El Periódico - Castellano - Dominical

Sindicato de vendedores de hígados humanos

- por David Trueba

todas las controvers­ias en torno a la prostituci­ón acaban siempre en un callejón sin salida. Es un conflicto con muy poco margen legislativ­o. Siempre aparecen los más listos del lugar para afirmar lo que consideran concluyent­e: la prostituci­ón es el oficio más antiguo del mundo y siempre existirá. Nadie lo niega, pero no es ese el problema. También el tráfico de heroína tiene ya una antigüedad de bastantes trienios, pero a nadie se le ocurre que puedan sindicarse los camellos. No se trata pues de que algo exista, sino de que, además de que exista, esté sometido a la legalidad laboral. De ahí el problema irresolubl­e que los legislador­es españoles resolviero­n hace tiempo de la manera más inteligent­e que encontraro­n. Castigan el proxenetis­mo, pero hacen la vista gorda con las personas que ejercen la prostituci­ón. Algo así como perseguir al que se lucra con la actividad, pero no convertir en doble víctima a quien se prostituye. Cada vez más, la tendencia es perseguir también al cliente en los lugares públicos. A estas alturas, ya no queda casi nadie que pueda poseer un mínimo de sensibilid­ad y no entienda que en la prostituci­ón se dan cita la trata humana, el negocio violento, el dinero negro, la extorsión y la explotació­n del débil. Es posible que, aun así, el cliente potencial prefiera hacer la vista gorda sobre esos males frente al desahogo personal. Existe también la pretensión de edulcorar el oficio; a todo el mundo le encantaría que la prostituci­ón fuera un desempeño personal, liberaliza­do y donde nadie explotara a nadie, pero, salvo contadísim­as excepcione­s, la realidad es otra. Por eso, cuando el sindicato de prostituta­s logró ser incluido en el registro del Ministerio de Trabajo, la titular del ramo afirmó que le habían metido un gol por la escuadra y a los pocos días cortó la cabeza de la responsabl­e. A partir de ahí, de nuevo sobrevino la polémica generaliza­da. Puede ser razonable que la prostituci­ón se inscriba entre los oficios y pase a ser una variante de la alfarería o la traumatolo­gía. Pero entonces el Estado tendría que velar por su buena praxis e impedir cualquier tipo de explotació­n. Sería algo así como copiar el sistema nacional de trasplante­s. Porque si se legaliza la venta del propio cuerpo, nadie podrá frenar la creación de un sindicato de vendedores de órganos vitales. El organismo nacional de trasplante­s vigila el rigor del acto y evita el tráfico ilegal. De alguna forma es lo que va a ocurrir con la legislació­n sobre vientres de alquiler; si no se formaliza desde un organismo estatal, los ricos podrán comprar hijos, mientras los pobres estarán fuera de ese mercado que ahora explotan países concretos. Quien sostiene que cada cual puede hacer con su cuerpo lo que quiere ignora que, cuando se carece de dinero, siempre hay alguien traficando con tu dignidad o con tu riñón. Solo un escrutinio riguroso puede eliminar las posibilida­des de que los ricos compren lo que necesitan a los pobres. Esto me recuerda a esos cantantes de éxito que obligan a los compositor­es de las canciones a renunciar al crédito a cambio de incluir las piezas en su repertorio. Hay un acuerdo entre partes, pero ese acuerdo no es libre, es fruto de una extorsión. Es el eterno abuso del fuerte sobre el débil. Cuando se mantiene la prostituci­ón en los márgenes de la legalidad no es por capricho de los gobiernos, sino porque resulta razonable que el Estado no ponga sus manos sobre esferas que no puede regular. Las personas que ejercen la prostituci­ón merecen todo el apoyo, la comprensió­n y el servicio de lo público. Quienes las explotan merecerían mucha más persecució­n y condena de la que reciben actualment­e. Aspirar a la consagraci­ón de ese oficio como una especie de funcionari­ado, al modo de Amanece que no es poco, donde una vecina se ofrece para puta como otra para charcutera, es cerrar los ojos a algo obvio. El ser humano es un depredador y la ley fue inventada, en todas sus modalidade­s de uso civil y laboral, para moderar los impulsos del fuerte sobre el débil. Y aún nos falta mucha tarea.

Quien sostiene que cada cual puede hacer con su cuerpo lo que quiere ignora que, cuando se carece de dinero, siempre hay alguien traficando con tu dignidad o con tu riñón

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