El Periódico - Castellano

El láser cegador

Un joven catalán rememora el día en que perdió la visión en un ojo por un haz en una discoteca El incidente, aunque aislado, subraya el peligro de que una luz potente se enfoque hacia el público

- MICHELE CATANZARO BARCELONA

AZ. C. le ha costado años procesar su incidente y hablar de ello. Tras aquella noche de agosto del 2014, en la discoteca Atlàntida de Sant Adrià de Besòs, en la cual perdió la visión del ojo izquierdo, no ha vuelto a poner un pie en una sala de baile. Además, ha renunciado a sacarse el carnet de conducir y se siente incómodo cuando ve un objeto acercarse.

Aquella noche, Z. C. quedó deslumbrad­o por un potente láser verde que barría el público en el espacio exterior de la discoteca. Que el láser le haya cegado no ha quedado plasmado en una sentencia, porque la empresa de seguros de la discoteca (hoy cerrada) acabó indemnizán­dole con 80.000 euros, a cambio de cerrar el juicio. Z. C. prefiere mantener su identidad oculta al trabajar en un sector con exposición al público. Sin embargo, el médico del Hospital del Vall d’Hebron que visitó a Z. C. después del incidente y diversos expertos independie­ntes apuntan a que esa es la explicació­n más probable. Así, el caso de Z. C. se añadiría a la escueta lista de daños oculares causados por láseres de discotecas. Se trata de sucesos muy raros: tienen que coincidir láseres potentes y usados de forma impropia, con la mala suerte de que incidan justamente en un ojo.

UN HAZ POTENTE / «Pasamos la noche entera de fiesta con tres amigos y poco antes del cierre el disc-jockey invitado empezó a enfocar hacia el público el láser que estaba cerca de la cabina central», recuerda Z. C. Era la madrugada del 2 al 3 de agosto del 2014 y él tenía 29 años. «Era una bola que rotaba encima de una base en forma de pirámide. Sacaba un haz muy gordo, de esos que cambian de forma y normalment­e se enfocan al cielo», prosigue.

Z. C. relata que se encontraba a unos 10 o 15 metros de la cabina, cuando una ráfaga enfocó su ojo durante unas fracciones de segundo. «Fue mala suerte, porque no parpadeé. Justo después, como ya había luz del día, noté que tenía una mancha grande en el campo de visión del ojo», recuerda.

Z. C. se fue a dormir pensando que se recuperarí­a, pero al despertar estaba todo igual. El parte del doctor Miguel Ángel Zapata, del Vall d’Hebron, corrobora la versión de Z. C., al no encontrar pruebas de contusione­s o penetració­n de objetos: «Las lesiones son compatible­s con láser de alta potencia», sentencia. La diagnosis es de hemorragia intrarreti­niana.

«Me vine abajo. Ahora lo he asimilado, pero entonces lo pasé muy mal», recuerda Z. C. Desde entonces, ir en bici o jugar al pimpón se convirtier­on en algo perturbado­r y se le cerraron las puertas de trabajos que requerían agudeza visual.

LA INDEMNIZAC­IÓN / Entonces, empezó la historia judicial del caso. El abogado de Z. C., Tony Botey, del despacho Acordia ACR, contactó por burofax con la empresa que explotaba el negocio de la discoteca, pero no obtuvo respuesta. La asegurador­a de la compañía rechazó reconocer el siniestro, al considerar que la discoteca no tenía responsabi­lidad.

Botey se preparó para ir a juicio. Solicitó un peritaje al oftalmólog­o gerundense Alberto Tito González

Benedetto, que confirmó la quemadura de la retina. Y halló un antecedent­e: una sentencia de la Audiencia Provincial de Sevilla que relataba un daño ocular causado por un láser de discoteca en 1997. Sin embargo, la compañía cambió rápidament­e de idea cuando se enteró de la demanda. Enseguida le propuso una indemnizac­ión para cerrar el caso.

A 10 O 15 METROS / Expertos no implicados en el juicio que han estudiado la documentac­ión confirman que la versión de Z. C. y Botey es plausible. Patrick Murphy, director ejecutivo de la Internatio­nal Laser Display Associatio­n, que agrupa las empresas del sector del láser aplicado al arte y al entretenim­iento, ha visionado vídeos promociona­les de la discoteca Atlàntida, en los que se reconoce el haz verde descrito por Z. C. «Es difícil sacar conclusion­es de un vídeo, pero el láser exterior parece potente», afirma.

Murphy aventura que el dispositiv­o podría ser una variante de la cabeza rotante Sharpy. «Ya que la persona se encontraba a 10 o 15 metros del láser, y haciendo la asunción importante que fuera un láser de 1 o 5 watios [de alta potencia], es posible que un haz láser de 5 o 6 centímetro­s produjera daños en la retina», afirma.

Gregory D. Lee, oftalmólog­o del centro Langon de la Universida­d de Nueva York, que ha estudiado casos de lesiones oculares ocasionada­s por láseres, apunta a un detalle significat­ivo. «El color verde que el paciente cita es absorbido muy bien por los fotopigmen­tos de la retina, lo cual quiere decir que puede causar mucho daño. De hecho, es el color de láser que usamos para la cirugía retiniana», observa.

«En oftalmolog­ía, usamos el láser a diario: es un tipo de luz que tiene capacidad para producir quemaduras en la retina», asegura Rubén Pascual, encargado del servicio de oftalmolog­ía infantil del Hospital San Pedro de Logroño, que ha tratado los riesgos de los láseres de discoteca en su blog Ocularis. «Los láseres que se usan para proyectar en espacio abierto tienen una potencia mucho mayor, estarían ya en la magnitud de los láseres industrial­es. Con la exposición adecuada, podrían producir una lesión casi instantáne­a», concluye.

El impacto fue solo de una fracción de segundo, pero de inmediato percibió una mancha ocular

El caso no terminó en sentencia

judicial porque la víctima pactó una indemnizac­ión

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FERRAN NADEU Z. C., la víctima, de espaldas, ya que prefiere mantener el anonimato

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