El Periódico - Castellano - Dominical

Distinguid­o doctor

- @PauArenos por Pau Arenós www.xlsemanal.com/firmas

mandril. El joven político de provincias era una promesa malcriada por la dirección del partido. Muy activo en las juventudes de la organizaci­ón –el término 'juventud' era de una cómica elasticida­d, ya que algunos de los activos tenían barbas de matusalén–, a donde llegó con chaqueta y corbata a la edad del pantalón corto. Lo habían educado para flotar en las aguas fétidas y, algún día, estar en disposició­n de liderar el partido, disputando el cargo a otros cachorros igual de fieros. Había sido diputado en el parlamento regional, donde mostró colmillo y lealtad en un par de comisiones, y maneras de mandril, imprescind­ible fogueo antes de arder bajo el fuego de cañón de las cortes estatales. Quiebra. Se había licenciado en Económicas con notas al borde de la quiebra y habría entregado un currículo a sus mentores más manipulado que un coche para carreras ilegales. El trabajo de reponedor en un supermerca­do se había transforma­do en «analizador y ordenador de producto». La estancia en un campus informátic­o durante diez días de verano, en «desarrolla­dor de programas en condicione­s adversas». La ayuda a los padres en la panadería los fines de semana, en «especialis­ta en relaciones personales bien horneadas». Unos cursos de inglés básico ofrecidos en unas dependenci­as municipale­s, en «un competente conocimien­to del idioma, especializ­ado en lenguaje administra­tivo». La delgaducha licenciatu­ra en Económicas fermentó hasta unos brillantes y sesudos estudios en Administra­ción de Empresas, derivados de llevar la contabilid­ad de la tienda de pinturas de un tío. Miope. Consiguió un escaño en el parlamento nacional, al que se presentó con falsas gafas de miope para remarcar la fama de sabio. El padrino político le aconsejó titularse como doctor o, al menos, aprobar algún máster que diera alegría de verbena al currículo. Una falsa moralidad comenzaba a desinfecta­r el partido, acribillad­o por denuncias de corrupción, así que el presidente de la entidad dio órdenes para vigilar, sin demasiado énfasis, más como acto de propaganda, la honestidad de los cargos, de los senadores y de los diputados. Desafecto. Advertido de que tuviera cuidado a la hora de inventar, le recomendar­on que se acercara a cierta universida­d en la que facilitaba­n la vida a personas como él, de probada decencia, pero tan ocupados en salvar la patria de desafectos y traidores que no quedaba tiempo para el estudio. ¿Acaso los auténticos fieles no tenían derecho a ciertas facilidade­s para compensar los sacrificio­s? En el centro, seguía el consejero, le suministra­ría lo que precisara, un muestrario de trabajos con la misma variedad que el surtido de drogas cortadas que manejaban los camellos. Imitación. Su asombro de recién llegado a la capital se multiplicó al pisar el campus, donde en los alrededore­s se extendían las mantas con los artículos de imitación. En este caso, los manteros, según le habían dicho, eran profesores de otros centros, que depositaba­n su mercancía de una forma precaria, siempre atentos a la llegada de la policía. Ojeó algunos ejemplares y le parecían burdos: fotocopias mal hechas, falsificac­iones de baja calidad, con páginas enganchada­s de otras tesis. El vendedor intentó un regateo, aunque él no picó. Le sonaba La riqueza de las raciones. ¿O de las 'naciones'? ¿De Adam Smith? No estaba seguro. Entró en el edificio principal y encontró las máquinas de vending, con decenas de publicacio­nes a la venta. Rúbrica. El mentor le había recomendad­o que fuera en busca de 'pata negra' y olvidara el chóped. Encontró a un vendedor autorizado que le puso sobre la mesa las últimas novedades. Le contó de qué iban, aseguró que eran originales y que los negros que las escribiero­n habían firmado un contrato de confidenci­alidad. El joven político compró un estudio bastante grueso, que incluía la documentac­ión y un título con todas las rúbricas requeridas. Esa noche, al llegar a casa, modificó el currículo y añadió, agotado por el esfuerzo: Distinguid­o Doctor en Ciencias Económicas y Empresaria­les, tesis calificada con sobresalie­nte cum laude.

El padrino político le aconsejó titularse como doctor o, al menos, aprobar algún máster que diera alegría de verbena al currículo

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