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Astronomía.

El legado de Stephen Hawking, a seis meses de su muerte.

- POR CARLOS MANUEL SÁNCHEZ / FOTO: WOLF HEIDER

Que los agujeros negros no son tan negros y que el universo pudo surgir de la nada son las grandes aportacion­es de Hawking a la ciencia. Seis meses después de su muerte, el físico sigue dando que hablar... y que pensar.

Su colega y amigo Roger Penrose acaba de anunciar que ha encontrado restos de un universo anterior al nuestro. Se trata de unas manchas de colores en la radiación de fondo de microondas, el eco del Big Bang, que sigue vibrando como la explosión de un petardo reverberar­ía en nuestros tímpanos. Y ha bautizado esas manchitas, con forma de espiral, con el nombre de 'puntos de Hawking'. Son –especula Penrose– grumos de agujeros negros a los que no les ha dado tiempo a disolverse del todo cuando un universo anterior se extinguió. Recordemos que Penrose es el padre de la cosmología cíclica, según la cual en el origen del universo no habría un único Big Bang, sino una traca valenciana.

LAS EXPECTATIV­AS GENERADAS POR HAWKING HAN DADO PASO A CIERTO DESENCANTO POR LA FÍSICA. LAS TEORÍAS MÁS INTERESANT­ES SON INDEMOSTRA­BLES

A pesar de que Penrose –el oráculo de Oxford– tiene un prestigio fuera de toda duda, la comunidad científica se ha tomado este anuncio como si hubiera salido de la boca del excéntrico Sheldon Cooper, el personaje de la serie televisiva. Impactante pero indemostra­ble. Y es que existe un cierto desencanto con la física especulati­va. Y esa decepción se debe en buena medida, como explica John Horgan en The scientific american, a las expectativ­as generadas por el propio Hawking en los años ochenta, cuando anunció que la física estaba a punto de conseguir una teoría final, la teoría del todo, la que unificaría por fin la relativida­d –la fuerza gravitator­ia que gobierna lo infinitame­nte grande– y la mecánica cuántica –el principio de incertidum­bre que impera sobre lo infinitame­nte pequeño–. Einstein no pudo conciliarl­as. Hawking tampoco; pero al menos estableció la primera cabeza de puente para unirlas allá por 1974, cuando estudiaba los agujeros negros y descubrió que, contrariam­ente a lo que se creía, una radiación sí era capaz de salir de allí. Aquello no era una teoría más. Era medible. Era demostrabl­e matemática­mente.

LA NADA. Hawking pensaba que el universo surgió de la nada. Y demostró que no era necesario que hubiera algo antes del Big Bang para que se generase. De la nada surgen continuame­nte parejas de partículas que, como un matrimonio mal avenido, chocan y se anulan mutuamente, dejando de existir. Esto se conoce como 'una fluctuació­n cuántica'. Sin embargo, cuando una de estas parejas aparece en el borde de un agujero negro, una partícula puede caerse dentro y la otra vagar por el espacio, soltera y sin compromiso. Es la radiación de Hawking, que propuso una ecuación para medirla. Todavía no se ha encontrado esa radiación, pero, si hizo falta un siglo para encontrar las ondas gravitacio­nales que Einstein predecía en 1915, quizá haga falta otro siglo para encontrar la radiación que Hawking intuyó hace cuarenta años. El hallazgo de Penrose –sea lo que sea– es la primera revisión post mortem del legado de Hawking. Vendrán más. Lo que sabemos del uni- verso empalidece si lo comparamos con lo que nos queda por saber. Mientras tanto, se suceden las tentativas de una teoría del todo que cumpla lo que Hawking auguraba. «Lidera la carrera la teoría de cuerdas (unos hilillos actúan como pegamento entre las partículas y las fuerzas fundamenta­les

y cuya existencia implicaría un espacio con nueve o más dimensione­s). El problema es que no podemos concebir un experiment­o para detectar las cuerdas o las dimensione­s extra», se lamenta Horgan. Una variante de la teoría de cuerdas es la teoría de membranas. Mismo problema. Las membranas serían demasiado pequeñas. Sabine Hossenfeld­er, física cuántica, reconoce: «Llevo veinte años de mi vida investigan­do. Pero ya no estoy segura de si lo que hacemos, las teorías fundaciona­les de la física –la supersimet­ría, la inflación cósmica, los multiverso­s...–, es ciencia. Y si no es ciencia, ¿por qué estoy perdiendo el tiempo aquí?». George Ellis, otro físico prestigios­o, señala un problema más acuciante: «La falta de preocupaci­ón que demuestran los físicos por hallar evidencias empíricas no solo es perjudicia­l para la física, lo es para la ciencia en general. La ciencia está teniendo una mala época, se está topando con mucho escepticis­mo cuando habla de cambio climático, de transgénic­os, de energía nuclear... Y si la física teórica, que se supone que es la base de la ciencia, empieza a relajar los requisitos, las implicacio­nes son muy serias para otros campos», alerta. A Hawking se le colgó la etiqueta de divulgador más como sambenito que como elogio. El personaje mediático eclipsaba al genio. Y no ayudaba que se moviera en los límites entre la física y la metafísica, entre ciencia y religión. El trabajo póstumo de Hawking, en colaboraci­ón con Thomas Hertog, todavía está en fase de revisión. Lo tituló, humildemen­te, con una pregunta: ¿Una salida suave de la inflación eterna? En el fondo, lo que nos proponía Hawking es que nunca nos diese miedo preguntar. Quizá ese fue su mayor legado.

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