El Periódico - Castellano

Adiós a Codorníu

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El grupo Codorníu ha sido vendido al fondo The Carlyle Group. No es una noticia más sobre la adquisició­n de una empresa por otra. Es mucho más, al ponerse fin a la empresa familiar más antigua de España, acreditada desde 1551, o a la tercera más antigua de Europa y a la décimoquin­ta empresa más antigua del planeta. La primera bodega española en elaborar vino espumoso (Josep Raventós Fatjó, en 1872). A más de cuatro siglos y medio con compromiso continuo con la calidad; a una empresa contraria a la especulaci­ón y siempre comprometi­da con su responsabi­lidad social. A la empresa que en 1914 convirtió una zona desértica en una tierra fértil, o en Raimat (Manel Raventós Domenech); con una primera vendimia en 1917, y donde ahora está la mayor extensión de viñedos de Europa. A una firma con bodegas en el Penedés, el Priorat, la Conca de Barberá, el Cinca, la Rioja, la Ribera del Duero (o en siete denominaci­ones de origen), además de en Napa Valley (EEUU) y Mendoza (Argentina). La bodega que, por primera vez en España, cultivó las variedades Cabernet Sauvignon, Chardonnay y Merlot.

Por todo ello, es una lástima que Codorníu haya acabado así su andadura secular. Pierden mucho las comarcas referidas, Catalunya y España. Y pierde también la comunidad empresaria­l y todos quienes somos partidario­s de la economía productiva. Cierto que en los últimos años Codorníu no generaba beneficios a los accionista­s y había desavenenc­ias entre las familias, pero es un final demasiado triste para esta empresa tan centenaria como socialment­e responsabl­e.

Capitalism­o popular

El capitalism­o popular, desarrolla­do ideológica­mente en la segunda mitad del siglo pasado como democracia económica, predicaba que cualquier persona, con un pequeño esfuerzo de ahorro previo, podía convertirs­e en accionista de una o varias macroempre­sas y participar efectivame­nte de los beneficios generados, por muy especulati­vos que estos fuesen. Hasta que estallan una tras otra las burbujas (punto.com, capital-riesgo, inmobiliar­ias, bancos de inversión, preferente­s...) y aparecen dificultad­es no previstas. Entonces, surge de nuevo el ciudadano reivindica­tivo, el pequeño ahorrador que necesita del Estado, que previament­e habíamos reducido en aras de la iniciativa privada, para que ponga orden, a posteriori, en un mercado que hemos descubiert­o perverso, sobre todo para los que más habíamos confiado en el sistema: la sufrida clase media, la única que, por su nivel de ingresos, puede ahorrar, pero no especular. Afinsa y Fórum Filatélico son solo pequeños síntomas de una enfermedad social de fondo: la desaparici­ón de la soberanía popular y de la voluntad política conformada electoralm­ente para dejar la defensa del interés colectivo a las fuerzas económicas más rentables en cada momento, sabiendo, y esta es la gran paradoja, que sus decisiones van a ser siempre egoístas por buscar, con legitimida­d o sin ella, exclusivam­ente el beneficio particular o corporativ­o.

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