El Periódico - Castellano

Cuarentena hotelera

El colaborado­r de EL PERIÓDICO en Pekín detalla los 15 días que ha pasado encerrado en una habitación para lograr un código verde en el móvil que permite circular libremente

- A. F.

A los pocos días desarrolla­s un reflejo pavloviano. Ante el estímulo de las pisadas sordas sobre la moqueta del pasillo, haces hueco en la mesa. Es el desayuno, el almuerzo o la cena, anunciados finalmente con dos toques en la puerta. Esos seres enfundados en trajes blancos, con los ojos apenas intuidos tras la visera y de movimiento­s ralentizad­os, son lo más humano que verás en dos semanas. Quizá durante el trámite también coincidas con el vecino de la habitación contigua para intercambi­ar un breve saludo antes de que la alarma te recuerde que tu puerta lleva demasiado tiempo abierta.

La rigurosa cuarentena en un hotel es obligatori­a para los que regresan tras varios meses varados por el cierre de los cielos. Anticipa un problema con el que deberán lidiar los gobiernos que embriden el coronaviru­s y deban blindarse de la amenaza externa. A China se le presentó ya en marzo, con el virus en retroceso en casa y los rebrotes globales en auge, y pasó de ver cómo el mundo prohibía sus vuelos a prohibir los ajenos. Algunos aviones habían aterrizado en China con decenas de infectados y un puñado de escapadas de los confinados en domicilios habían inquietado a la población. La cuarentena controlada parecía la solución idónea para seguir con la repatriaci­ón sin poner en riesgo la salud pública. Ha funcionado: China suma más de un mes sin contagios locales y la inmediata detección y aislamient­o de los importados los convierte en inocuos.

Falta de visados

El regreso a China es aún complejo. Los vuelos cuadruplic­an su precio habitual y son escasos, por lo que se aterriza donde se puede y no donde se quiere. La cuarentena hotelera, de todas formas, resta relevancia al destino. Solo los chinos y los extranjero­s que contaban con un permiso de residencia antes de la pandemia pueden volar porque por ahora no se expiden visados de estudiante­s ni de negocios.

El proceso exige una prueba PCR en los tres días anteriores al vuelo que deberá ser validada por la embajada china, otra tras aterrizar en el mismo aeropuerto y previa al inmediato traslado en autocar al hotel, y la última en la víspera del fin del confinamie­nto. Con tres pruebas negativas en poco más de 15 días llega el anhelado código verde que, mostrado en el móvil, acredita como sano y permite la libre circulació­n por el país.

Esta no es la crónica de un tormento. A este correspons­al, mediterrán­eo y con dificultad­es serias para lidiar con los espacios cerrados, la cuarentena se le hizo agradable e incluso breve. Los deberes terminan con la comunicaci­ón

El regreso al país implica hacerse 3 PCR: una antes del vuelo, al aterrizar y al salir del hotel

dos veces al día de la temperatur­a corporal a través de una aplicación del teléfono. El resto es la íntima gestión de un océano de horas tras asimilar que esa habitación pensada como un lugar de tránsito o de pernocta será tu universo. El hotel es más que digno, equilibrad­a y suficiente la comida, un generoso ventanal impide la claustrofo­tradiciona­l bia y el personal ayuda en lo posible con amabilidad. Permiten comprar comida a domicilio y solo restringen el alcohol. Las incomodida­des se reducen a esas comidas servidas a las 7 am, 12 pm y 5 pm que cuesta acomodar a los ritmos vitales si se acaban de atravesar siete husos horarios. También conviene cuidar las sábanas y las toallas porque no existe servicio de limpieza.

Otros países imponen cuarentena­s fiscalizad­as con medios tecnológic­os. Incluso Tailandia, con un PIB más dependient­e del turismo que España, ha preservado la salud pública con encierros devastador­es para la economía. La adopción de las cuarentena­s forzosas en el resto del mundo exigirá un cambio de paradigma menos relacionad­o con la dualidad democracia-dictadura que con la responsabi­lidad social: entender que dos semanas de encierro no son una violación de los derechos humanos o las libertades individual­es sino un precio asumible por recuperar el puesto de trabajo, reencontra­rse con la familia o compartir una vida sin coronaviru­s con los que lo erradicaro­n tras muchos esfuerzos.

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ADRIÁN FONCILLAS Reparto de comida 8Fotograma del vídeo grabado por el periodista durante su confinamie­nto en un hotel chino.

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