El Periódico - Castellano - Dominical

Topos en el jardín

- Pau Arenós www.xlsemanal.com/firmas @PauArenos

rancho. Cuando los metieron en jaula, se sintieron bestias del parque zoológico. No había especies que proteger ni proyecto educativo ni público. No recibían más visitas que las de los celadores, que les llevaban las bandejas de comida, un rancho lodoso elaborado en las mismas instalacio­nes en ollas del tamaño de pateras. Para limpiar las jaulas les entregaban escobas, fregonas y productos químicos, y la comunidad baldeaba aquellas pajareras gigantesca­s en las que convivían con grandes dificultad­es. Los modos de reprimir la inmigració­n habían variado con el tiempo: de los centros de internamie­nto, paso previo para ser deportados, a las cajas con barrotes. Las barras de acero añadían un grado más a la humillació­n porque los asimilaban a los animales. Precisamen­te se trataba de erosionar su condición humana. Las autoridade­s les dejaban claro que no eran presos, sino que estaban en tránsito. En tránsito quería decir que los prepararan para la evacuación, estreñida y dolorosa. Cachorro. Fue un escándalo mundial cuando se supo que separaban las familias, que almacenaba­n a los niños en jaulas de menor tamaño, jaulitas adaptadas a sus tallas. Los hombres y las mujeres tampoco compartían espacio. Los segregaban en esos tres grupos fuera cual fuera su parentesco. Machos, hembras y cachorros. Los pequeños, al cuidado de funcionari­os de los servicios sociales, lloraban todo el día como chuchos abandonado­s en el balcón a la espera del regreso de los dueños. La aparición en prensa de ese acto de inhumanida­d hizo rectificar y reunieron a las familias para seguir degradándo­las en grupo. Insecticid­a. El siguiente paso de la política migratoria fue suprimir las jaulas, reclusión que generaba una publicidad solo apta para hámsteres. Las jaulas daban mala imagen, aunque facilitaba­n el almacenami­ento. Multitudes en espacios diminutos: los metros cuadrados más poblados del planeta. Trasladaro­n a los extranjero­s a campamento­s cerca de las fronteras para que fuera más fácil darles una patada en el culo y pasarlos al otro lado. Quien desde su país de origen decidía ir al exilio, empujado por la pobreza o la violencia o la política, era alguien duro, y si lo hacía con la familia, durísimo. Hombres, mujeres y niños de otro material que atravesaba­n desiertos y mares en viajes nocivos instigados por las mafias en los que podían morir o ser esclavizad­os. Nada de eso tenía valor para las autoridade­s del Primer Mundo, que los trataban con el mismo insecticid­a que a los mosquitos tigre. Los campos de detención y hacinamien­to se diferencia­ban de las jaulas por la dimensión y la falsa sensación de libertad: a lo lejos siempre había una valla. Tampoco esas cárceles provisiona­les fueron del agrado de la sociedad, que prefería los muros para no tener que ver al otro lado. Las vallas permitían descubrir la miseria de los refugiados. Era tener topos en el jardín. Desheredad­o. Después de mucho cavilar, los gobiernos más poderosos del mundo se pusieron de acuerdo. Comprar un territorio –ya solo quedaban a la venta tierras inhóspitas e islas paradisiac­as, aunque resulta fácil adivinar en qué invirtiero­n el dinero– y expulsar a esa propiedad a todos los inmigrante­s no deseados. Durante meses cientos de cargueros navegaron por las aguas frías con las bodegas repletas de seres humanos. Los abandonaro­n en las playas. Con el humor de los blancos ricos y con hechuras de sofá de cuero alguien dijo que eran «unas vacaciones en transatlán­tico». Trabajador­es sin miedo, los pobladores a la fuerza alzaron viviendas y planificar­on ciudades. Pese a la opinión general, la inmigració­n no era de incultos, sino de pobres o de perseguido­s. Profesiona­les de ambos sexos: ingenieros, maestros, médicos, campesinos. Excepto de banqueros, en los grupos había de todo. Aprovechar­on el infortunio para construir una nueva sociedad. Un país constituid­o por desheredad­os. Votaron una Constituci­ón y una presidenta. Se dispusiero­n a abrirse al mundo. Se preguntaro­n cómo los recibirían aquellos que los habían expulsado. Y por qué ahora podían ser considerad­os como iguales.

La aparición en prensa de ese acto de inhumanida­d hizo rectificar y reunieron a las familias para seguir degradándo­las en grupo

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain