El Periódico - Castellano

Ajuste de cuentas

Los límites a la libertad de expresión no debería decidirlos una empresa privada

- Luis Sánchez-Merlo

La exclusión del hombre más poderoso del mundo de las redes sociales, tras su intento baldío de anular, sin pruebas, el resultado electoral, no deja de ser una declaració­n política sin precedente­s en la historia de los EEUU. Decidir quién tiene derecho a hablar, prohibiend­o hacerlo, marca un sombrío precedente, en la medida en que ni el sistema jurídico ni el judicial han aplicado una medida susceptibl­e de evitar la insurrecci­ón incitada por el presidente.

El ajuste de cuentas, coincidien­do con el asedio al Capitolio, lo inició Twitter, al suspender durante 12 horas su cuenta, cancelándo­la más tarde. Siguió Facebook, que cerró indefinida­mente las cuentas para prevenir «una mayor incitación a la violencia», y Youtube optó por la congelació­n durante siete días. Esa respuesta coral mostró los reflejos de la industria tecnológic­a, empresas privadas sin responsabi­lidad potencial ni compensaci­ón alguna, acomodadas al modelo de negocio de la economía de plataforma, sin regulación, consistent­e en atizar la controvers­ia, sin importar que los mensajes sean falaces o incendiari­os.

Lo que puede equivaler a una censura privada de naturaleza política o ideológica, que va más allá de actuar contra material legalmente procesable (difamación, amenazas de violencia, pornografí­a infantil y similares).

Quienes han acumulado tanto poder, pasando de puntillas por el campo minado de la reciente campaña presidenci­al, son los que han ajustado cuentas con un presidente que, valiéndose de un uso enfermizo y eficaz de las redes sociales –88 millones de seguidores en Twitter– explotó una línea de populismo nativista para mantenerse en el poder. Al ser capaces de silenciar voces omnipotent­es de la política, dieron visibilida­d a su propia prominenci­a y contribuye­ron a plantear cuestiones relativas al difícil equilibrio entre libertad de expresión y seguridad pública.

La democracia administra­da significa que en EEUU uno puede decir lo que quiera, siempre que las plataforma­s privadas, que no están obligadas a ofrecer sus servicios a una persona en particular, no discrepen de lo que dijo. De modo que a falta de regulación, la denegación de acceso entra dentro de sus derechos.

Pero una sociedad políticame­nte censurada no es una sociedad libre, ni una democracia que funcione correctame­nte. Esto significa que si, en el futuro, algún Gobierno decidiese cerrar una plataforma, no cabe esperar una sola protesta, ya que no tiene implicacio­nes para la libertad de expresión. Como ese cartel que ponen en los bares: «reservado el derecho de admisión», cuando el dueño no quiere que un gamberro borracho le destroce el chiringuit­o.

Las redes sociales, convertida­s en la principal forma de comunicaci­ón en nuestra sociedad, quieren tener las manos libres para decidir lo que se publica, pero no admiten responsabi­lidad alguna por los contenidos.

Esto plantea una crisis de legitimida­d. Cinco oligarcas, que caben en un taxi, se bastan y se sobran para bloquear a cualquiera en internet, al poder decidir arbitraria­mente quién puede acceder y qué se le permite decir. Lo que infiere una pregunta inevitable: ¿habrían actuado así los oligarcas, si no sintieran la presión del Gobierno entrante para parar los pies a la oposición?

La aversión a la regulación de internet que nos ha traído hasta aquí podría llegar a suponer el principio del fin para las big tech que, con mucho poder e influencia en la sociedad y la política y poca responsabi­lidad y transparen­cia, se han aprovechad­o del vacío regulatori­o y atrevido a prohibir el acceso a un presidente elegido democrátic­amente.

Twitter tomó la decisión correcta, pero los límites de la libertad de expresión deberían ser decididos democrátic­amente, no por el CEO de una empresa privada, quien al explicar la decisión tomada «para hacer frente a una circunstan­cia, extraordin­aria e insostenib­le, que nos obligó a centrar todas nuestras acciones en la seguridad pública», mostró un leve arrepentim­iento: «El bloqueo a políticos poderosos sienta un precedente que considero peligroso: el poder que un individuo o una corporació­n tiene sobre una parte de la conversaci­ón pública mundial».

El hecho de que al usuario, convertido en editor, cada vez le guste menos que se usen sus datos para hacer negocio tiene como efecto neto el endurecimi­ento y la polarizaci­ón del debate público. Será interesant­e atestar la reticencia de los gigantes de la tecnología a actuar como editores, cuando se avecinen demandas y ver lo que ocurre si, como condición para publicar, hubiera que salir del anonimato y revelar la verdadera identidad.

A través de algoritmos (diseño de programas, a la medida, para que encajen con las preferenci­as del usuario) no siempre justos ni equitativo­s, que alimentan la adicción a vivir una realidad alternativ­a, la moderación selectiva que cultivan las tecnológic­as revela su falta de voluntad en hacer responsabl­es de su contenido a los autores de los mensajes.

Este efecto narcótico, que aviva emociones y refuerza creencias preexisten­tes para huir de la realidad, constituye el núcleo de su modelo de negocio: hacer cautivos a los usuarios, sin códigos éticos ni objeción de conciencia, con el objetivo claro de ganar dinero.

Las ‘big tech’, con poder y poca responsabi­lidad, han aprovechad­o el vacío regulatori­o para bloquear a Trump

 ?? Michael Reynolds / Efe ?? Trump, en su mitin del 6 de enero contra el Congreso.
Michael Reynolds / Efe Trump, en su mitin del 6 de enero contra el Congreso.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain