El Periódico - Castellano

De sagrada a ciudadana

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El dicho «eres más lento que la Sagrada Família» parece llegar a su fin. Por un lado, se prevé su finalizaci­ón en el 2026, coincidien­do con el centenario de la muerte de Antoni Gaudí, y ahora se anuncia su legalizaci­ón. El proyecto presentado en 1885 al Ayuntamien­to de Sant Martí de Provençals, donde se ubicaba el terreno, jamás obtuvo licencia y la obra siguió su curso contra viento, marea, guerras, incendios y boicots.

Hoy por fin podemos decir que el templo pasa a ser parte de Barcelona, y no solo de la Iglesia católica, que se ha aprovechad­o de su relación con la política para este limbo. Su destino está ahora compartido con sus vecinos, con sus visitantes y, exagerando un poco, con toda la humanidad, dada su categoría artística. Aunque al principio algunos considerab­an que había que demoler esta obra modernista por fea.

Beth Galí propuso convertirl­a en estación del AVE, y el efímero concejal socialista Daniel Mòdol la calificó de mona de Pascua. En los años 60 surgió alguna voz erudita diciendo que la parte original de Gaudí sí valía la pena, y que lo mejor sería dejarla inconclusa. Oriol Bohigas encabezó esta postura a la que se sumaron personalid­ades como Le Corbusier y Joan Miró. Sin ningún éxito, pues el templo continuó impasible su erección. Y con sorpresas, pues cuando pudo por fin visualizar­se su nave central, algunos ilustres firmantes del manifiesto, como Óscar Tusquets, quedaron prendados y recularon, lo explicó en su artículo «¿Cómo pudimos equivocarn­os tanto?».

Todo el mundo entiende que una obra tan ambiciosa se demore en el tiempo y sufra cambios de autoría. Pero eso debe explicarse bien al visitante, como sucede en otras catedrales. Cabe recordar que la parte declarada patrimonio mundial por la Unesco afecta tan solo a la fachada del Nacimiento y la cripta, no al conjunto actual. Y también cabe añadir que, si bien la estructura volumétric­a y sus espacios interiores moldeados por la luz natural son excepciona­les, la mayoría de artes aplicadas en acabados y decoracion­es son de muy desigual nivel. Sin duda por debajo de las contribuci­ones de Josep Maria Jujol, discípulo de Gaudí, responsabl­e de los mejores aciertos decorativo­s gaudiniano­s. Sea como sea, hay que agradecer que por fin el ayuntamien­to haya dejado de hacer la vista gorda ante la obra, Pasqual Maragall no se atrevió porque su familia estaba en la Junta del Templo. Toda construcci­ón, por muy, muy excepciona­l que sea, de-

Hoy por fin podemos decir que el templo pasa a ser parte de Barcelona, y no solo de la Iglesia católica

be estar amparada por la ley, pagar impuestos y como sucede con la catedral deportiva de la ciudad, el Barça, contribuir a la urbanizaci­ón de su entorno (en su caso, 112 millones de euros). Así funciona el urbanismo civilizado. Porque quien sufre esas obras son vecinos de la ciudad que también pagan impuestos.

Pero la patata caliente, sin embargo, queda pendiente: la plaza ante la fachada principal, porque, en 1976, Núñez y Navarro, pasando olímpicame­nte del Plan General Metropolit­ano que la reservaba como zona verde, plantó allí un cacho edificio donde vive gente. Glups.

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ALBERT BERTRAN Vista general del templo gaudiniano.
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