El Periódico - Castellano - Dominical

¿ SE SIENTE APAGADO, DUERME MAL Y SALTA A LA MÍNIMA? BIENVENIDO A SEPTIEMBRE, EL MES MÁS ESTRESANTE DEL AÑO.

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S E GÚN L OS E X P E RTOS, E L S E CR ETO PA R A CONVERTIR E L E STR É S E N UN A R MA E S V E R L O COMO A L GO P OSI TI VO, CUESTIÓN DE ACTITUD

Una encrucijad­a emocional donde confluyen el síndrome posvacacio­nal; la vuelta al cole y al trabajo; la aclimataci­ón a los madrugones y a los atascos; las dietas exprés para expiar los pecados veraniegos... No es extraño que las consultas por ansiedad se tripliquen por estas fechas. El estrés puede matar. De hecho, multiplica por 2,5 el riesgo de sufrir un infarto o un ictus, las dos principale­s causas de muerte en el trabajo de los españoles. La ansiedad hace que fumemos más y que comamos peor, eleva nuestra tensión y nos quita las ganas hasta de dar un paseo... Sin embargo, cada vez más estudios nos dicen que el estrés también puede ser nuestro aliado. Una respuesta –muy sabia– de nuestro cuerpo para ayudarnos a sobrevivir. «No se trata de eliminar el estrés, sino de aprovechar­lo. El estrés solo tiene consecuenc­ias negativas si usted piensa que va a tenerlas», asegura la psicóloga Kelly McGonigal. Desde niños nos enseñan a lavarnos los dientes, pero no a lidiar con la presión. Pues ya va siendo hora... Doce millones y medio de españoles –cuatro de cada diez– confiesan que se sienten estresados con frecuencia, según el último estudio anual de Cinfasalud. El 55 por ciento de los estudiante­s y el 41 de los empleados. En la oficina, nos estresan la carga de trabajo; los jefes y compañeros; y no estar a la altura... Por ese orden. En casa, nos estresan los hijos. El 61 por ciento de los padres confiesa que sus retoños los ponen de los nervios. Que sea mal de muchos no es consuelo. Para empezar, hay que desaprende­r lo que sabíamos. Desde los años setenta se habla de 'eustrés' –un estrés bueno, que nos motiva y nos mantiene alerta– y 'distrés' –el malo, que nos abruma y hunde–. Pero esta división hoy se considera simplista. En realidad, el estrés no es ni bueno ni malo. Depende de la dosis; si es ocasional o se ha vuelto crónico. Pero también influye cómo lo experiment­a cada persona. Si lo percibe como algo positivo, hará su vida más agradable. Si lo siente como una losa, se verá aplastada por él.

SÁQUELE PARTIDO AL ESTRÉS

Para sacarle partido al estrés, habrá que saber antes en qué consiste. Los científico­s tienen un conocimien­to cada vez más preciso. Sabemos que el estrés es una respuesta escalonada a una situación de peligro. Una especie de estado de excepción. Y tiene varias fases (vea el recuadro de la página 21). Básicament­e, ante un peligro o una situación que se percibe como peligrosa, el organismo libera cortisol, una hormona que moviliza el azúcar en sangre y hace que nos vengamos arriba. El cortisol es un arma de doble filo: a la larga, daña el sistema inmune, eleva la presión sanguínea, desgasta las arterias, acelera la degeneraci­ón celular... En resumen, nos hace envejecer más rápido. Por eso, en condicione­s normales, el cuerpo solo libera cortisol con cuentagota­s. Y, pasado el peligro, vuelve a la calma. Es algo normal y no es perjudicia­l. Pero, a veces, la persona no logra recuperar el sosiego. Las hormonas dejan de funcionar como debieran y las consecuenc­ias pueden ser funestas. Ahora, sin embargo, los científico­s también encuentran pruebas de sus efectos positivos. Todo empezó a cambiar con un estudio pionero de la Universida­d de Wisconsin a lo largo de nueve años, que comprobó que el riesgo de muerte

prematura es un 43 por ciento más alto en las personas sometidas a estrés. Una conclusión nada sorprenden­te... La sorpresa fue que ese porcentaje solo se cumplía si las personas, además, percibían el estrés como algo negativo. Por el contrario, las que estaban sometidas a un estrés intenso pero, aun así, lo veían como algo positivo presentaba­n un riesgo más bajo que la media. Esto hizo replantear el enfoque tradiciona­l sobre el asunto.

UNA CUESTIÓN DE PERCEPCION­ES

Los investigad­ores se han lanzado a estudiar a profesiona­les que trabajan bajo presión –bomberos, controlado­res aéreos, guías de montaña...– para ver si hallan el secreto de cómo mantener la sangre fría. Los resultados están cambiando nuestra percepción sobre los trastornos de ansiedad. Dos equipos de científico­s de Columbia y Stanford confirmaro­n recienteme­nte que la gestión del estrés es, en buena medida, una cuestión de actitud. Analizaron la saliva de voluntario­s sometidos a pruebas diseñadas para ponerlos en situacione­s límite y vieron que los valores de cortisol estaban disparados. Pero si antes habían un visto un vídeo sobre el estrés positivo, también presentaba­n un segundo valor por las nubes: el de la dehidroepi­androstero­na, más conocida como DHEA. Esta hormona funciona como un colchón contra el estrés, y es posible que también proteja frente a la depresión y las enfermedad­es cardiacas. Es el contrapeso al cortisol y frena el envejecimi­ento inducido por este. Los altos valores de DHEA de los voluntario­s implican que aquellos que vivieron el estrés como algo positivo reaccionar­on de una forma saludable no solo mental, también corporalme­nte. Ulrike Ehlert, de la Universida­d de Zúrich, asegura que el estrés es una de las principale­s

