Lu Rois, en un mundo paralelo
La cantante y pianista presenta su insinuante segundo disco, ‘Clarobscur’, en el Barts Club
Una voz que vuela libre sobre una marejada de arpegios de piano dando forma a canciones que te empujan hacia una dimensión paralela. Algo así viene a ser el mundo de Clarobscur, el bello e insinuante segundo disco de la sabadellense Lu Rois. Lo presenta hoy en el Barts Club (21.00 horas), en un concierto enmarcado en el Curtcircuit que abrirá Espaldamaceta.
La pieza que da comienzo al se titula Doppelgänger, palabra alemana que alude a un doble fantasmagórico. «Un yo oculto que puedo sacar a través de la música», precisa. Suena inquietante. Y en esa canción, y en la siguiente, habla de «la fosca» como una especie de amenaza que planea sobre ella. «Es un lugar creativo, pero que debo observar desde fuera, con una distancia. Ya he estado demasiado tiempo ahí», medita sin despejar las brumas que han ido envolviendo la entrevista.
No es que Lu Rois vaya de enigmática, pero ha establecido una relación con el piano que parece ir más allá de las notas y armonías. «A los 10 años, mis padres se separaron y lo utilicé como mi refugio. Era el momento de no crear más problemas y opté por el silencio y por expresarme a través del piano», explica. Los estudios académicos le aportaron capas y capas de conocimientos que ahora afloran en sus elaboradas composiciones. Pero ha sido más recientemente cuando ha dado «un paso adelante» incorporando las letras. «Para no quedarme yo sola en mi mundo y que los mortales sepan qué hay ahí», dice medio en broma.
«Colectivizar» sensaciones
Así que la música es su manera de hacer frente a sus zonas de sombra. «Hay canciones mías a las que me da miedo enfrentarme. Como Ruda, por ejemplo, que para mí es muy dolorosa. Tocarla significa superar ese miedo y quedarme luego recompuesta y no destrozada como cuando la escribí», reflexiona. Y aunque todo ello pueda hacer pensar en el cliché del artista atormentado y autorreferencial, ella asegura que su propósito es «colectivizar» sus sensaciones. «Es lo que más me gusta, interpelar al oyente con cada canción, ya sea más luminosa o más triste, porque no somos robots, aunque se intenta que lo seamos».
Su canto insinúa a veces una cercanía con la herencia tradicional, y en el disco toman parte dos músicos del ámbito folk, Joana Gomila (voz mallorquina que aquí asume otra misión, el contrabajo) y Carles Belda (acordeón). «No he bebido mucho de lo tradicional, pero sí que conecto con la manera de sentir de la música de raíz», apunta. En L’hora de l’atzur hay incluso un curioso patrón rítmico sardanístico. «Es un poco una ida de olla: comencé a jugar y me acabó saliendo una especie de reversión de La santa espina convertida luego en un ritmo roto más bailable». Y en Silvestre, canción con guitarra flamenca de la exmiga Isabelle Laudenbach, sigue la pista de sus esencias. «De mis abuelos emigrados de Andalucía».
Otra aportación del disco la sirve José Juan González, Espaldamaceta, cuya voz recia la acompaña en Paradisos artificials y aparecerá, como Laudenbach, en el concierto del Barts Club. La base la pondrá el trío que Rois integra con Gomila y la violoncelista Núria Galvany. Efectivos minuciosamente elegidos para una propuesta que, suspira Rois sin dramatismo, «no sigue los caminos principales». H