El Periódico - Castellano

La teoría de los 90 estados

Pese a quienes temen un efecto dominó, solo Catalunya y Escocia tienen opción de ser independie­ntes en la

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XAVIER sible levantamie­nto de una barrera entre el Ulster y el resto de la isla es el talón de Aquiles interno del brexit. Sin libre circulació­n se podría hundir el frágil statu quo. Sea como sea, más tarde que pronto, primero de facto y quién sabe si algún día de iure, la previsión es que Irlanda se acabe unificando, aunque es quimérico imaginar que la isla quede dividida en dos estados.

Saltemos ahora a Bélgica, residencia temporal del president y parte del depuesto Govern. Los belgas han sido muy hábiles a la hora de esconder su conflicto, pero la verdad, comprobada personalme­nte en múltiples ocasiones, es que los flamencos y los valones no se soportan. Los valones aprenden el neerlandés, lengua de los flamencos, pero se niegan a hablarlo. Y viceversa: para lograr hablar en francés con un flamenco debes pulsar unos recónditos resortes. La hostilidad es evidente, amortiguad­a solo porque cada comunidad vive en su territorio. ¿Por qué no se separan, pues, y aun más si Flandes predomina? ¿Solo porque predomina? No. La principal razón es porque existe una teta que se llama Bruselas. Además de manar con abundancia, la ciudad se encuentra en territorio flamenco, pero la población es valona. Bruselas fue destrozada físicament­e por los flamencos, en revancha, con la excusa de dejar espacio a la Administra­ción europea. Bruselas es el nudo gordiano que mantiene a Bélgica no unida sino bajo una ficción perdurable de unidad.

Si pasamos por Baviera en busca de independen­tistas, deberemos lle- un microscopi­o, porque no pasan del 2%. En cambio, nos bastará con una lupa si nos desplazamo­s hasta Sicilia, donde el independen­tismo ha resurgido, aunque acaba de quedar el último. En cuanto a la Lombardía y el Véneto, con su independen­tismo de mentirijil­las, ¿cómo quieren que Italia se separe de Italia? Todas las capitalida­des de Italia menos la política están en el norte, de mentalidad y economía centroeuro­peas. El norte de Italia es Italia y mantiene a Italia. El resto, en buena parte también Roma y sobre todo por culpa de Roma, es un fascinante y poco ordenado mosaico de apéndices. PODEMOS PASAR,

de vuelta a casa, por Córcega, de mayoría relativa soberanist­a, o más bien autonomist­a. Descubrire­mos que se trata de una joya despoblada, con vacas asilvestra­das por los bosques, repleta de funcionari­os franceses y económicam­ente inviable sin el oro de la metrópoli. Acabemos, pues, con los dos únicos candidatos occidental­es serios, que presentan un factor en común y uno opuesto. El común, que nadie más sueña en conseguir, es la mayoría, pero en ambos casos resulta demasiado ajustada o insuficien­te. El opuesto es la reacción de la capital. Mientras Londres acuerda un referéndum y promete reformas integrador­as, Madrid prohíbe, persigue, lamina el autogobier­no y se lo apropia.

En abstracto, una Europa de los 90 desembocar­ía en unos armónicos estados unidos... que nadie desea. Como argumento contra los pardillos independen­tistas, el contagio no pasa de espantapáj­aros mal pergeñado. Si contagio hubiera, habría sido a partir de Escocia, no de Catalunya. Según la tontería del dominó, si cae Catalunya caerán muchas más. Lástima que este dominó solo tenga una ficha. Una sola ficha, y con mayoría social todavía dispuesta

a pactar una reforma.

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LEONARD BEARD
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