El Periódico - Castellano - Dominical

Alguien tiene que matarrlas...

Las pitones son una plaga en los Everglades, la región pantanosa de Florida. Devoran todo lo que se cruza en su camino, lo que supone un grave problema para la naturaleza. Por eso hacen falta tipos como Dustin Crum, 'The Wildman', el hombre salvaje. Lo se

- POR NICOLAS BÜCHSE / FOTOS: JOSH RITCHIE

E MOCIONES F UERTES

Dusty Crum tiene 38 años y atrapa serpientes con sus propias manos. También se gana la vida con las orquídeas que florecen en los pantanos de Florida.

"LA SERPIENTE NO LLEVA ZAPATOS",

dice Dusty Crum. Por eso él va descalzo. «La serpiente no tiene cuchillo ni pistola», por eso él va desarmado. Si tiene que luchar, ha de ser una lucha justa. El sol, ya de un rojo ardiente, se hunde entre las hierbas altas de la región pantanosa de los Everglades, en Florida. Dusty Crum está sentado en la plataforma elevada que ha fijado sobre la caja de su furgoneta pick up, y observa la húmeda jungla de hierba, matorrales y cipreses en la que se ocultan las serpientes. «No soy un cazador», dice. Silencio. Su mirada sigue fija en el pantano. Ahora, durante las últimas horas de la tarde, es cuando las serpientes salen del agua buscando calor en la orilla. «Soy el protector de los Everglades. Las serpientes no tienen la culpa de estar aquí. Todos somos criaturas de Dios. Las serpientes también. No tienen por qué sufrir». Aun así, él tiene que matarlas. «Lucho por los animales pequeños, por las nutrias, los zorros mangleros y las liebres», dice. Dusty Crum ha crecido en los pantanos de Florida. Le llaman The Wildman, el hombre salvaje, y lleva el apodo con orgullo. El Parque Nacional de los Everglades es uno de los más famosos de Estados Unidos, se extiende desde el lago Okeechobee en el norte hasta la punta sur de la península de Florida. En realidad, más que un pantano es un único río de unos pocos centímetro­s de profundida­d y un ancho que puede llegar hasta los 60 kilómetros. Los Everglades son un paraíso. Pero, es lo que tienen los paraísos, un buen día llegó una serpiente y lo echó todo a perder. La serpiente en cuestión no era de aquí, sino una pitón tigre, Python molurus bivittatus. Es una de las especies más grandes del mundo, puede superar con creces los cinco metros de largo. Durante mucho tiempo se encontraba únicamente en las zonas tropicales y subtropica­les del sur y el sureste de Asia. Pero luego empezó a extenderse también por Florida. Sobre cómo llegó la pitón a los pantanos de esta parte de Norteaméri­ca hay dos teorías. La primera sostiene que, en los años 80, en Florida estuvo de moda tener reptiles en casa como mascotas, y mejor cuanto más exóticos. Miles de animales procedente­s de África o Asia aterrizaba­n en el aeropuerto de Miami. Una de las especies habituales en los cuartos de estar de las casas de Florida era la pitón tigre. Sus dueños, al principio encantados, asistían cada vez más preocupado­s al crecimient­o de unas crías de 25 centímetro­s que llegaban a multiplica­r su tamaño por 20.

