A favor del ‘top ten’ del año
Cada año, a estas alturas, los que escribimos de cine recibimos la habituales solicitudes de listas con lo mejor del año. Es un formato que despierta ciertas antipatías porque se nos ha ido de las manos, pero yo no puedo evitar recibir con entusiasmo esa petición; es uno de mis momentos profesionales / emocionales favoritos del año. Sin embargo, cada vez me cuesta más por una razón sencilla: la gracia de esas listas está en incluir las películas del año que realmente nos hayan impresionado (las listas sin componente sentimental son un bajón) y, tal y como se disparan y gestionan hoy la información y la opinión, es complicado que las películas nos sorprendan y nos hagan mella.
Llegamos aprendidos a casi todos los estrenos. Por mucho que luches contra ello, es imposible que no te pillen (y arrasen) el teaser, la featurette, el tráiler o los 33 pósteres de un filme. Y, por mucho que te esfuerces en evitarlo, si tienes un mínimo interés en la actualidad (y conexión a internet), estás condenado a ser arrollado por un millón de opiniones que condicionarán tu recepción. Quiero ver Star wars: Los últimos Jedi (2017), pero añoro ponerme nerviosa esperando un estreno. Como también echo de menos dejarme sorprender por un filme. Lo sabemos todo de las películas cuando empiezan y, por agotamiento, no queremos saber nada más de ellas cuando acaban. Ni siquiera los reductos dedicados a descubrir nuevas obras, en especial los festivales, son ya ajenos al rodillo promocional, informativo y de opinión. No hay salida.
Ante este panorama, hacer las listas tiene más sentido que nunca porque, al final, entrarán en ellas las películas que se impongan al ruido, a lo extracinematográfico, a la locura promocional. Entrarán las que consigan sorprendernos, maravillarnos y marcarnos, aunque lleguemos a ellas con los deberes hechos. Entrarán las películas que realmente nos importan y que nos acompañarán durante mucho tiempo.
Lo sabemos todo de las películas ya antes de su estreno