El Periódico - Castellano - Dominical

Siempre nos quedará Melania

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mientras Paul Manafort, antiguo jefe de campaña de Trump, era declarado culpable de cinco cargos por fraude fiscal; mientras Michael Cohen, su abogado, se autoinculp­aba de haber pagado con dinero de la campaña electoral sobornos a dos amantes de su jefe para taparles la boca; y mientras todos los periódicos del mundo se hacían eco de las razones por las que ninguna de estas circunstan­cias tumbarían al más rocamboles­co y peligroso de todos los inquilinos que ha tenido la Casa Blanca, The New York Times publicaba un artículo de Frank Bruni con tintes en apariencia mucho más frívolos y chuscos. Después de explicar que, a pesar de todos los pesares, casi un 90 por ciento de los votantes republican­os siguen respaldand­o al presidente y que apenas un 4 por ciento de ellos piensa que las conductas de Manafort y Cohen revelan el patrón de comportami­ento de su antiguo jefe, Bruni volvía sus ojos hacia la otra inquilina de la Casa Blanca para decir algo así como: «Siempre nos quedará Melania». Su tesis es que mientras otras primeras damas añadieron glamur a la presidenci­a, como Jackie Kennedy, o se empeñaron en promover la educación, como Laura Bush, o abogaron por la causa femenina, como Michelle Obama, Melania tiene al alcance de la mano una misión mucho más importante, librar al mundo de una pesadilla: su marido. ¿Cómo? Para Frank Bruni ya ha empezado su larga marcha hasta la consumació­n de esta gesta de una manera muy ladina, que tuvo su primera manifestac­ión cuando Trump aún no había sido elegido presidente. Rebobinemo­s hasta el día en que se hicieron públicas ciertas grabacione­s en las que su simpar esposo confesaba a un amigo que a las mujeres les encantaba que «las agarraran por el coño». Lo que dicho en inglés viene a ser grab them by the pussy. Aquella misma noche, para asistir al debate electoral televisado urbi et orbi que Trump debía mantener con Hillary Clinton, y con el mundo entero pendiente de su reacción, Melania eligió ponerse un espectacul­ar conjunto rosa de Gucci cuya blusa llevaba una lazada que se conoce como un pussy-bow. Un gesto que, unido a su impávida belleza de esfinge, venía a decir algo así como: «Sé lo que estáis pensando. No, no me chupo el dedo ni estoy de acuerdo con él y esta es la forma que he encontrado de hablar sin hablar». Posiblemen­te la elección de aquella lazada fuera solo una feliz casualidad. O tal vez no. Pero lo cierto es que ese día Melania Knavs, exmodelo y exinmigran­te ilegal eslovena, inauguró un extraño y particular código morse. Una forma de hacer ver que no es una esposa sumisa abocada a un eterno trágala, sino una mujer bastante taimada que ha encontrado el único modo posible de reírse de su marido sin que él lo note, pero el resto del mundo sí. Desde entonces, como un hermoso cisne que se desliza sobre una ciénaga sin que sus mugrientas aguas se adhieran a sus blancas plumas, navega a su aire. Y habla sin hablar, como cuando elige para una ocasión muy señalada un vestido creación de un modisto declaradam­ente anti-Trump; o cuando hace unos días volvió a ponerse otro pussy-bow para advertir a los jóvenes de los peligros del bullying, cuando todos sabemos que el rey de los bullies duerme –si no en su cama, porque hace años que no la comparten– en su misma ala de la Casa Blanca. Gestos huecos, dirán ustedes, patéticas señales de humo de una náufraga atrapada en su propia isla o jaula dorada. Quizá, pero, en un mundo tan absurdo en el que personajes como Trump retuercen la realidad mientras su parroquia no solo no se alarma, sino que los jalea y eleva a los altares, la salvación solo puede venir de dentro, en este caso del círculo más íntimo del presidente. De un caballo de Troya que, como ella, no solo consigue reírse de su marido, sino que tiene la potestad de asentarle el más eficaz de los golpes. ¿Se imaginan que un día anuncie su divorcio y empiece a hablar de verdad? Según Frank Bruni, que conoce bien el sentir del americano medio, Trump, que se balancea peligrosam­ente ante el precipicio de sus muchas mentiras, solo necesita el suave y femenino empujoncit­o de ciertas uñas perfectame­nte manicurada­s en color rosa Gucci para caer en el abismo de su propia incoherenc­ia y megalomaní­a.

Ha encontrado el único modo posible de reírse de su marido sin que él lo note, pero el resto del mundo sí

"No me he hecho rico porque siempre reinvertí lo que gané. ¡Que me quiten lo bailado!"

XLSemanal. Hace 5 años dijo que nunca se retiraría... Víctor Ullate. [Ríe]. Pues he cambiado de opinión. Dejo la compañía en manos de Lucía Lacarra, y tanto Eduardo Lao (el director artístico) como yo damos paso a savia nueva. XL. ¿Y dónde pretende jubilarse? V.U. En Villanueva de la Vera (Cáceres): allí hay muy buena energía. Vendré cada diez días a Madrid porque seguiré al frente de la Fundación para la Danza, una casa de acogida para niños que no tienen recursos, donde seguiré dando clases. XL. ¿Mantener una compañía de ballet clásico ha sido una lucha titánica? V.U. Sí; pero no por el público, que llena todos nuestros espectácul­os siempre. Falta interés político por ayudar a que la danza clásica deje de ser minoritari­a. XL. En el camino, muchas lesiones, cirugías... V.U. A los 21 años, los médicos me dieron por inútil para bailar, pero me propuse continuar y salí adelante. Fue muy duro; si no me ponía antiinflam­atorios de cien miligramos no podía dar un paso, pero el destino no pudo contra mí. XL. Y ha sufrido dos infartos. Estoy V.U. ¡Los aquí disgustos de milagro. y las Muchas preocupaci­ones! veces he querido tirar la toalla, pero el amor a la danza pudo más. XL. Hace 60 años, ¿sus padres entendiero­n que quisiera ser bailarín embutido en mallas o lo veían un poco ‘rarito’? V.U. Mis padres me apoyaron siempre, aunque otros niños me verían ‘rarito’, sí. Es absurdo ese miedo, la danza no hace gais: el que lo es lo es; y el que no no se hace porque baile. Dos de mis hijos son bailarines y ninguno es gay [ríe]. XL. A los 18 años fue primer bailarín en la compañía de Maurice Béjart. V.U. Él fue mi maestro y mi amigo. Pasé 14 años a su lado, regresé a España para dirigir la Compañía Nacional. Aquí fue todo muy difícil por la falta de medios, pero aprendí a dirigir y tras 4 años fundé mi propia escuela y compañía. XL. Entre sus alumnos están Tamara Rojo, Igor Yebra, Ángel Corella, Lucía Lacarra… ¿hay que irse fuera para triunfar? V.U. Nadie es profeta en su tierra. Pero también es bueno conocer otras escuelas. Y yo intento que los que se van vuelvan. XL. Tiene todos los premios, ¿le compensó? V.U. Sí; los premios no te sacan del hoyo, pero satisfacen. Yo no me puedo quejar: la Comunidad de Madrid apoya mi compañía desde hace 20 años. Pero no me he hecho rico porque he vuelto a invertir lo ganado siempre. Al morir, no te llevas nada; en cambio, siempre voy a estar vivo por lo que dejo. ¡Y que me quiten lo bailado! No necesito más.

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