Rodad, rodad, malditos
Algo muy gordo es una película sobre la imposibilidad de su propia existencia, o la solución alternativa a otra película –sobre un adulto que debe volver a la escuela para repetir curso– que iba a existir y no llegó a hacerlo. O quizá eso solo sea lo que sus responsables, Carlo Padial y Berto Romero, quie- ren que creamos. Y para ello la estructuran a la manera de un making
of situado triunfalmente en un terreno incierto que separa lo que es falso de lo que no lo es. Y desde ahí convierten en flagelante sátira la mezcla de miedos e imposturas y celos y egos enfrentados que afloran en un rodaje.
Vemos a un director que trata de engañar y engañarse adoptando el papel de visionario, pero que no sabe qué filmar ni cómo ni para qué, y a un actor neurótico atrapado en el conflicto entre la seriedad con la que se toma a sí mismo y las idioteces que su modo de ganarse la vida le obliga a hacer; dos hombres decididos a seguir adelante pese a los cromas inexplicables y los efectos especiales que no funcionan, pretendiendo no ver el abismo hacia el que se dirigen.
Mientras, Algo muy gordo hermana una escuela cómica clásica con otra que conocemos como poshumor: por un lado, el slapstick –abanderado por Romero embutido en un traje de captura de movimiento–; por otro, esa búsqueda de la hilaridad revertida a través del chiste falto de timing y abandonado por las risas, de la conversión de la pantalla en el lugar desértico y desolado donde los gags van a morir. El resultado es certeramente gracioso y una articulación especialmente conmovedora de la épica del fracaso.