Es muy probable que muchos decidieran soltar a sus ya no tan queridas mascotas. Dusty Crum, por su parte, es partidario de la segunda teoría. Cree que se debió al impacto del huracán Andrew, que destruyó en 1992 un centro de cría de reptiles y dejó libres a sus ocupantes. «Unas 900 crías de pitón llegaron así al Parque Nacional de los Everglades». Al margen de cuáles fueran las posibles causas, lo cierto es que estas criaturas empezaron a multiplica­rse masivament­e en los primeros años del siglo XXI. «Calculamos que ahí fuera hay unas 100.000 pitones», dice Dusty, y señala con la cabeza hacia los pantanos. «Son una amenaza enorme, tienen un apetito insaciable». ARRANCARTE L OS DI E NTES DEL B R AZO. El departamen­to encargado de la gestión del agua en el sur de Florida emplea desde el año pasado a 25 cazadores de pitones. Y si preguntas a la gente de la zona cuál es el mejor de esos cazadores, el primer puesto lo ocupa Dusty Crum. Él es el hombre que ha capturado el mayor ejemplar de pitón jamás visto en Florida, con unos impresiona­ntes cinco metros y 18 centímetro­s. «Hay que ser una persona estoica para ser un buen cazador de serpientes», dice Dusty. «Hay veces que me paso tres días seguidos sin ver una sola pitón». Dusty mata el tiempo reflexiona­ndo. Sobre la vida, los animales, los seres humanos, las orquídeas. Vender orquídeas es su segundo empleo, lo hace en la pequeña ciudad de Venice. «Con las orquídeas es al revés que con las serpientes. Las orquídeas me dan tranquilid­ad, me aportan equilibrio. No intentan matarme», dice Dusty. Un buen cazador debe valorar bien el peligro y saber leer a la serpiente, explica. «Cada una tiene su propio temperamen­to. Una puede ser agresiva, otra solo querer que la dejes en paz. Siempre tienes que estar atento a lo que te dice el lenguaje corporal de la serpiente». Una de ellas no fue del todo sincera con Dusty, su lenguaje corporal lo engañó. Cree que fue la serpiente número 29 de su lista. Era un ejemplar soberbio, estaba tomando el sol tranquilam­ente en medio del camino. Dusty se acercó para hacerle una foto antes de capturarla, y justo cuando pulsó el disparador, la serpiente desapareci­ó en el agua. «Solo me dio tiempo a cogerla por la cola, pero en ese momento se me vino el sombrero sobre la cara y no pude ver nada durante unos instantes. La serpiente me mordió en el brazo, y tuve que recurrir a todas mis fuerzas para abrirle la mandíbula y sacar los dientes de la carne». Levanta el brazo para enseñarnos las marcas de la mordedura, como si fuesen un trofeo de caza. Las pitones son serpientes constricto­ras, estrangula­doras, pero también tienen dientes. Entre 100 y 150 se alinean en sus fauces. No sirven para masticar, sino para sujetar y empujar hacia dentro los cuerpos de las presas. Por eso, todos ellos están orientados hacia atrás y, según Dusty, cuando muerden «duele horribleme­nte, tienes un problema muy serio». Un buen cazador de serpientes, dice Dusty, aprende de este tipo de experienci­as, mejora. Lo que él ha aprendido es que tienes cuatro segundos. Con la mano izquierda distraes a la serpiente. Agitas la mano de un lado a otro, eso la desconcier­ta. Con la derecha la agarras. La sujetas justo por detrás de la cabeza. Luego coges la cinta adhesiva que previament­e te habías enrollado en el índice de la mano izquierda y la fijas alrededor de la boca de la serpiente. Los ejemplares que captura los lleva al organismo oficial que le ha contratado. Allí los miden y los sacrifican. Le pagan 8,5 dólares por hora, cantidad por debajo del salario mínimo, a lo que hay que sumar 50 dólares por las serpientes que midan más de metro y medio, y otros 25 dólares por cada 30 centímetro­s más.

NO HAY V E NENO QUE VAL G A.

Dusty no se plantea utilizar otros métodos de caza. «No hemos encontrado venenos que maten solo a las pitones y no a los demás animales al mismo tiempo. Unos científico­s me hablaron una vez de una feromona que habían desarrolla­do para atraer a las serpientes, pero no volví a saber de ellos. El año pasado incluso trajeron a dos cazadores de cobras desde la India. Se metieron en los pantanos en busca de nidos de serpientes. Un trabajo infernal. Al final cogieron 33 serpientes en un mes, y rompieron unos cuantos huevos. Eso también lo puedo hacer yo desde la furgoneta». Poco después de haber dicho estas palabras, Dusty baja al suelo de un salto, echa a correr por el terraplén y todo ocurre en un instante: distraer con la mano izquierda, atrapar con la derecha, listo. La pitón mide tres metros, no es un ejemplar de los grandes. Es solo una más del millar largo de pitones que Dusty y sus colegas han capturado en el último año. Mete la serpiente en un saco y lo ata con una cuerda. Luego se vuelve a subir a su puesto de vigilancia en lo alto de la furgoneta. Ahí fuera todavía quedan otros 100.000 ejemplares. Sísifo subía una roca por una colina, ese era su castigo. The Wildman escudriña el pantano, pero para él es una suerte.

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