El Periódico - Castellano

Una bobada

- ENRIQUE Ballester

Mi hija está a punto de cumplir 9 años, así que anda cerca de superar mi edad mental respecto al fútbol. La otra tarde me descubrió hablándole a la tele durante un partido, ya no recuerdo si al árbitro o a algún futbolista, y se quedó mirándome en plan «papá, es la tele, no les hables que no te escuchan». Al rato volvió y me dijo: «Papá, el fútbol es una bobada», como queriendo medir mi grado de enajenació­n, como queriendo intuir si yo era de veras consciente de algo tan obvio, que vale que tuviera que ver partidos por el trabajo, que vale que tuviera que escribir de ello de vez en cuando, que vale que me gustara incluso hacerlo, pero «papá, el fútbol es una bobada. Lo sabes, ¿no? Ya eres mayor para tomártelo en serio y deberías aceptarlo».

Para mi hija, ahora mismo, las cosas importante­s son otras. Para su cumpleaños, lo único que pide son productos de Mr Wonderful, que solo de imaginarme la casa repleta de frases motivacion­ales me pongo enfermo, que casi hubiera preferido que planeara fundar una organizaci­ón terrorista, participar en un reality infantil o estudiar Periodismo. Con el fútbol mi hiqueriend­o, ja lo tiene clarísimo, pero conservo la esperanza de que un día, pasado un tiempo, lo de verme hablándole a la tele durante un partido sea para ella un recuerdo feliz, algo que explique parte de lo que fuimos y lo que somos. E igual un día, como Patricia Cazón en El largo invierno, se marche a la universida­d, me llame los domingos y me pregunte cómo le ha ido a mi equipo, que ya será entonces nuestro equipo, y esa sea simplement­e una forma velada de decirme que me quiere, y entendamos al fin los dos que el fútbol es una bobada, pero es nuestra bobada, y eso es bonito.

El palco presidenci­al

Si se puede elegir, mejor un fútbol bobada que un fútbol trascenden­tal e intenso. Además, cuando uno se pone demasiado severo al respecto, el fútbol suele responder burlón sin remedio. Mi amigo Sergio invadió una vez un palco presidenci­al. Me parece que no recuerda ni el partido ni el motivo, pero el caso es que se fueron envalenton­ando, tras el pitido final, entre gritos inconexos, antorchas mentales y demás envoltorio indignado, y cada vez estaban más cerca y de repente estaban dentro, medio sin querer medio sin poder evitarlo. Una vez allí se miraron sin saber qué hacer. No había nadie: ni directiva ni invitados. Alguien se acercó a la barra y abrió una coca cola. Otro salió haciendo aspaviento­s por donde había entrado. La mayoría enfiló la puerta de salida a la calle, en silencio. Los que quedaban encogieron los hombros resignados. Ya quedaremos, dijeron, y se despidiero­n con la mano. La épica se convirtió en absurdo pronto. Puedo imaginar qué pensaría mi hija de este acto revolucion­ario.

Ahora Sergio se dedica sin duda a asuntos más serios: su equipo ha fichado a un delantero llamado Zlatanovic, y me escribió entusiasma­do porque se le había ocurrido un cántico. Con la melodía de El libro de la selva, en lugar de «el plátano es sensaciona­l» canturrea «Zlatano es sensaciona­l». Tiene la idea y falta desarrolla­rlo. No me atrevo a contárselo a mi hija por si acaso.

Mi hija está a punto de cumplir 9 años: anda cerca de superar mi edad mental respecto al fútbol

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