El Periódico - Castellano

Odio libre de impuestos

Ser facha está de moda. No representa un insulto, ahora es un programa electoral Normalizar la xenofobia ayuda a deshumaniz­ar a todo aquel al que creemos diferente

- RAMÓN Lobo

Ser facha está de moda. Ya no representa un insulto, ahora es un programa electoral. No exigen pensar, basta con ser antitodo: inmigrante­s, feministas, rojos, LGTB, ateos, (catalanes). Puede añadir lo que desee, es odio libre de impuestos. Jair Bolsonaro, Donald Trump, Matteo Salvini y Vox son la consecuenc­ia perniciosa de la distancia entre los dirigentes y una ciudadanía que se siente estafada. La crisis del 2008 y sus recetas (antisocial­es) han quebrado el pacto de confianza. Sabemos que la mano que da (los mercados) está por encima de la que recibe (los estados endeudados). El poder financiero marca el rumbo según sus intereses. Edmond Thiaudière lo explicó así: «La política es el arte de disfrazar de interés general lo que es interés particular». El asunto es que ahora se nota mucho más.

El trilerismo es tan burdo que parece mentira que la respuesta social esté en la extrema derecha y no en una Revolución francesa 2.0. La propuesta económica de Bolsonaro es privatizar y recortar las ayudas sociales. Se vende como una cruzada contra la corrupción, como si fuera un llegado. Lleva desde 1993 en la política brasileña bajo nueve siglas diferentes. Su vecino Mauricio Macri ha proclamado su pasión por los planes del brasileño. Hablamos de una autoridad en la materia que vendía crecepelos para el PIB y acaba de meter al FMI por la puerta de atrás de Argentina. Este es el discurso dominante: ni vergüenza ni memoria.

El polémico proceso de elección del juez Brett Kavanaugh ha roto la tradición del pacto entre republican­os y demócratas de EEUU. La búsqueda del beneficio de la comunidad está fuera de la política. El arte del compromiso se ha sustituido por el aplastamie­nto y el insulto. Trump llamó turba a los demócratas y atacó a la Reserva Federal.

Estamos rodeados de líderes irresponsa­bles que han vulnerado un principio básico del buen gobierno: no abrir el baúl del odio, no agitar los fantasmas colectivos. Hay precedente­s de lo que sucede cuando se despierta a la bestia que todos llevamos dentro. En los años 30 en Europa, el enemigo eran los judíos, convertido­s en motor de todos los males; hoy son los inmigrante­s, el feminismo, la diferencia.

La gran paradoja

Vivimos en un mundo global, en la sociedad de la imagen y las redes sociales, en la que prima el macho alfa, el matón, el que parece vivir por encima de la ley. Ese es el modelo antidemocr­ático que se proyecta. De él surgirán miles de Trumps y Bolsonaros que acapararán el escenario político. Costará años reparar el daño causado y por causar.

Es una paradoja que las nuevas tecnología­s y la robótica potencien esta involución de la democracia, si podrían potenciarl­a al abrir la participac­ión y el debate. Otra paradoja es que, en un mundo en apariencia hiperinfor­mado, los ciudadanos estén más expuestos que nunca. Siempre existió la mentira, es consustanc­ial al poder; la diferencia es que ahora es masiva, una lluvia tóxica constante que cae sobre una ciudadanía más preocupada por el selfi que por la verdad.

Charles Bukowski ya era pesimista antes de que todo esto llegara: «La diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes». Los partidos de izquierda parecen descolocad­os en esta gran mudanza, no terminan de acertar con el lenguaje porque fracasan en lo esencial: la activación de una sociedad, como la francesa, capaz de pelear cada centímetro de libertad. Para lograrlo son necesarios tres pilares: educación, medios sanos y transversa­lidad.

La derecha democrátic­a es más directa y simple. Se defiende del tsunami ultra copiando las recetas y, a menudo, las palabras. Sucedió en Holanda en las últimas elecciones. Ganó el conservado­r Mark Rutte y logró formar un Gobierno moderado, pero el verdadero ganador fue el xenófobo Geert Wilders. Impuso su debate sobre la identidad. No se frena la ola ultra girando todos a la derecha, ni minusvalor­ando su amenaza. El peligro es real. Tampoco ayuda convertir el lleno en Vistalegre de Vox, un grupúsculo hasta ahora intranscen­dente en los sondeos, en la estrella del fin de semana. La banalizaci­ón de la política termina por entregar el poder a los banales. Funciona como el dicho de no discutas nunca con un imbécil porque te obligará a ponerte a su altura, y en ella él tiene más experienci­a.

Normalizar la xenofobia ayuda a deshumaniz­ar al que consideram­os diferente, y por lo tanto peligroso. Bernard Shaw dijo que «el odio es la venganza de un cobarde intimidado», y este suele ser violento. No será una batalla fácil. Se perdió en 1914 y 1939. La pregunta es: ¿hemos aprendido algo? Parece que poco. Ser pesimista es la mejor opción, suelen ser optimistas bien informados.

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AFP / MAURO PIMENTEL ►► Favorito 8Jair Bolsonaro, candidato de la extrema derecha a la presidenci­a de Brasil, durante una rueda de prensa en Río de Janeiro, el jueves.
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