Entre la desidia y el abandono
Un año después del 2-3 ante el Atlético en la Supercopa, el Barça vuelve a sucumbir igual ante el Athletic. No es lo mismo. El equipo y el club están peor, instalados en la provisionalidad desde el capitán del equipo (Messi) hasta el presidente (Tusquets), pasando por el entrenador (Koeman).
Por 2-3 cayó el Barça en la Supercopa de 2020 y por 2-3 sucumbió en la de 2021. La diferencia de la semifinal de entonces a la final de ahora no justifica que la cabeza de Ernesto Valverde rodara por los suelos y que la de Ronald Koeman, en cambio, esté asegurada. El Barça está peor. El tiempo transcurrido no ha frenado el declive que apuntaba, motivo por el que Josep Maria Bartomeu cambió de entrenador. El interregno de Quique Setién lo aceleró.
En estado de descomposición se halla el Barça, que ofreció una peor pinta ante el Athletic que ante el Atlético en Arabia. El equipo que aguantara tantas veces al club no goza del respaldo de la entidad por el solar que ha dejado el presidente y su sustituto, Carles Tusquets, incapaz de frenar el desgobierno de la entidad.
Un regente y un gestor
No era un líder Valverde ni lo es Koeman, que ha asimilado su papel de regente provisional hasta que el futuro presidente que salga de las urnas elija a su entrenador. Mientras, como Tusquets, ejerce de gestor, extendiendo la sensación de provisionalidad que se transmite del palco al césped y viceversa. Carente el Barça de un líder o un sucedáneo, de alguien capaz siquiera de dar una voz, ya no una orden.
«Han sido errores de estrategia. Nos falta hablar. Cuando sale el balón o cuando hay que empezar a correr, alguien tiene que gritar. A veces gritan y a veces, no. Parece que cada partido es lo mismo», explicó Antoine Griezmann tras la final, en una radiografía que resume la falta de comunicación, la ausencia de liderazgo y la dejación de funciones que abunda en el equipo.
El Barça perdió cuando tenía el título ganado sin merecerlo. Especulativo, nunca fue a buscarlo con deseo ni ambición, lo que señala a Koeman. El peor pecado fue desperdiciar dos veces la ventaja que se encontró en lances puntuales, sin protegerla ni darle el valor que merecía.
Jordi Alba dio los centros de los dos goles, pero se comió los dos del Athletic. Disfrutando aún del primer pase, toleró que De Marcos se le colara; en el último minuto, siendo el primer defensa en la falta lateral, se encogió y la pelota cayó en los pies del trompetista Villalibre.
Los fallos individuales se acumulan en una mochila cada vez más pesada. No estuvo Alba involucrado en el golazo de Williams después de que Muniain penetrara por la franja central libre, sin nadie que le acosara (ni De Jong ni Busquets) y cediera la bola a Williams defendido por ¡Griezmann! «En nuestra área tenemos que ser más contundentes, estar más cerca de los delanteros, para que no puedan girar ni dar pases ni chutar», lamentó Koeman, globalizando el problema, atribuyéndolo a la actitud general. Esa es la lacra.
Triunfos sin premio
El desenlace no debería restar valor a las pequeños triunfos individuales que podrían redundar en el futuro bien común. La exhibición de Marc André ter Stegen en la semifinal quedará en el olvido. Solo pervivirá la anécdota de sus negras experiencias ante el Athletic. Y cuando a Antonine Griezmann le da por marcar dos goles, no sirven de nada.
De Jong confirmó su pujanza, batallando en un centro del campo con un Busquets funcionarial y un Pedri que sigue procesando el cambio de su nueva vida. A lo lejos se ve al osado Riqui Puig ascender a la condición de revulsivo.