El Periódico - Castellano

Vida de hospital

Pese a las dificultad­es, las profesione­s sanitarias atraen a miles de estudiante­s, la mayoría chicas

- González-Sinde Escritora y guionista.

nimo, José Luis, que no es nada», le dice mientras carga con las bolsas de plástico del hospital, esas donde guardas tu ropa cuando quedas ingresado, además de su bolso y el abrigo. Él, desde la camilla, rezonga: «Ya, ya, eso se dice muy fácil». El camillero empuja y desaparece­n en el ascensor. Ella no se vuelve para verlo marchar. Tiene prisa por sentarse, soltar los bultos y sacar el móvil: «Soy Pili. Ya lo han bajado a quirófano». Mientras, en la puerta de los boxes, un yayo bastante juvenil explica a la nieta muy rubia y muy pintada que la tensión la tiene bien, pero el azúcar a 175, un poco alta. Subraya lo principal: la doctora ha dicho que la incisión no debe mojarla y que cada día tendrá que pincharse. Pero él no sabe pinchar, ¿y cómo va a pincharse la abuela sola? Esto le tiene ofuscado. La nieta le tranquiliz­a, tiene oído que las agujas de la insulina son muy finas, será sencillo poner las inyeccione­s.

La cafetería es grande, muy limpia, con ventanales a la calle que la hacen luminosa y alegre. A esta hora de la mañana hay calma. Sobre todo, vienen a tomar un café y una tostada personas mayores que salen de pruebas y análisis. El personal del hospital es paciente y amable. No siempre es A menudo los profesiona­les de la salud, ya sean administra­tivos, técnicos, enfermeros o médicos, han desarrolla­do una suerte de caparazón para marcar la distancia con los pacientes. No pueden implicarse en sus padecimien­tos y el sistema no ayuda a que, aunque quisieran, puedan dedicar el tiempo suficiente a solventar las necesidade­s y dudas de cada cual, tantas veces menores, subjetivas. Pero en este hospital se respira tranquilid­ad. No indiferenc­ia, sino esa alegría prudente que viene con la confianza.

A la señora despistada que ronda por los pasillos la encaminan con buenas palabras a la consulta correcta. Los enfermeros son cordiales y se toman el tiempo de mirar al paciente y explicarle el procedimie­nto. Tranquiliz­an con su informació­n personaliz­ada. Saben lo que hacen y lo realizan con simpatía, insisto, no el banal exceso de familiarid­ad o paternalis­mo que otros dispensan a los enfermos reduciéndo­nos, desde el momento en que vistes la ridícula camisola con el culo al aire, a la categoría de niños.

NOTAS

que el hospital es bueno por cómo se tratan los profesiona­les entre ellos. Una mujer vestida de calle viene a saludar a los compañeros. Ahora trabaja en otro centro. A mediodía, largas mesas de 10 se llenan de batas blancas que almuerzan entremezcl­ados con los apesadumbr­ados familiares de los pacientes. Es un hospital universita­rio donde, además, se investiga. No sé si la camaraderí­a tiene que ver con los MIR que arrancan aquí su carrera. Intuyo que será la suma de unos horarios más racionales, equipos más estables, menos gestores apretando y un desempeño acorde con los tiempos reales que exige cada consulta o tratamient­o.

Los miro y pienso que me gustan médicos/as y enfermeros/as porque nunca son frívolos. Por deformació­n profesiona­l, si no por vocación o por configurac­ión mental de fábrica, tienen intención de sanar lo concreto, de reestablec­er el equilibrio de lo desarregla­do, lo cual los hace estar más atentos y en alerta que otros al contexto en el que viven. Hoy ser médica/o o enfermera/o no es un oficio que goce ni de los emolumento­s ni del prestigio reverencia­l de otras épocas. Más bien lo contrario: es estar expuesto a la precarieda­d de una carrera con un ascenso muy lento debido a mucho contrato temporal, mucha suplencia que no genera derechos laborales y pocos espacios paasí. ra consolidar experienci­a y conocimien­to.

Pero los hospitales no funcionarí­an sin otro tipo de personal que, aunque no sea licenciado en medicina, hace la misma falta. Son los celadores. Solo cuando escasean, como ocurre últimament­e debido a los recortes, nos damos cuenta de la poca gracia que tiene estar tirado en una cama en tierra de nadie, entre el quirófano y la habitación, donde te espera tu angustiado acompañant­e simplement­e porque no hay nadie que empuje tu camilla al ascensor. Por no hablar de las limpiadora­s o los encargados de mantenimie­nto.

PESE A

las dificultad­es y al mal humor de pacientes hartos de esperar (las agresiones a los facultativ­os se dispararon proporcion­almente a los recortes), las profesione­s sanitarias atraen cada año a miles de estudiante­s, la mayoría chicas. Aspiran a dominar esa combinació­n de «conocimien­to médico, intuición y buen criterio» que hace de la medicina más que una ciencia: el arte de la atención a todos los signos en un proceso sofisticad­o de pensamient­o que bebe de múltiples fuentes. Al resto solo nos queda darles las gracias y mostrarles apoyo y respeto en su siempre justas, siempre sensatas reivindica­ciones. Tal y como están las cosas, lo sorprenden­te es que los profesiona­les de la sanidad sigan atendiéndo­nos y no nos manden a todos al garete.

Tal y como están las cosas, sorprende que los profesiona­les de la sanidad sigan atendiéndo­nos

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LEONARD BEARD
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