«El Atlántico, como el Mediterráneo, es mestizo»
CARLOS NÚÑEZ El músico gallego publica el ensayo ‘La hermandad de los celtas’
Carlos Núñez (Vigo, 1971) ha cogido aire, como cuando toca la gaita, y ha insuflado conocimiento sobre la cultura que le toca de lleno para escribir La hermandad de los celtas (Espasa), un vasto ensayo de más de 500 páginas –cien solo para la gaita– en el que ha estado trabajando concienzudamente, entre concierto y concierto, durante los últimos tres años.
— ¿Le ha quedado algo por contar? — Necesitaba escribirlo. Llevo más de 20 años grabando, actuando sin parar, y la gente aún tiene una idea de la música celta superficial. Es un sueño romántico, me dicen, o un invento de los festivales, para beber cerveza y dar brincos. Y es mucho más que eso.
— No fue una moda. Es una tradición. — Efectivamente. Es más que un gé- nero que responde a una sonoridad común. Quienes me han abierto el campo de estudio han sido los arqueólogos, los Sherlock Holmes de la historia, además de los lingüistas y los historiadores, claro. Antes que las catedrales, estaban los dólmenes. Y ellos conocen los misterios de las piedras.
— Hablamos de tradición oral.
—Por eso los músicos celtas no seguimos las partituras de forma reverencial. No estamos interpretando a Mozart, estamos recomponiendo sonidos antiguos. Cuento que la cultura celta necesita de estudios científicos y por eso el libro plantea preguntas abiertas. Y explico que el Atlántico, como el Mediterráneo, también es mestizo.
— «Maestro, ¿quiénes eran los celtas?», le pregunta al catedrático de Arqueología Martín Almagro.
—Y le digo: «¿Eran aquellos de los que hablaban los romanos? ¿O los de las leyendas artúricas de la edad media? ¿O los que hoy hablan lenguas celtas: bretones, escoceses, irlandeses?». Y él me responde: «Carlos, tú quién eres, ¿el que con 2 años empieza a andar, el que con 8 empieza a tocar la flauta o el que llena los teatros con la gaita?».
— En sus palabras hay una queja. Así como el flamenco y el fado se reivindican, la música celta se ignora.
— Es que sorprende que en los países nórdicos hayan conseguido que se declaren patrimonio de la humanidad sus escalas y sus afinaciones antiguas y aquí parece que nos avergoncemos de nuestro patrimonio. Y la música celta predomina en la diagonal desde el Pirineo hasta Extremadura, con gaitas y dulzainas que sonaban desde la edad media. Después de Franco, en los años 80, hubo como una necesidad de modernidad, de cortar con la tradición, de ahí el auge del pop y del rock.
— Ahora la influencia es el reguetón. — Hasta Bob Dylan cuando escribió su discurso de aceptación del Nobel señaló: «Músicos del mundo, antes que hacer música comercial, bebed de vuestras propias raíces». Si no tiramos de nuestro propio sustrato para hacer cosas novedosas, si copiamos lo que se sirve enlatado desde Miami, nos convertiremos en un país periférico. España, la península Ibérica, es un lugar muy rico en tradiciones musicales, no las dejemos perder. Todavía estamos a tiempo.
— Evoca en el libro una noche mágica, en la catedral de Santiago, donde juntó a una orquesta de músicos con los instrumentos que aparecen esculpidos en piedra en el templo. — «Carlos, eso nunca va a sonar», me dijo un medievalista. Y sonó de maravilla. Y este año lo repetimos con Jordi Savall. Es fascinante tocar con instrumentos antiguos.
— ¿Es cierta la anécdota que cuenta con Manuel Fraga?
— Sí. Yo tenía 23 años y me dieron un premio por mi disco A irmandade das estrelas, que supuso el boom del inicio de la música celta en España, allá por los años 90. Y cenando con Fraga, me dice: «Carlos, lo de la música celta no está científicamente comprobado». Y le contesto: «Presidente, tampoco está claro que los huesos del apóstol Santiago estén en la catedral y el Xacobeo funciona».
— Quizá debería haber una serie como Vikingos para volver a poner lo celta de moda.
— Ya digo que lo celta no es la raza, no es un ADN, no es una cultura única. Es un imaginario común. He tratado de quitar algo de bruma en torno a lo céltico, aunque la bruma también forma parte de la magia.
— Despedirá el año en Barcelona.
— Sí. Voy a hacer como siempre una extensa gira de Navidad por toda España y el próximo 30 de diciembre estaremos de nuevo en el Palau de la Música Catalana. Es una tradición desde hace muchos años, es como una gran liturgia celta. Ahí tengo una cita referencial con mi público. Y las tradiciones ya digo que hay que mantenerlas.
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«La música celta es un sueño romántico o un invento de los festivales para beber cerveza, ¡qué gran error!»