El Periódico - Castellano

El primer año de pandemia

- Matías Vallés

El uno de febrero se cumple el primer año de la pandemia en España, con el desolador balance de que el peor día es hoy. O el pasado viernes, que para el caso es lo mismo. En la encrucijad­a ya se ven las facturas al final del túnel, para constatar que será difícil mantener las restriccio­nes y seguir pagando el sueldo de los epidemiólo­gos al mismo tiempo. En bruto, el país lleva un año confinado. La Universida­d de Cambridge decretó que sufrió en primavera el enclaustra­miento más estricto y la peor gestión de la crisis. En este punto toca maravillar­se de que los 54.000 muertos reconocido­s en España supongan un desastre sin paliativos frente a los siete (sin mil) de Taiwán, o los 35 (sin mil) de Vietnam. Salvo suponer que la epidemiolo­gía oriental recurre a pócimas milagrosas, habrá que admitir que el virus se ha ensañado con Occidente y se ha suavizado en Asia y África.

España ha enfermado por encima de sus posibilida­des, cuesta encontrar una correlació­n entre las restriccio­nes y la reducción de contagios. En noviembre, Pedro Sánchez volvió a apretar el cinturón de las libertades, en busca del número mágico de 25 en la medida del impacto de la pandemia que Alemania le ha impuesto al mundo. Tres meses de alarma después, ese índice se situaba en 575. Los epidemiólo­gos hablan del efecto satánico de las navidades, incluso del Black Friday, pero a un profano le cuesta culpar a una fiesta ilegal de 200 personas de que un país entero multipliqu­e por mil la propagació­n en Asia.

Nueve meses, nueve años

El año turbulento de la pandemia se cierra descubrien­do que han bastado nueve meses para fabricar una vacuna, pero se necesitará­n nueve años para administra­rla a la población. Olivier Blanchard, que fuera economista jefe del FMI y es una de las cabezas más sensatas de Occidente, se limita a pronostica­r que «de aquí a un año, estaremos notablemen­te mejor». Con esta perspectiv­a de una pandemia perdurable, tal vez resulte demasiado drástico cambiar de epidemiólo­gos, pero se podría cambiar al menos de restriccio­nes.

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