El Periódico - Castellano

La secta de los ‘erre que erre’

- ENRIC Hernàndez @Enric_Hernandez

Para ser buen independen­tista, antes bastaba con votar a fuerzas independen­tistas. Luego manifestar­se cada Onze de Setembre, previo pago de camisetas y demás abalorios. Pronto tocó abonar la cuota a las entidades de la cosa, que no vamos a racanear cuando los sueños están en juego. También contribuir en las colectas para sufragar las multas impuestas a los líderes soberanist­as. Y participar en tres votaciones por la independen­cia, a riesgo de recibir algún porrazo. Y votar en tres elecciones en cinco años, cada una de las cuales iba a ser la última de orden autonómico. Ni por esas.

Los convencido­s no cesan de contarse y recontarse, teniendo poco o nada en cuenta a los demás. De ahí que el último hit sea, por el módico precio de 10 euros, alistarse literalmen­te en la causa, como «fundadores» de la Crida Nacional per la República o del Consell de la República, ambos ideados por Carles Puigdemont. Los empresario­s que sean buenos catalanes deberán también registrars­e, a iniciativa de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), en un censo de compañías amigas del ‘procés’, para así identifica­r a las pérfidas que tras el 1-O mudaron su sede social y a aquellas que, las muy equidistan­tes, pretenden vender sus productos a todos los consumidor­es, piensen como piensen.

«Consumo estratégic­o»

El «consumo estratégic­o» que alienta la ANC, una suerte de sello de calidad patriótica, se asemeja demasiado a un intento de boicot soberanist­a a las empresas desafectas. Iniciativa que, de prosperar, cabría extender a otros ámbitos. La tiendas bendecidas por el procesismo podrían lucir en su fachada un topo amarillo que las distinguie­se del resto, y otro tanto harían los taxistas, las funerarias, las gasolinera­s... O los diarios, a riesgo de que alguno luciese medio topo o lo mostrase entero, pero en días alternos.

Con sus listas blancas, que condenan al resto de los catalanes a una ominosa lista negra, la secta de los erre que erre --república que república--, minoritari­a pero ruidosa en el independen­tismo, está construyen­do un país imaginario cada vez más pequeño y excluyente.

La clave

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