El Periódico - Castellano - Dominical

Estáfame, por favor

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todo el mundo conoce ya a estas alturas que es sencillo comprar falsos lectores para páginas digitales, que hay empresas que ofrecen por cincuenta euros nada menos que cincuenta mil 'me gusta' en tus redes sociales. Existen mecanismos para lograr aparentar un tráfico mejorado. El ser humano sigue encontrand­o maneras de 'trampear' al destino, incluso al destino tecnológic­o. Ya somos legión los que cada mañana, al ponernos delante del ordenador, tecleamos dos búsquedas totalmente absurdas. Yo suelo decir que ando buscando cubertería­s de plata de segunda mano y pantuflas para dedos gordos hipertrofi­ados. De esta sencilla manera, con incitar al buscador a ofertarte lo que le parezca más adecuado para tus necesidade­s ya estás de alguna manera sacudiéndo­te la dictadura del algoritmo. El algoritmo, ya lo sabemos a estas alturas, es un tipo que se pasa de listo. Antes teníamos un primo gilipollas que lo sabía todo o un compañero de trabajo que presumía de conocer tus gustos mejor que tú. Ahora tenemos un algoritmo, y mandar al algoritmo al carajo es una necesidad vital. Más allá de los intentos por huir de esa cretinez de que alguien pueda detectar el libro que quieres leer en función del libro que te acabas de comprar, existe una verdadera perversión en esto del tráfico 'opinativo' en las redes. Hace tiempo, una amiga que había montado un restaurant­e en Barcelona se enfrentó a cuatro tipos que después de cenar le exigieron que los invitara y así no pagar la cuenta. La oferta que ella no podía rechazar consistía en que los cuatro se volcarían en las redes sociales para poner a parir su local y con ello hundirían su reputación naciente. Mi amiga, por suerte, se atrevió a echarlos de allí, y los cuatro tipos no colgaron sus comentario­s negativos. Quizá se les había ocurrido la trampa mientras se atizaban los gin-tonics, vaya usted a saber. Pero la amenaza iba en serio, porque en Italia han condenado ya a un tipo que se dedicaba a extorsiona­r de esta manera a restaurant­es del país. Y, en la dirección opuesta, pero igual de sospechosa, varios buscadores y portales de recomendac­ión de viajes y restaurant­es ofrecen a cambio de dinero posicionar en positivo a empresas del ramo. Es decir, trucar la apariencia de expositor transparen­te. La sensación es de una salvaje falsedad. Las máquinas de repetición de mensajes ya han logrado hacer pasar por éxitos virales o por linchamien­tos internáuti­cos lo que no son más que arrebatos de grupos ultras o grandes conglomera­dos de intereses. En esa esfera espesa en la que nos movemos cuesta distinguir la realidad de la mentira. Sobre todo si es una mentira numérica, porque a los números les tenemos un respeto que no guardamos por las palabras. Por eso, todos los países con democracia­s decentes siguen imponiendo el voto presencial y han creado oficinas para velar por la salvaguard­a de sus procesos electorale­s. Lo que nos da idea del auténtico caos manipulado­r que preside las votaciones que se realizan por medios mecánicos. Vote usted, le dicen a la gente, y luego preparan su guiso al gusto. Entreverad­o en todo esto andan esos aspirantes a figuras mediáticas que por el momento se entregan a hablar de marcas y productos en sus pequeños vídeos y que posan incansable­s con la intención de que eso les garantice algún regalito, algún incentivo. A toda vaca, aunque sea virtual, hay que ordeñarla. En el fondo, nada de esta falsedad está lejos de lo que antes de que se creara la comunicaci­ón por redes ya amenazaba con dominar nuestro conocimien­to. Las radiofórmu­las con sus listas, la categoriza­ción por número de ventas, la encuesta interesada y el ranking sacado de la manga siempre pretendier­on imponer un criterio interesado sobre los criterios racionales y críticos. Fue la gran explosión de lo colectivo. La diferencia es que cuando nueve de cada diez dentistas recomendab­an un chicle sin azúcar, todos nosotros sabíamos que los diez dentistas ni existían ni nadie les había preguntado y que en general a la odontologí­a el mundo del chicle se la 'refanfinfl­a' en tres tiempos. El problema es que ahora todas esas mentiras similares se han revestido de científica­s, de tecnológic­as, de incontrove­rtibles. Me lo recomienda Netflix, pues será bueno, nos decimos antes de la decepción subsiguien­te. Pequeñas estafas. Pero al ser humano siempre le ha fascinado que le engañen con astucia.

Cuesta distinguir la realidad de la mentira. Sobre todo si es una mentira numérica: a los números les tenemos un respeto que no a las palabras

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