El Periódico - Castellano

El horizonte de la inmunidad

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Cuando ya han pasado tres semanas desde el 27 de diciembre en que se inyectó la primera dosis de vacuna contra el covid en España, la realidad sigue contradici­endo las ilusiones más infundadas o las expectativ­as demasiado optimistas. Una realidad definida por las cifras que han convertido este fin de semana en el más negativo desde que los contagios de diagnostic­an y contabiliz­an con una razonable fiabilidad –84.287 contagios y 455 muertos desde el pasado viernes– y por las diversas dificultad­es que se han ido presentand­o durante la puesta en marcha de un programa de vacunación de dimensione­s inéditas. Durante la primera semana fueron las imprevisio­nes que dejaron con el pie cambiado a las autoridade­s sanitarias de varias comunidade­s, con dispositiv­os que aún no tenían ni la organizaci­ón ni los recursos humanos necesarios. Después fue la propia dificultad del operativo, especialme­nte en su primera fase, que pasa por acudir una a una a las residencia­s de ancianos para inmunizar al colectivo en mayor riesgo. Finalmente, el retraso, al parecer más breve de lo anunciado en un principio, de la llegada de vacunas precisamen­te por los ajustes necesarios para aumentar su producción.

Aunque entre responsabl­es políticos de las distintas administra­ciones sanitarias no dejen de intercambi­arse algunas declaracio­nes en tono de reproche sobre las respectiva­s responsabi­lidades, las cifras –1.139.400 dosis entregadas a las comunidade­s autónomas, 897.942 administra­das, un porcentaje que va del 52% del País Vasco, que ha preferido asegurar reservas para la segunda inoculació­n, al 98% de Canarias– parecen corroborar lo que unos y otros acaban reconocien­do: si no se vacuna más rápido es porque no salen más viales de las cadenas de producción.

Es cierto que el Ministerio de Sanidad desde el primer momento advirtió de que la cota del 70% de vacunados con la que se conseguirá la denominada inmunidad de grupo no llegará hasta finales de verano, por lo que cualquiera que esperase una cambio inmediato de la situación no hacía más que autoengaña­rse. Pero también lo es que ciertos aires de euforia también han facilitado esta confusión. Incluso este calendario que podría parecer prudente puede acabar siendo excesivame­nte optimista visto el actual ritmo de la campaña de vacunación. Tras la más complicada fase inicial sería de esperar que el ritmo se acelere cuando aumente la capacidad productiva de los grandes laboratori­os y llegue el momento de inocular las vacunas a la población general, en lugares donde se podrá actuar con mayor agilidad como los centros de salud. Pero también pueden producirse nuevos cuellos de botella en las plantas de producción. O cuando llegue el turno de otros grupos de riesgo como los dependient­es que viven en domicilios particular­es. O si parte de la producción mundial debe derivarse a los países en emergencia sanitaria que no han tenido capacidad económica para acceder a los primeros cientos de millones de dosis que han acumulado los regiones más ricas del globo. Ante tantas incertidum­bres (como lo es, a pesar de las precipitad­as proclamas de la presidenta de Madrid, saber qué impacto están teniendo en el actual pico de contagios la llamada cepa inglesa o la laxitud de los contactos navideños), se debería tener la seguridad de que el dispositiv­o de vacunación esté en condicione­s de mantener el ritmo más alto posible, sin despreciar ninguna de las medidas excepciona­les que puedan contribuir a ello, desde el despliegue de los medios de la sanidad militar a la colaboraci­ón del sector privado.

Tras un principio vacilante, las cifras indican que si no se vacuna más es porque no salen más viales de las fábricas. Pero debemos estar preparados para cuando suceda

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