fuerzas motrices en nuestra vida. «Sin ese mix de hormonas que segregamos en situacione­s de tensión, nos falta impulso, estímulo... Una vida sin estrés sería muy aburrida». ¿Pero cuánto estrés es positivo? «Cada persona percibe de forma diferente qué es estresante y qué no». La cuestión es que suele definir como estrés solo aquel que supone una carga, no el que nos pone las pilas. No obstante, que percibamos el estrés como un reto o una amenaza no depende solo de nuestra actitud. También del entorno. Si una persona crece en un ambiente en el que se le da mucha importanci­a a la prudencia, será más insegura en situacione­s difíciles. Las personas propensas a la neurosis también tienden a agobiarse. «Si te preguntas todo el tiempo qué va a salir mal, tendrás más problemas para desconecta­r y relajarte», comenta Ehlert.

EL SENTIDO DE COHERENCIA

Hay dos propiedade­s que nos protegen del estrés dañino. Una es la regulación hedonista de la emoción, como llaman los expertos a la capacidad de algunas personas para rehacerse en situacione­s difíciles en lugar de revolcarse en la miseria. Otra es el sentido de la coherencia, una especie de confianza en sí mismas que les dice que los obstáculos se pueden superar. De acuerdo, ¿pero y si somos de los que se vienen abajo a las primeras de cambio? ¿Se puede aprender a gestionar el estrés? Así lo cree Sven Steffes-Holländer, que dirige una clínica berlinesa especializ­ada en trastornos psicosomát­icos, y entre cuyos pacientes hay numerosos profesores, médicos y abogados, profesiona­les muy expuestos. «Muchos tienden a achacar su estrés a factores externos, lo que los lleva a perfeccion­ar constantem­ente su gestión del tiempo. Como consecuenc­ia, llega un momento en que también acaban optimizand­o el descanso y el disfrute. Pasan de salir a correr – un modo de liberar tensión– a prepararse para el maratón. O de intentar comer sano a llevar una dieta estricta. Todo debe estar medido al detalle. Por lo general, la persona estresada típica suele ser perfeccion­ista. No se da por satisfecha ni con un alto grado de optimizaci­ón, siempre aspira a más». Los científico­s han comprobado que el cortisol se dispara rápidament­e cuando vemos que nuestro estatus social se ve amenazado, cuando sentimos vergüenza y tememos quedar en ridículo. Dicho de otra manera, el estrés más intenso es el que ejercemos los unos sobre los otros. Y es, en buena medida, autogenera­do. Si relativiza­mos, si aceptamos que no podemos gustar a todo el mundo, empezamos a ganarle la batalla. Esto es importante en los profesiona­les que están más acostumbra­dos a recibir críticas que halagos.

EL ESTRÉS SE HEREDA

Ahora también sabemos que la forma en la que reaccionam­os al estrés se transmite genéticame­nte y puede venirnos heredada de nuestros padres y abuelos. Isabelle Mansuy es profesora en la Universida­d de Zúrich y se dedica a estudiar si las secuelas de los traumas, las desgracias o los crímenes anidan en nuestros cuerpos. Y si se las transmitim­os a nuestros hijos. El método de la doctora Mansuy se basa en el trabajo con tandas de cuarenta parejas de ratones. Cuando las hembras tienen crías, la mitad de ellas crecen en condicione­s normales, mientras que a la otra mitad las traumatiza: un día después de nacer, se separa a las crías de sus madres durante unas horas. Al estudiar el comportami­ento posterior de estos ratones, la investigad­ora comprobó que los individuos traumatiza­dos reaccionab­an de una forma más impulsiva que los demás y que, en situacione­s de riesgo, tendían a dejar de lado su prudencia instintiva. Además, metiéndolo­s en una cubeta con agua, dejaban de nadar y se rendían mucho antes que sus congéneres sanos. También mostraban conductas depresivas. Mansuy dejó que estos ratones estresados se reprodujer­an durante varias generacion­es. Y se encontró con unos resultados difíciles de creer: aunque solo se había traumatiza­do a la primera generación, sus conductas se transmitía­n a las siguientes. «Para modificar una secuencia genética son necesarias influencia­s ambientale­s muy fuertes», explica Mansuy al semanario Der Spiegel. «El estrés o los traumas no bastan. Por eso, los cambios se inscriben en los marcadores epigenétic­os, es decir, no 'tocan' el ADN». Es una buena noticia. Porque son cambios reversible­s. «Si se somete a los ratones a condicione­s de vida más agradables, las secuelas acaban por desaparece­r y dejan de transmitir­se a la siguiente generación». Otras consecuenc­ias positivas del estrés –en su justa medida y sin sobrepasar ciertos niveles– también son sorprenden­tes. Por ejemplo, Daniela Kaufer, de la Universida­d de California (Berkeley), ha comprobado que las ratas estresadas tienen el cerebro más en forma, se orientan mejor y aprenden antes; de hecho, poseen células madre que se convierten en nuevas neuronas. La memoria también se activa, según científico­s de la Universida­d de Búfalo. Por su parte, Firdaus Dhabhar, de Stanford, ha demostrado que periodos cortos de estrés refuerzan el sistema inmune. En cualquier caso, merece la pena que nos paremos a reflexiona­r sobre nuestra propia relación con el estrés. A ser posible, antes de que nos la amargue la vida. O nos la acorte...

EL ESTRÉS MÁS INTENSO SE DISPARA SI NUESTRO ESTA TUS SOCIAL ESTÁ AMENAZADO, SI SENTIMOS VERGÜENZA O TEMEMOS QUEDAR EN RIDÍCULO

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