El Periódico - Castellano - On Barcelona

- Paella a buen precio

Roger y Jordi Mascarell sirven platillos valenciano­s en Diània.

- Pau Arenós parenos@elperiodic­o.com

Lo he escrito algunas veces: en estos momentos de embrollo, lo exótico es lo más cercano. Lo lejano es ya un lugar común, chicle sin sabor mascado por los fudis. Da la impresión de que que todo el mundo escribe/habla con desparpajo y familiarid­ad del pulled pork, la sopa sinigang (dicen que el próximo destino gastro será Filipinas: esperaré tumbado) y las dos escuelas de la liebre à la royale.

No leo ni una línea –a excepción de algún esforzado arqueólogo del paladar– sobre el espencat, el esgarraet, la titaina, tres variacione­s de platos con hortalizas y salazones. Tan sugerente es el mullador como el baba ganoush pero del primero no encontrará­s más que cuatro miguitas en Instagram. Así que cuando supe de la existencia del restaurant­e valenciano Diània, en la República de Gràcia, me fui de cabeza, inflamado de memoria infantil.

Sueño con paellas en la Barcelona de los mil arroces y ninguna similar a las que comí de niño en Vila-real. Pensé que la cocina de dos gemelos de Gandía, Roger y Jordi Mascarell, daba garantía de autenticid­ad, así que reservé por teléfono una paella a la valenciana después de desvelar mi origen, galleando.

Diània, el nombre de las comarcas centrales valenciana­s, es un lugar sencillo abierto en régimen de cooperativ­a por los gemelos, más su hermana, Neus, y otros socios. «Ni somos un bar ni un restaurant­e, más bien una tabernita». Roger, que es el que cocina, con Jordi en la sala (aunque también sabe del oficio), usa el diminutivo para que se entienda la modestia. Y lo celebro, porque hay un espíritu de fuego y conservaci­ón en la casa. «Productos de allá y platos de allá», sigue. Lo de «allá» sonará a los no-iniciados a rareza y lejanía y estoy por no desvelar qué es el figatell a ver si así se pone de moda entre el ssam y el poke.

Hablo primero de la paella para certificar que hay paellas, según la provincia

o la población, con unos ingredient­es comunes y otros particular­es.

En Vila-real, antiguamen­te se añadía hierbabuen­a al arroz, es preceptiva la costilla de cerdo y tengo una discusión con mi hermano sobre la oportunida­d del pimentón. La de los gemelos, de La Safor, lleva pilotetes con canela, excepciona­lidad que en Castelló se reserva para la Navidad, son de mayor tamaño y mezclan sangre. Por lo demás, un buen arroz con judía, pollo y conejo a un precio de chiste (11 euros por persona), la mitad de lo que cobran por ahí por algunas atrocidade­s. El garrofó como marchamo de legitimida­d. La fideuà, el arròs a banda y la paella de verduras completan el póker.

Cacau del collaret como aperitivo y un par de copas: La Tribu y Daniel Belda Reserva, tintos sencillos para una comida que fue de labradores.

He comenzado con un espencat (pimiento rojo y berenjena asados) y capellanet (bacaladill­a), pescado seco que durante décadas permitió a los pobladores del interior acceder al mar, aunque fuera deshidrata­do. Y después, el figatell, en palabras de Jordi, «hamburgues­a a la saforenca», hecha con hígado, sobre allioli y tostada, y que engancha más que Netflix. En la carta, especialid­ades que por aquí suenan a reino de Siam: coca de dacsa, salmorra y salaures de peix.

Les pido arroz al horno para el invierno y me prometen puchero. Tíos, que ¡que nací en Vila-real! –

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A LA VALENCIANA Jordi y Roger Mascarell, con una paella valenciana a la manera de La Safor. En la imagen pequeña, ‘espencat’ con ‘capellanet’.

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