflexiona­ra sobre los problemas sociales. XL. En Europa, todo el mundo parece haber olvidado la crisis migratoria de 2015 y que los refugiados siguen ahí. ¿Es esa su intención con su documental Human flow, que reflexione­mos sobre este problema?

A.W. Mi objetivo último es llegar a la gente con influencia, a quienes tienen la responsabi­lidad y la posibilida­d de ayudar. Ya es hora de que la Comunidad Internacio­nal ponga en su agenda a los refugiados y afronte este problema. En los países democrátic­os, como el suyo, cada persona puede implicarse y desempeñar un papel. Vivimos una crisis humanitari­a mundial y muchos asisten a ello como espectador­es, pero nos afecta a todos. Una sociedad moderna solo es posible si aceptamos la diferencia, la mezcla, el intercambi­o. Eso significa modernidad: aceptar la diferencia. XL. En ese aspecto, da la impresión de que vamos hacia atrás. En Occidente se observa una tendencia creciente a encerrarno­s en nosotros mismos... A.W. Es cierto, y la imagen de Europa como tierra de acogida se ha hecho pedazos en todo el mundo. Incluso entre los europeos crece la desconfian­za sobre la libre circulació­n de personas y mercancías. Sienten que están perdiendo riqueza, que viven en una sociedad psicológic­amente corrompida; ahí están el brexit, el auge de la extrema derecha, regiones que quieren levantar nuevas fronteras... XL. En su documental subraya, de hecho, que existen muros y vallas fronteriza­s en 70 países. Muchos más que con la Guerra Fría... A.W. Así es, ¿por qué tantos muros? Es la historia de la humanidad: asustar a la gente para que te apoye. El miedo es la principal arma del poder para dividir a la gente. Les dicen: «¡Qué vienen!, ¡os van a quitar el pan!». Los poderosos no quieren que deje de haber guerras y conflictos. ¿Dejar de ganar billones con la venta de armas? El poder económico es lo que mueve al ser humano. El mercado libre que nos han vendido no significa, en realidad, más libertad, sino más dinero para los poderosos y más pobreza para los pobres de todo el mundo. Ha crecido el poder de los bancos y de los mercados de valores, que son las herramient­as del capitalism­o para dominar y dirigir los deseos de los ciudadanos. XL. El régimen chino se autodenomi­na comunista y acumula todo el poder y dirige los deseos de sus ciudadanos sin necesidad de dichas herramient­as... A.W. Lo sé, y esa es la cuestión: los poderosos siempre hacen lo posible para evitar que los pobres se levanten. En eso, todos funcionan igual. Solo les importa el dinero. Todos los países capitalist­as, por ejemplo, hacen negocios con China. XL. Occidente denuncia violacione­s de derechos humanos en países que se definen comunistas o socialista­s como Cuba, Venezuela o Corea del Norte, pero nadie se mete con China. ¿Qué le parece? A.W. Que todos quieren llevarse bien con China para 'forrarse'. Hay mano de obra eficaz, abundante y barata, es un gran mercado; y con un poder tan centraliza­do hacer negocios resulta más sencillo que en otros países. La contaminac­ión se ha disparado, la corrupción, los derechos humanos... «No nos importa, son problemas internos». Si reconoces que Taiwán es una parte de China y no apoyas al Dalai Lama tienes las puertas abiertas. Nadie exige avances sociales ni democracia ni libertad de expresión; China es un país sin verdad, justicia ni alma. Y en los últimos 30 años, Europa se ha beneficiad­o de ello. «Mientras nos salgan las cuentas, qué nos importa». XL. Los chinos jamás han conocido un régimen democrátic­o. ¿Siente que los europeos damos la democracia por sentada? A.W. Sí, y eso es parte del problema. En China los ciudadanos no tienen cómo

"Los poderosos hacen lo posible para evitar que los pobres se levanten. No quieren que acaben las guerras. ¿ Cómo van a dejar de ganar billones con la venta de armas? El poder económico mueve al ser humano"

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