LA DUDA DE QUE SE JUEGUE HOY
Isamu Kato aterrizó en Buenos Aires con un grito que no se demoró en liberar. «Ya vas a ver, no somos como los putos de River Plate», canto en un español rústico. Había volado 33 horas. Pero no le importaba. A los 31 años, iba a cumplir el sueño de ver al Boca Juniors en la misma Bombonera. Imaginaba un triunfo inapelable ante el rival de siempre y gritos embriagados de victoria. Cuando abandonó el aeropuerto internacional de Ezeiza vestido con la camiseta y el gorrito azul y oro de sus amores, encontró un cielo tan plomizo que solo escupía agua. Mal presagio. Kato ni siquiera pudo llegar a la cancha. En el camino se enteró que la primera final de la Copa Libertadores se había suspendido.
El campo de juego era ayer una piscina. El choque que esperaba todo el planeta quedaba en el aire. «¿Cuándo se jugará?», debió preguntar. Y debieron decirle que hoy domingo, a las 16 horas, siempre que la lluvia lo permita. Pero a esa hora estaría emprendiendo su regreso a Tokio. Había venido solo para ver el partido recién suspendido.
Kato no estaba solo en su desconsuelo. Un país entero aguardó ayer hasta último minuto una señal milagrosa desde lo alto que detuviera el temporal. Amigos y familias se habían reunido frente al televisor sin hacerle caso a los truenos y relámpagos. El diluvio había sido anunciado por el Servicio Meteorológico Nacional desde el comienzo de la semana. Pero ni la Federación Argentina (AFA) ni la Confederación SudameriEl cana (Conmebol) parecieron haber prestado atención a las advertencias. Durante las primeras horas de ayer se desató el temporal tan augurado. La zona aledaña al estadio, lindante con un riacho pestilente, no tardó en sentir los efectos de la tempestad. Aunque a estas alturas no prolifera el hedor en tiempos de lluvia, se confirmaba cierta vigencia de aquel antiguo canto malicioso de los riverplatenses para dirigirse a su rival histórico: «la Boca se inundó y a todos los de Boca la mierda los tapó».
TODA LA LLUVIA DE UN AÑO Pasado el mediodía, los planteles se dirigieron no obstante hacia la Bombonera a sabiendas de que era un viaje tan inútil como el del turista nipón. La Conmebol mantenía el silencio. Christian Gribaudo, un directivo boquense, trató de explicar lo inexplicable sobre la demora en comunicar lo evidente. «Ya cayeron 95 milímetros sobre la cancha. Es más que en todo el año, que fueron 90». Pero Gribaudo no tenía autorización para decir que «la final del fin del mundo» no iba.
Boca Juniors y River Plate dudan de que hoy se pueda disputar el superclásico. La previsión meteorológica anuncia lluvias idénticas a las de ayer sábado a la misma hora en que está previsto el partido (14 horas, en Buenos Aires). El parte prevé mal tiempo hasta el martes. La gran final parece maldita.
Jcampo de juego estaba completamente anegado. Las tribunas vacías. «¿Cuánto tiempo necesitan para darse cuenta de que el partido no hay que jugarlo? Por más drenaje de la cancha, ¿y los accesos? ¿Y la gente? ¿Y el juego?», se preguntaba el diario deportivo Olé. La Bombonera suele ser pintoresca. Un paso obligado de los turistas que visitan Buenos Aires. Su acústica es también peculiar. Los partidos «suenan» de otra manera. Los rivales se intimidan. Los locales se agrandan ante los bramidos. Pero desde hace años se sabe que el césped no soporta mucho más que un chaparrón. Su sistema de desagüe es precario.
Los organizadores tomaron en ese sentido la peor de las decisiones: ignorar ese historial. ¿Solo por impericia? La expectativa global no tenía precedentes y se materializaba en el ingente dinero recibido por los derechos televisivos. Los periodistas deportivos locales coincidían: de haberse tratado de un partido de la liga lo habrían suspendido por la mañana. Pero este desenlace de la Libertadores ponía en juego otra cosa. Otro negocio.
OTRO ESCÁNDALO La tardía suspensión no hizo otra cosa que estar en sintonía con lo sucedido con esta Copa Libertadores: a lo largo de los partidos hubo jugadores que saltaron al césped a pesar de que no podían, equipos sancionados con pérdida de puntos, castigos muy discutibles, una pésima utilización del VAR y, como colofón, el diluvio de ayer sábado. Los jugadores regresaron a sus hoteles, pero a los cientos de hinchas pasados por agua durante una vigilia inútil nadie les avisó de que podían volver hoy domingo. En su primer parte, la Conmebol erró la puntería y dijo que el primer partido de la final se disputaría el 25 de noviembre, es decir, después del segundo, previsto para un día antes. Corrigió la errata de inmediato, pero dejó en el aire la sensación de que todo puede cambiar de una hora para otra. ¿Hoy, mañana, el martes?
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